EL MENDIGO

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Tumbado en un banco, embargado por la emoción, con la respiración entrecortada y las lágrimas asomando por sus mejillas agrietadas y carcomidas por el paso despiadado de los años, con la mirada perdida en el horizonte y pensando con rabia en ese sueño, que se encontraba en lo más profundo de su alma luchando por salir a flote, y que la esperanza le arrebatara una vez, estaba el mendigo.
Y esa mirada cansada se iluminó de pronto, inmortalizando aquellas imágenes que su mente conservara archivadas en los recuerdos de su memoria, como si de obras de arte se tratasen y, fue entonces cuando sus ojos, milagrosamente, cobraron vida y empezaron a colorear las aguas de los canales de esa Venecia, testigos ellas de tantas tardes emocionantes, que se rendían a sus pies pasara por donde pasara. Ese laberinto de callejuelas estrechas, con el sabor añejo de la pintura vieja y desgastada, pero con la belleza palpitante de quien sabe defender la honestidad y la honradez de su alma. Rememoró también, la ropa tendida en las fachadas, el colorido de los toldos que hacían sombra ante la mirada atenta de algún transeúnte sorprendido por la pugna mantenida entre el sol resplandeciente y el agua del canal, los puentes transitados y orgullosos rivalizando con las nostálgicas góndolas…
Un vendedor de torres parisino le hizo entender la verdadera esencia de la vida y le mostró el palpitar de una ciudad envuelta en lluvia capaz de sentir, al mismo tiempo, el llanto de un artista y las emocionantes risas infantiles de unos niños en un tiovivo frente al semblante estupefacto y celoso de los que ya no volverían a revivir esos momentos y que no tendrían ningún reparo en trocar sus almas en un mercadillo medieval a cambio de cualquier cachivache, sólo para poder palpar esa inocencia unos pocos segundos.
Y como por arte de magia, logró atrapar entre sus manos ese sueño tan anhelado que se quedó en su corazón para siempre y fue así como el pobre mendigo consiguió ser feliz y nos regaló, de sus labios, una última sonrisa.


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