¡AY CARMELA!

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Días previos a la rendición de Málaga a las hordas franquistas, Febrero 1937, en la guerra civil española. Ante el cerco de las tropas del general Queipo de Llano, ante la inminente caída de la ciudad, la gente de Málaga comenzó un periplo sin retorno hacia Almería huyendo de la posible represión de los fascistas. A este éxodo se le conoce en la historia como “La Desbandá”, y a ese camino como “La Carretera de la Muerte”, pues, por cielo, tierra y mar, con sus bombardeos, los franquistas mataron entre 3.000 y 5000 personas, dejando un reguero de sangre sobre la yerma tierra. Uno de tantos milicianos defensores de la ciudad era Miguel, joven, de veinticinco años, había dejado su pueblo para defender la libertad y el progreso que le dictaba su conciencia ante el empuje del arcaísmo dictatorial que representaba el franquismo.

Aquellos días Miguel estaba en la trinchera. Tenía miedo. Pensaba que iba a morir. En el silencio del miedo comenzó a recordar a su gente: sus padres, sus hermanas y su hermano de cinco años, y sobre todo, a su Carmen, su novia de toda la vida. Ella esperaría su regreso, el prometió regresar. La veía bella y lozana, y echaba de menos sus besos, sus caricias, su frenesí… Todo eso lo perdería, y con lágrimas en sus ojos comenzó a musitar la canción: ‘¡Ay Carmela!

El día tres el mando republicano dio orden de evacuación de la ciudad, todo estaba ya perdido, y los milicianos se unieron al éxodo de los civiles malagueños, una huida hasta Almería. El regimiento de Miguel siguió hasta Valencia, donde se había trasladado el gobierno legítimo de la nación. Miguel luchó en el frente de Aragón, en la “Batalla del Ebro”, pasó a Cataluña, y cuando la derrota era inminente, huyó, como otros miles de españoles, del gran exterminio franquista pasando los Pirineos hacia Francia. En un campo de internamiento conoció a Paco, se hicieron amigos inseparables, y, juntos, se alistaron en el ejército francés, combatieron en la SEGUNDA GUERRA MUNDIAL y entraron en Paris en agosto de 1944 en el día de su liberación. Las noticias que venían de España no eran muy halagüeñas para los republicanos, había mucha represión y los dos amigos decidieron no volver a sus hogares. Se establecieron en la campiña francesa, al sur del país, allí se dedicaron a la agricultura y más tarde montaron una granja, de la cual vivían y trabajaban, y no era raro oír a Miguel cantando ¡Ay Carmela!, porque a su Carmen la llevaba dentro de su corazón.

España ya era una democracia consolidada, con todas las garantías constitucionales. Muchos exiliados volvieron a sus pueblos, a su España. Paco miraba hacia atrás, callaba, no tenía a nadie esperándole en el pueblo. Miguel lo habló mucho con su amigo, pero tenía miedo, y ese miedo lo hacía cobarde, se sentía tan cobarde que dejó de cantar, de recordar a Carmen. Y pasaron los años. Paco se casó y tuvo dos hijas, pero siguió en la granja. En el verano de 1980 Miguel dijo a su amigo que quería ir a España, necesitaba estar en el pueblo. Paco lo comprendió, le acompañaría en el viaje. Llegaron en avión hasta Málaga, cogieron un taxi, recorrieron la parte norte de la ciudad, donde Miguel había luchado. Miraba en silencio, se emocionó. Allí dejo muchos amigos. Después tomaron dirección al pueblo. A Miguel le dio un vuelco el corazón cuando oteó su pueblo: sobre una gran piedra, blanco como las de un ángel levitando. Se dirigieron a su casa, todo era nuevo, pero llamó dubitativo. Le abrió la puerta un hombre de unos cuarenta años, robusto. “Soy Miguel, el de Juana”, dijo suavemente Miguel. El que abrió la puerta dudó un instante:” Yo soy Juan, tu hermano menor”, dijo emocionado, y se abrazaron llorando. Fue una fiesta para la familia. Hubo júbilo y llantos, los vecinos acudieron a ver lo que pasaba, y al poco todo el pueblo sabía que Miguel, el hijo de la Juana, volvía de la guerra. Su hermano le dijo que las hermanas ya habían muerto, que sus padres fueron ajusticiados por rojos. Hablaron y hablaron los hermanos, casi toda la noche, Juan le contó los cambios de la nueva sociedad y del estado. Ya no había miedos. Al día siguiente, Miguel le preguntó por Carmen, este le habló de ella y le dijo donde vivía. Miguel, sin pensarlo dos veces, se dirigió a la dirección que le apunto su hermano. La puerta la abrió una chica joven, era la criada. Lo pasó al salón. Al instante se oyeron unos pasos, era Carmen. Se plantó en la entrada del salón. Ya tenía unos sesenta años, pero aún guardaba belleza, seguía siendo guapa. Corrieron uno hacia el otro. Se abrazaron y lloraron en silencio. No se dijeron nada. Sus miradas se lo decían todo. Se sentaron en el sofás, juntos, cogidos de la mano y mirándose a los ojos.

-El destino ha partido nuestras vidas. ¡Maldito destino! –Dijo Miguel.

-Y la guerra, esa odiosa guerra que tanto nos ha quitado.

Te casaste, -Se atragantó Miguel- con Julián, el hijo del boticario. Me lo dicho mi hermano Juan.

-No tuve más remedio. Si no me caso con él, hubieran fusilado a mis padres. Sabes que su padre era falangista.-Miguel asintió.-Cuando acabó la guerra fue el jefe de falange, mis padres estaban presos, los iban a matar. Tenía que salvarlos.

-Hemos vivido una época de odios y mentiras. Hemos luchado por nada.-Dijo el triste.-

- ¿Por qué no has venido antes?

-Me casé. No podía venir. Enviudé.

Dejaron de hablar de ellos. Se lo decían todo con la mirada. Salieron a almorzar, y le presento a Paco que se unió a la comida. Paco estaba encantadísimo de estar allí, pero sentía la necesidad de volver junto a su familia. Vino un taxi a recogerlo, y se despidió de su amigo poniendo rumbo hacia el aeropuerto. Antes de salir del pueblo, por una acera, vio caminar a Carmen. Se bajó del coche. Se dirigió a la mujer, esta, al verlo, dudó un poco.

-¿Te vas? –Dijo sorprendida.-

-Tengo que marcharme. Es necesario. –Dijo acercándose a ella.-

-¿No va contigo, Miguel?

-No te lo ha dicho, ¿verdad?

-¿Qué tiene que decirme? –Dijo intrigada.-

-No se va, él se queda.

-¿Cómo? –Dijo alto.-

-Verás, Carmen. Está enfermo. Es terminal. Ha venido a morir a su pueblo. –Carmen comenzó a llorar en silencio.- El nunca se ha casado. Siempre te ha recordado cantando, y lo hace diariamente.

-Me ha engañado. ¿Po qué no ha venido antes?

-Es mentira piadosa. No ha venido por miedo.

-Miedo a ¿qué? –Dijo fuerte.-

-A encontrase lo que se ha encontrado ahora: que estuvieses casada y con hijos. Siempre dijo que moriría en el frente. El frente es su tierra, su gente, por eso ha venido. Sé que va a morir en su frente, pero sé que lo hará en buenos brazos.

Paco se despidió de Carmen. Se metió en el taxi dirección Málaga. Carmen quedó pétrea en la acera viendo alejarse el coche con sus ojos llenos de lágrimas resbalando por sus mejillas.

 

 

 


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