Selección de personal

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Aunque tanto Perfecto como Riquelme mostraban por sus caras el mismo enfado, fue Riquelme quien no pudo aguantar por más tiempo su ira.

-“Manolo, majo, tú eres un poco tonto, ¿no? Son las doce y media de la madrugada del domingo y además de venir diez minutos tarde, te dejas caer en el reservado con una carpeta de la oficina. Y no me digas que eso que llevas ahí son currículos porque sería yo el que te los hiciese tragar como tapa del chivas que vas a tomarte.”

Manolo cerró los ojos y, después de tomar aire, esbozó con sus labios un rictus de solemnidad que lejos de imponer respeto casi le provocó una carcajada a Perfecto pese a su habitual formalidad.

-“Riquelme, en primer lugar te exijo un respeto hacia mi persona. Y sí, son currículos.”

Riquelme iba a replicarle con que ahora ya ni siquiera se admitían sino que todo pasaba por pactar a la baja los salarios y, dependiendo de las referencias, especialmente, las familiares y, sobre todo, políticas y sociales, se escogía al candidato o, mejor aún, candidata. Sin embargo, Perfecto, revolcándose literalmente sobre el tapiz del suelo presa de un ataque de risa no solo logró que no dijese nada sino que contagió a ambos de su hilaridad.

Tras reponerse de aquel episodio, Manolo extrajo de la carpeta un folio encabezado por una fotografía de tamaño carnet. Se trataba de una mujer de unos cuarenta años en cuyo ancho rostro destacaban unas gafas de pasta y alta graduación. Bajo el retrato podía leerse una amplia experiencia laboral que, a lo largo de veinte años, había comprendido desde un puesto de secretaria en un despacho de abogados durante tres años hasta seis como administrativa interina en el Ayuntamiento, sin contar numerosas inmobiliarias y gestorías por las que había trabajado. En cuanto a su formación desde el inglés, que dominaba a la perfección, hasta el francés y el alemán, con que se desenvolvía con soltura, además de su dominio del plan general contable, revelaba que aquella mujer no era nada conformista ya que tras obtener su título de administrativa había realizado un sinfín de cursos para potenciar sus habilidades y conocimientos. Sin embargo, fue la fotografía de aquella mujer madura y algo obesa el detonante, la chispa que volviese a reavivar la tempestad de carcajadas en los tres amigos.

-“¡Siguiente!”. Parodiando la entonación del presentador de una gala de boxeo, Manolo blandió ante sus amigos el siguiente currículo. Esta vez era la fotografía de un señor de unos cuarenta y cinco años, calvo y que esbozaba una leve sonrisa la que se hallaba en la cúspide de una relación de méritos formativos similares a los de la mujer, salvo por un curso de ruso comercial y la constancia de que era capaz de alcanzar las cuatrocientas pulsaciones por minuto en mecanografía. En cuanto a su trayectoria laboral, además de haber coincidido como compañero de trabajo de su competidora para aquella selección en unas cuantas asesorías, destacaba por su experiencia de quince años en diversos departamentos del mismo ayuntamiento donde también había trabajado ella, siempre en calidad de interino.

-“Hala, Manolo. ¿Con quién nos quedamos con Angelina Jolie o con Brad Pitt?”. De nuevo, las carcajadas volvieron a desatarse por espacio de otros diez minutos hasta que los tres volvieron a guardar silencio para tomar unos tragos y reponer fuerzas.

-“Oye, que no he dicho que fuesen dos”. Dicho aquello, Manolo volvió a salir para entrar de nuevo en compañía de una muchacha de unos dieciocho años, de un metro ochenta de estatura, rubia, y dotada de unas facciones que bien la hubieran hecho merecedora de algún título de miss.

Al principio, la chica se sintió algo cohibida ante la presencia de aquellos cincuentones que no dejaban de reparar sobre todos y cada uno de sus encantos físicos al tiempo que sonreían como auténticos imbéciles babosos. Naturalmente, tuvo que ser Riquelme quien iniciase una conversación en la que la muchacha exhibió su erudita inteligencia. Desde que Sevilla se encontraba lindando con Bilbao y Cáceres, hasta que el Activo y el Pasivo se diferenciaban entre sí en cuanto que el dinero avanzaba o se detenía para anotar los ingresos en el Debe y los gastos en el Haber, la muchacha fue tomando, poco a poco, la confianza suficiente para demostrarles que, en cuanto a formación, era la candidata más adecuada para el puesto que Manolo quería cubrir en las oficinas de su fábrica. Pero llegado el momento de hablar sobre su experiencia laboral, un “eh” “ah” “uhmmm” junto al sensual modo con el que se mordía el labio inferior fue el detonante para que, casi de forma simultánea, los tres se precipitasen a prorrumpir con un “Bah, no te preocupes”.

Para dulcificar un poco ese apurado instante, Manolo levantó de forma autoritaria el dedo índice de su mano derecha para que Irina le trajese un San Francisco a la joven candidata. Dado que la bebida se servía en un vaso tan alto como estrecho, bastó un involuntario roce de los dedos de la joven para que el San Francisco se derramase sobre la mesita de cristal donde estaba el resto de vasos. La chica no pudo reprimir un apurado suspiro que volvió a reclamar la atención de su preceptor, Manolo.

“Tranquila, chiquita. No te preocupes. ¿Ves? Si siempre llevo encima de todo, hasta papeles para limpiar.”

Tanto el hombre calvo como la mujer obesa observaron desde sus respectivas fotografías como el destino de toda su extensa relación de títulos y años de trabajo no fue otro que el de acabar como secante de una refresco con sabor a fresa.


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