La carta a los Reyes

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“Reverenciadas Majestades…”

Manolo tuvo que leer, al menos, dos veces el inicio de aquella carta, ya que su voz se quebró en un falsete a causa de la emoción. Riquelme, en cambio, bajó la mirada y, esbozando una sonrisa entre burlesca y comprensiva, movió la cabeza en señal de negación unas cuantas veces.

“Aunque confío, por la fe que tengo depositada en vosotros, en que sabéis de mi buen comportamiento y de cuanto me he aplicado en mis estudios, especialmente en Aritméticas, que tan sabiamente nos imparte Sor Romualda con infinita paciencia, quiero manifestaros mi firme compromiso de que tan pronto como regrese de veros en la Cabalgata, y después de que nos hayamos tomado el roscón y el chocolate que tan bien prepara Delfina, nuestra criada, me retiraré a dormir bien temprano, como corresponde a una niña obediente”.

Manolo siguió con la lectura, pero su voz pasó del falsete a un tono rotundo y entusiasta contagiado, tal vez, por la ilusión infantil del texto.

“Quiero dejar a vuestro criterio los obsequios que consideréis adecuados a mi buen comportamiento. Sin embargo, y sin el propósito de querer ser pedigüeña, pues mi única intención es la de facilitaros vuestra tarea, me gustaría que supieseis que tengo especial ilusión en llegar a conseguir…”

Manolo describió todos y cada uno de los catorce juguetes que incluían la carta. Desde “Celina, la muñeca de la ilusión”, una especie de famélico maniquí en miniatura que no solo hablaba sino que movía los labios y la boca como si fuese una niña real, hasta una “Calesina”, una bicicleta infantil de diseño y cuyo importe no bajaba de los seiscientos euros, la relación de los juguetes mantuvo a los dos hombres con la atención desviada de sus bebidas durante cerca de diez minutos a la vez que sonreían con paternal ternura ante la osadía de la chiquilla.

“Por otra parte, deseo que os acordéis también de esas otras niñas que no van a poder estar junto a sus padres, porque estos han sido tan irresponsables y ambiciosos que han querido conseguir una casa propia sin tener en cuenta que ellos solo ganan trescientos euros al mes, ya que no son empresarios como mi papá. Para ellas, obviamente, no os pido juguetes, tan solo deseo que en estas Navidades, además de su bocadillo mágico de pan e imaginación, puedan comer también algún pedacito de turrón y que puedan pasar algunas horas en compañía de sus padres.

Manolo volvió a prorrumpir en un agudo sollozo. Pero la causa de su emoción no era el hecho de que a los padres de esas niñas a las que se refería la carta les hubiesen retirado la patria potestad por orden de Servicios Sociales ya que habían perdido su vivienda por el impago de la hipoteca y su falta de medios económicos era más que evidente, sino la precoz inteligencia de Matilde Gómez Sandrejo, la aplicada alumna de diez años del Colegio Privado Nuestra Señora del Divino Auxilio, cuya carta a los Reyes Magos había llegado a él por mediación de Perfecto, convertido en Rey Melchor por unas semanas, y por cuyo regio trabajo había tenido que prescindir de sus veladas sabatinas durante algún tiempo.

“Postdata: os adjunto una copia de mis notas para mejor constancia de mis calificaciones”.

Tras una atronadora salva de carcajadas por parte de ambos que logró que el whisky que estaba tomando se desviase hacia la nariz, Riquelme apostilló “A esta cría me la estoy viendo, dentro de diez años, con escolta y en un coche oficial con sirena, como el chaval aquel de la tele”


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