Sonrisa de domingo

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Tengo una rutina muy marcada. Cada mañana hago el mismo recorrido hacia el trabajo. Son solo cien metros. Debo reconocer que me lo monté bien en su día. Es un recorrido muy simple en el que siempre, o casi siempre, coinciden los mismos elementos. Ya sea por coincidencia o por horario mas bien. Simplemente hice cambiar algunos pequeños detalles.


Esta mañana me levanté. Y preparado como un robot, sin pensar demasiado, me puse en marcha. Curioso el hecho que no tenía sueño, he de añadir, y me encontraba genial. Me duche con agua caliente, toallas limpias e incluso no me afeite, pues no me había salido nada de barba esa noche. En fin, me dirigí a la cocina y ocurrió algo asombroso, fuera de lo normal. Allí me esperaba un desayuno increíble. Lo normal fuese haber calentado agua rápidamente para beberme un café mal hecho por las prisas. Pues bien, colocado como si de un escaparate se tratara; un café recién preparado, una tortilla francesa y unas rodajas de pan con tomate y aceite de oliva virgen extra. Todo esto decorado con una tarjeta que  daba los buenos días con una carita sonriente dibujada :). Sin saber muy bien si eso era real o un sueño lo acepté sin pensarlo demasiado.


La alegría de aquella mañana era extraña. Uno no se siente tan bien después de trabajar 12 horas la noche anterior. Y la anterior. Y la anterior. Apreté el botón del ascensor y se abrió inmediatamente. Como si me anduviera esperando. -Genial- me dije. Abrí el portal y salí a la calle. Caminé por mi ruta habitual. Es curioso como, para no pensar demasiado, nos marcamos una ruta. Seguí mi habitual paseo al curro hasta la altura de la nueva xarcutería que han abierto estas navidades; productos de primera calidad. Jamones ibéricos y demás productos "gourmet" . La gente suele mirar con recelo el escaparate. A todos nos emboba, es brillante y apetitoso  mirarlo a esas horas de la mañana.


La señora de dentro de la tienda, en el mostrador, me hacía señas con las manos. Y me la quedé mirando incrédulo de que fuese para mí. Mire alrededor mío y solo estaba yo. Saludé con vergüenza y ella me hizo un gesto como de hacía ella. Como pidiendome que entrara. Entré. Y ella me sonrió. Muy amablemente me comentó que me conocía de vista y que quería regalarme una cesta de navidad que le había sobrado. Y no sabia que hacer con ella. Me dio un vale y yo, encatado, al mismo tiempo que incrédulo, se lo agradecí. - ya tengo regalo de reyes para mis padres- pensé. 


Continué mi trayecto. Solo había avanzado cincuenta metros y había perdido mucho tiempo. Pero, por primera vez, iba muy bien de tiempo. Sonreí mirando el solecito que hacía ese día y continué caminando.

Me encontré con un abuelo trajeado. Siempre me lo encuentro. Solo, sentado en un banco con su galantería habitual. Al pasar por su costado me llamo la atención. -Chico!- me dijo. -Acercate muchacho-. Yo, sorprendido, le conteste. -Digame caballero- Si, he adquirido un lenguaje muy formal al tratar tanto con clientes.

-Joven, ¿usted tiene estudios? verá, me he jubilado hace una semana. Estoy buscando a alguien joven para empezar a trabajar en mi empresa-. -De que empresa se trata- le respondí. -Allí en frente- me dijo; Mediapro. Si usted quiere puede empezar mañana mismo. ¿Me estaban ofreciendo un trabajo? ¿de lo mío? ¿por la puta cara? Acepte acudir a la entrevista y me despedí después de intercambiar algunos datos.


Seguí mi camino, y, sorprendentemente, aún iba bien de tiempo. Llegué a la puerta de personal. Salude al recepcionista y subí las escaleras. Allí estaba ella. La rubita mas guapa del hotel. Siempre me sonríe, pero lo hace por compromiso. Algo debió ocurrir esa mañana porque se paro delante mió y se acerco lentamente a mi oído. Susurró algo que no entendí muy bien al estar pendientemente nervisoso de sentir el roce de sus labios en mi oreja. Después de que me aliñara con el olor de su pelo me empujo salvajemente al ascensor de personal y bloqueó el mismo con su llave maestra. Hicimos el amor durante no mas de diez minutos. La excitación creo una atmósfera perfecta para que esos diez minutos fueran suficientes y nos pudieramos incorporar como personas decente sin que nadie sospechase nada. Me dio una tarjeta con su nombre y su número, luego, me besó en la mejilla y se recogió el pelo recuperando su estilo mas profesional. Nos despedimos fugazmente y apreté el botón de mi correspondiente planta donde desarrollo mi puesto de trabajo. -Mírate que sonrisa llevas hoy, como se nota que es domingo, y mañana nos dan vacaciones-. 


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