1795

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1795

El hechicero Cocofió apareció de repente entre la zamba de los negros y gritó “Llega la hora…la hora llega”, y empezó a reír y a bailar nerviosamente producto de las hierbas que fumó con los indios demorados durante el trayecto desde Coro hasta “Las Macanillas”. Abría los ojos desmesuradamente y trataba de emocionar a la multitud que lo rodeaba, la peonada murmura y lo examinan las miradas, sin palabras y en espera de otra exclamación afirmativa, lo siguen hasta el centro de la reunión. La noche temprana hacía mover las lumbres y el baile, pero el silencio continuó, hasta que volvió a gritar “José Leonardo” y los más cercanos que lo oyeron claro, le indicaron señalando con los brazos un rincón de una casucha, el negro cenizo y oscuro mostró una mueca de satisfacción y empezó a bailar, dando pequeños saltos, hizo pausa, respiró profundo y se dirigió con paso vacilante hacia el lugar indicado donde un grupo pequeño de negros hacían circulo en cuclillas. Atravesó el claro y al llegar al grupo reunido, él también se acuclilló, se hablaban entre ellos, se escuchaban y asentían con movimiento de cabezas, a pesar que las curbetas no dejaban de sonar con su rítmico palmoteo. Se reanudó el baile y entre giros y contoneos de los cuerpos, comenzaron a tomar calor y emoción. Los hombres reunidos continuaron hablando entre ellos y se escuchaban frases sueltas que decían, “José Caridad no vᔠrefunfuñó Cocofió, “los luongos de Curazao están esperando” masculló José Diego “Coro es nuestra y ya” pifió Juan Bernardo, “Acabemos con los blancos” explotó Juan Cristóbal, “los indios están dispuestos” terminó José Leonardo, zambo de buena talla, hijo de ladino y caquetía y el negro cenizo y oscuro con sombrero de cogollo deshilachado increpó al zambo mayor, “Vamos o no vamos” y éste solo afirmó con la cabeza y un brillo rabioso en los ojos. El grito de aprobación de la multitud retumbó de manera clamorosa inundando el espacio y el baile se volvió más rítmico y violento, las minas dejaron escuchar los primeros versos en son de reto y rebeldía: “…candela arriba, candela abajo, saca la muchacha, corta la cabeza, come los zamuros, bebe el aguardiente”, “Candela abajo, candela arriba, que muera lo blanco, que lo negro viva…”. El baile se hizo cada vez más agitado y entre golpes de tambor y aguardiente, los negros tomaron fuerza, el entusiasmo se desbordó y en bandas espontaneas se dirigieron a sus chozas en busca de cualquier arma para matar. Esa noche arrasaron “Las Macanillas” y a Tellería, asolaron a “Varón” y a Manzanos, devastaron a “Magdalena” y a “Sabana Redonda”. En el “Socorro” establecieron cuartel y ya la insurrección de negros, indios y mestizos, no se detendrá hasta que el zambo sea hecho prisionero por delación en Baragua, su familia dispersada y de él, ahorcado y desmembrado, solo volverán sus manos, para cuidar la tierra, desde las cumbres de la serranía en Curimagua hasta la poblada de Coro en Caujarao. Sin embargo, su espíritu infatigable y tenaz salta de la costa firme y aparece solidario tres meses después en el levantamiento de Tula.


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