A ras de sexo (capítulo 4/5)

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-"Joder, pues es un buen pollón ese", esgrimió Jorge regalando una opinión muy semejante a la mía. Empezaba a caerme bien.
-"Aún no lo hemos usado, pero tenía intención de follármela con eso antes de que vinieras", vomitó el doctor con tono irónico. "Eva, te importa si Jorge se queda mientras acabo contigo esta tarde?"

Me quedé atónita. No me podía creer lo que me estaba pasando. Por un lado me parecía una desvergüenza imperdonable que el doctor me propusiera algo así. Y por el otro reconozco que el morbo del voyeurismo me tira bastante. No tengo porqué estar mirando yo. Ser protagonista de algo así siempre ha sido una de mis fantasías, como hacer un trío con dos tíos, tirarme a un negro o comerme un buen coño. Noté que me estaba poniendo muy perraca otra vez, justo mientras pensaba qué responder a la oferta del doctor.

-"No sé si es muy buena idea, doctor. Lo he pasado muy bien antes y no me gustaría estropear la tarde". Se me ocurrió esta excusa tímida, sin convencimiento.

-"Te aseguro que nada se estropeará hoy, Eva", comentó el doctor, muy sugestionado.

Y Jorge "el ayudante", ahí pasmado, mirándome de arriba a abajo, desnudándome lascivamente con su mirada… Un tipo alto, treintañero, más bien guapetón. Se acercó a mí y me tendió su mano para atraerme hacia él. De cerca estaba más bueno, era algo canoso y tenía una piel muy cuidada. Una especie de metrosexual de gimnasio pero sin tanta cacha. Olía bien. Recién duchado, sin duda. Y perfumado. Llevaba anillo de casado. O sea, no follaba. Se mostró cercano y por encima de las circunstancias, aquellas que a mí aún me tenían ruborizada. Se puso detrás, me apoyó las manos en los hombros y acercó su boca a mi oreja para susurrarme que "estaba muy buena". Yo giré la cabeza hacia atrás para intentar susurrarle también al oído "y tú estás casado". No dijo nada. Se limitó a acariciarme los hombros, desde atrás, los brazos hasta las manos pegadas a mi cuerpo. De allí se abrió camino a mis caderas. Y empezó a moverse como si me quisiera bailar, y que yo le siguiera. Reconozco otra vez que me estaba poniendo muy cachonda. Me resultaba curiosa la rapidez con la que estos dos tipos eran capaces de calentarme. Es algo que nunca me había sucedido antes. Siempre he necesitado mi tiempo para empezar a lubricar y estar dispuesta al sexo físico, pero esa tarde todo lo estaba cambiando.

El doctor debió estar haciendo cosas mientras Jorge me estimulaba a flor de piel, porque cuando abrí los ojos estaba a dos metros de nosotros con el dildo color canela en la mano, como diciendo "mira lo que te está esperando". Esa perspectiva era enervante: por un lado tenía a Jorge acariciándome y bailándome de forma sensual y, por el otro, el doctor le estaba sugiriendo, con la mirada, que me preparara para la penetración de goma. Y así lo entendió Jorge porque enseguida metió una mano bajo mi falda, desde atrás, ahí de pie, para accederme a la entrepierna donde, no solo no halló unas bragas, sino que se sorprendió de lo mojada que estaba. Y así se lo hizo saber a la concurrencia:

-"¿Cómo puedes mojarte de esta forma, Eva?"

No se me ocurrió ninguna respuesta, pero él tampoco la esperaba. Esa retórica era solo para justificar su siguiente movimiento. Me movió hacia una especie de sofá que había en uno de los lados de la sala y, al llegar, me colocó muy suavemente de rodillas sobre él. Como si fuera a follarme como la perra que era en ese momento. Me subió la falda sobre mi espalda y dejó a la vista mi conejo sonrosado e hinchado que una hora antes había escupido el néctar de la pasión. Otra vez me sentía ardorosa y con muchas ganas de un buen polvazo. Pero Jorge no iba por ahí. Se agachó a la altura de mi culo y empezó a lamerme, otra vez desde atrás, repasando toda mi zona, mis dos agujeros, de arriba a abajo, una y otra vez, primero lentamente pero enseguida con gran fruición. Yo no podía contener mis nuevos gemidos. Jorge estaba comiendo mis orificios como nunca antes lo habían hecho. Una vez más "como nunca antes". Vaya tarde…

-"Déjame sitio Igor", dijo el doctor".

"Igor… Jorge en ruso". Tuve tiempo para darme cuenta de eso antes de sentir cómo el "doctorov" planteaba el pollón de goma sobre mi coño. Estando así, de rodillas, sobre el sofá, aunque muy mojada y excitada, se me antojaba una posición poco adecuada para meter ese trasto enorme entre mis carnes. El doctor no pareció entenderlo así y empezó a empujar con mucho cuidado, milímetro a milímetro, moviéndolo sobre su propio eje. Iba empujando sin prisas. Paraba. Empujaba de nuevo y paraba. Así iba conquistando mi cuerpo poco a poco, mientras yo estaba muy atenta a cualquier desgarro imposible. Una concentración que se desvanecía a medida que la fogosidad me embargaba poco a poco. La humedad relativa de mis partes permitió que, de repente, la cabeza entrara de golpe, seguida de un gemido fuerte, que nos alertó a los tres. Ya habíamos llegado a la primera estación, pero aún quedaba trayecto. Jorge decidió entonces intervenir quitándome la blusa por la cabeza y desabrochándome el sujetador para centrarse en mis pezones. Sin duda, era consciente de la llave maestra para un orgasmo femenino intenso.


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