Aquella joven misteriosa...

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Llevaba mucho tiempo escuchando hablar de ella, era joven, atractiva, esbelta, adorable... Pero nunca había tenido el gusto de verla en persona.

Era domingo de madrugada, aproximadamente las cinco de la mañana, yo, acababa de salir de trabajar del bar de la calle Prior, pero justo en aquel momento en que me disponía a doblar la esquina me choque con una joven solitaria fumando un cigarrillo con una pipa enorme. Yo, decidí acercarme a ella para entablar conversación, era mi momento, tras cinco horas de duro trabajo iba a obtener mi recompensa, cuando, de repente la joven me regaló una sonrisa y pude apreciar de cerca su bello rostro. 

Nunca había visto algo igual, no es que fuera muy hermosa pero, separando las cosas, tenía muy buenas características. Su cara cuadrada daba la sensación de dulzura y confianza que tanto me gustaba en una mujer. Su frente lisa y amplia cubierta por un flequillo despeinada por el sudor de la pista de baile le daba un morbo especial que contrastaba la dulzura mencionada anteriormente. Sus  cejas arqueadas y espesas invitaban a observar esos grandes ojos expresivos y soñadores que me recordaban a mi abuela, “mi abuelita” fallecida años atrás, color negro azabache. La nariz fina y puntiaguda me evocaba a los cuentos de la infancia en los que todos eran felices y comían perdices.

Mire a mi alrededor, ella no estaba acompañada, para mi suerte no había nadie en 30 metros así que volví a dedicarle una mirada esta vez más sensual. Ella se encontraba dándole una calada a su pitillo. Allí pude apreciar su pequeña boca voluptuosa coloreada con clásico rojo y sus dientes alineados pero un poco amarillentos por el tabaco. Las chupadas mejillas daban la sensación de falta de alimentación pero en ese tema quise discrepar un poco para observar su fino y estilizado cuello decorado con un foulard de Louis Vuitton de seda rosa. 

La sonreí y me presente como buen caballero que soy. Le dije que tenía muchas ganas de conocerla porque mis compañeros me habían hablado ya de ella en otras ocasiones, pero ella seguía sin decirme nada, solo sonreía, aunque esta vez me regaló una carcajada. Estaba contento, se reía conmigo. Cuando finalmente, después de llevar un rato sin escuchar ni media palabra de ella la invité a mi casa, se volvió a reír dedicándome unas adorables palabras: “Por menos de 50 euros yo no hago nada chaval”. 


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