Conquista nocturna (1)

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    Hoy es un día distinto en la vida de Alan. Está acostumbrado a una cierta rutina: trabaja desde casa y no sale mucho. El caso es que toca en un grupo y hoy dan un concierto en la capital. Se gasta mucho tiempo cuando se trata de tocar en algún sitio: cargar, viajar, montar, probar… y luego esperar horas enteras hasta que empiece el concierto. La espera es más aburrida que la carta de ajuste a cámara lenta. Además, Alan no es muy sociable y mientras los demás hablan entre sí él está distraído ajeno a la conversión, sentado en un banco, pensando en sus cosas. De hecho: hay cerca de una docena de personas con él en la plaza pero no conoce a la gran mayoría, son colegas de los otros miembros de su grupo. El entró en la formulación un poco de rebote recientemente, se siente desplazado entre tanta gente desconocida y se mantiene al margen. Alan está cada vez más relajado, se le empiezan a cerrar los ojos. De pronto los ladridos de un perro le hacen regresar al mundo real. Un poco desorientado, mira a su alrededor y por un momento todo le parece nuevo. Cuando ya está situado fija la mirada en el perro despertador. Es grande e inquieto y trae a su dueña de cabeza. Va con una amiga. Las pupilas de Alan se dilatan al contemplar a esa chica y el tiempo se ralentiza. Es la cosa más preciosa que ha visto nunca. Ella se ríe y juega con el perro. Están un rato por ahí sentadas en un banco y hablando con unos chicos. Alan se siente poseído por una ansiedad que le empuja a hacer algo, ¿pero qué? Siempre ha destacado por ser tremendamente tímido. A duras penas puede hablar con las chicas que conoce en general. Nunca le ha entrado a una desconocida y esta no será la primera vez. Pero sus ansias crecen a medida que la imagen de esa chica se le incrusta en la mente. Los chicos por fin se van, se hacen muecas sutilmente entre ellos. Parecen idiotas ciertamente y aun así han conseguido hacerlas reír y tontear con ellas. Puede que se conocieran de antes.


-Sara, creo que en ese grupo hay un chico que no para de mirarte-  dice Ana sin disimular.
-¿Que dices? ¿Quién?-  Sara está sorprendida.
-Ese que va de negro con pantalón corto y sin mangas-  Le señala descaradamente.


    Se produce un breve contacto visual hasta que Alan baja la mirada avergonzado. No tenía previsto que ella se diera cuenta de su presencia. Por un momento se siente abochornado pero pronto siente más real aquello que prometía quedarse enterrado en el anonimato de su timidez. En los instantes contiguos, el chico busca prudentemente y de reojo a Sara que le responde con el mismo juego sin dejar de hablar y reír con su amiga. Él arde con cada presunto contacto visual pero hay casi 10 metros entre ellos y no acierta a valorar con seguridad nada de lo que ocurre. Alan no ha tenido nunca novia a sus 25 años. Se ha acostado con un par de amigas pero de eso hace ya bastante tiempo. Quiere levantarse y acercarse a ella pero como más lo piensa más aprisiona el miedo a su voluntad. A menudo se siente culpable por no intentar conseguir a esa o aquella y se escuda en la opinión de que no son tan guapas, o no le gustan tanto, pero en este caso, ese argumento no es válido. Cuanto más la mira más convencido está de que es la chica más hermosa del mundo. Lleva ropa primaveral, pantalones anchos y una camiseta de manga corta con un buen escote. Tiene un buen par y, jugando con el perro, tiene algún que otro accidente de contención mamaria: Alan siente como se contraen sus emociones. Los minutos se le caen entre los dedos disolviendo una ocasión que no volverá jamás. Sin siquiera planteárselo se encuentra de pie y empieza a andar. Pero no consigue encaminarse, así que, consciente de lo ridículo que sería dar media vuelta y volver a sentarse, se dirige a la sala sintiendo la mirada de ambas chicas. Se aferra al pretexto de la llamada de la naturaleza. Una vez en el lavabo, se mira en el espejo y se dice: “no pienses, como más pienses menos podrás contra el miedo” inspira largamente, sopla y emprende el camino a su objetivo. Con ellas dándole la espalda le resulta más fácil la aproximación pero aun así su adrenalina se dispara hasta el momento en que llega y abre la boca. Entonces se produce un bajón que le permite entonar una voz natural:

 

-Hola chicas, que tal estáis?-  bastante pasable, se le nota respiración profunda pero no preocupante.
-Hola / Hola-  Responden ellas al unísono.
-Que perro más bonito, tiene mucha vitalidad ¿no?-
-Si / Si-  Otra vez sincronizadas con sus ojos clavados en él.
-Yo tengo un gato, no es tan escandaloso-  Ya un poco nervioso por las respuestas tan escuetas.
-Ya ves, este perro es muy revoltoso, no para en todo el día-  Contesta Ana (la dueña)


    Alan se siente aliviado por este comentario aliñado con una sonrisa, aunque Sara ya está mirando hacia otra parte. El perro sí que le mira fijamente pero eso a él no le incomoda y la cooperación de su interlocutora le da seguridad para proseguir.


-Me llamo Alan-  y se queda a la expectativa.
-Yo Ana-  se produce una pausa inquietante.
-Y yo Sara-  La escucha de la voz desnuda de la chica por primera vez le permite descubrir un tono suave y tímido que le da un tirón en el corazón.
-¿Y él?-  dice Alan con un tono coñón.
-El se llama Tronco y es un perro muy, pero que muy maloooo-  Dice Ana rascándole el cuello.
-¿Os gusta la música en vivo? Lo digo porque a las 10 nos toca actuar aquí en la sala-
-Ah, pues a lo mejor después nos pasamos, ¿qué música es? ¿No será heavy metal?- pregunta desconfiada Ana.
-No, no. Es música bastante melódica. Estoy seguro que os gustará-  con confianza
-Vale, ahora nos vamos pero después a lo mejor nos pasamos-  Dice Sara y se levantan.
-Si, bueno, yo estaré por aquí, a lo mejor nos vemos… adiós-
-Adiós/adiós-  otra vez al mismo tiempo, esta vez se miran y ríen abiertamente de la coincidencia.


    Alan emprende el camino de vuelta al banco donde le esperan los chicos de su grupo y los colegas. Camina sin entender muy bien lo que ha pasado. ¿ha ido bien? ¿ha ido mal? Ana ha sido simpática pero Sara apenas ha hablado. El tono ha sido bueno y han dicho que puede que vengan pero en plena conversación se han levantado y se han ido. Seguro que les ha molestado. Se siente valeroso por una parte por haber superado sus temores pero derrotado por otra porque, aun sin ninguna mala cara, ellas se han marchado. Al llegar con los demás detecta algún gesto de complicidad de sus colegas músicos, pero en pocos segundos todo se dispersa y vuelve al punto de partida, sentado en el mismo sitio sin ellas.


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