De repente, un extraño (capítulo 2/3)

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Santi caminó detrás de mí muy lentamente, empujándome hacia el concurrente que, sin cortarse un pelo, ya tenía una mano frotándose el paquete sobre el pantalón vaquero. No me importó excitar a Akim, al contrario, eso multiplicaba mi propia fantasía. Ya estábamos apenas a un metro del corpulento personaje, y mi conductor empezó a centrarse seriamente en mi excitación. Delante de su amigo introdujo una mano bajo mi falda levantándola claramente para dirigirse hacia el interior de mi braga, usando el monte de Venus como única trayectoria. Directamente ofreció a Akim la deliciosa imagen de su mano invadiendo mi húmeda rajita bajo la tela que todo lo tapaba aunque mucho intuía. Mi exacerbación era ahora explícita. Cerré los ojos y me dejé hacer. Ya no me importaban los siguientes pasos de Santi. Estaba invadida por la lujuria y mis forzadas respiraciones eran ya gemidos muy claros de deseo. En una de las pausas Santi extrajo su mano de mi entrepierna para mostrarnos, juntando sus dedos pulgar e índice, el cable transparente de lujuria que formaba mi rocío.

Hubo un momento concreto, al límite de mi abrumadora situación, en la que abrí los ojos para ver a Akim ahí abajo, casi a la altura de la paja que me hacía Santi, pero esta vez con una novedad que no me esperaba. Vale, sí me esperaba: el jayán se había sacado la polla por la bragueta, un émbolo oscuro de cabeza sonrosada y tronco grueso que, incluso sobresaliendo de una apertura forzada, se antojaba enorme. Y así me lo hizo saber Santi:

“¿Has visto el pedazo de polla de Akim?”, me susurró cerca de la oreja.

La pregunta, así como el falo, eran dos conceptos grandilocuentes. Dos retóricas que quería apartar de mi mente. No estaba ahí para eso. Y entonces Santi nos acercó más a su amigo. Yo diría que ya casi podía olerme. Lo afirmo. Podía olerme. Yo misma me olfateaba ya. Akim solo tuvo que depositar su taza en la bandeja y alargar los dos brazos para acceder a mi ropa interior con sus propias manos. Así, deslizó mi prenda íntima brevemente hacia abajo mientras mi protector me abrazaba más fuerte desde atrás, pellizcando uno de mis pezones con cierta dureza. Tras dejar mi conejo parcialmente desnudo, Akim levantaba ahora mi falda con una de sus manos mientras pajeaba su enormidad cobriza con la otra. Yo aún no era consciente de ese detalle, pues estaba absorta en el placentero dolor que Santi propinaba a mis areolas mamarias.

“¿No te gustaría agarrar esa polla, Eva?”, me insistió Santi dos o tres veces al oído. En ninguna de ellas respondí.

Fue justo cuando mi novio me empujó de los hombros hacia abajo con la intención de arrodillarme en el suelo cuando Akim saltó de su asiento poniéndose en pie y haciendo bailar su taco carnoso de un lado a otro. Si estando sentado me pareció un trabuco, de pie, frente a mí, era un torpedo. Es curioso comprobar cómo un tipo de aspecto tan desagradable puede ofrecer un pene tan bonito. Era casi perfecto. Su color ocre emitía destellos mientras el robusto glande rosáceo brillaba y se tornó en un morado afrodisíaco. Santi seguía detrás de mí, levantado, acariciándome el pelo, mientras Akim soltó la ordinariez que me esperaba:

“Cógeme la polla, guarrita”, espetó el muy cerdo.
“Píllasela nena, pajéale como si fuera mi propia polla”. Caramba, si aún desconocía cómo era su propia polla...

Agarré ese proyectil con mi mano derecha sin conseguir rodearla del todo. Mis dedos no lograban tocarse en el abrazo manual. Pero lo importante es que ya estaba sujeta y que los movimientos eran los propios de un pajote en toda regla. Empecé suavemente, cuando aún se podía apreciar cierta ductilidad que, por supuesto, desapareció al cuarto o quinto movimiento, cuando el pollón de Akim era ya una barra de hierro incandescente en mis suaves manos.

“Joder, cómo pajea tu putita”, otro de sus comentarios execrables a los que yo hacía caso omiso.

Santi se había agachado a mi lado para besarme en la boca y, de paso, empezar a desnudar mi torso. Aún no sabía qué pretendía mi chico, pero un trío es lo que se me antojó más verosímil. Fuera lo que fuera, no pensaba besar a Akim. Ni dejaría que me sodomizara. Eso lo tenía claro.

Ya estaba desnuda de cintura para arriba y con el pene de Akim follándome la mano. De vez en cuando soltaba algún gruñido de satisfacción y yo aceleraba mis movimientos con la esperanza de que se corriera enseguida y pudiéramos irnos a casa. No estaba especialmente cómoda. Solo la extrema calentura de mis genitales me impedían salir de ahí por patas. Anhelaba el miembro de Santi dentro de mí y, de vez en cuando, con mi otra mano, lo buscaba sobre su pantalón. Pero él se apartaba para imponerme mayor atención en su amigo. Era una situación rara de cojones...

“Métetela en la boca, Eva”, me sorprendió Santi.
“Sí, chúpala bien adentro”, respondió el cerdo. “te vas a tragar toda mi leche”, añadió con una sonrisa escabrosa.

Santi me agarró suavemente por la nuca para acercar mi hocico al glande morado, hinchado, mojado y oloroso. Abrí la boca en un gesto de resignación y, con mis labios, abarqué la totalidad de la chola, deslizándolos por su fina superficie hasta abrazar por completo la cabeza de la verga.

“¡Arrrgh, qué pasada de boca! ¡No pares de chupar!”

Akim se irguió lo máximo que pudo con las manos en la cintura y con la intención de extraer de forma suprema toda la extensión fálica de su entrepierna. Mientras Santi, a un lado de mi altura, mantenía su mano en la parte trasera de mi cabeza para marcar el ritmo y la profundidad que debía regalar a nuestro anfitrión. Mientras yo me hallaba ahí, tragando carne, escupiendo saliva por las comisuras y con los ojos llorones, aún no entendía por qué Santi seguía vestido y dirigiendo el cotarro. Pero mi ignorancia ahora mismo poco importaba. Los movimientos eran cada vez más rápidos gracias a la aplicación de mi novio, y ya notaba el pollón de Akim casi en la campanilla de mi garganta. Solo cuando fingí una arcada se me permitió aflojar el ritmo de la mamada. Y Akim aprovechó el momento para sacársela por completo de mi gaznate y golpearme con ella en mis mofletes sonrosados. Los hilillos de saliva que llenaban por completo el eterno cilindro eran muy característicos de la situación.


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