Resultado de un deseo (capítulo 2/3)

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Se giró para abastecerse de la pistola y de una herramienta que no fui capaz de reconocer y, cuando volvió a centrarse en mi sagrada raja se quedó inmóvil ante la misma. No dijo nada. Solo pareció haber oteado algo que no había sido planificado. Cuando le pregunté si iba todo bien, me soltó:

 

“Te has mojado muchísimo, de repente”.

 

¡Dios, no podía ser! ¡Un puto dejavú! Se me puso cara de póquer. Súbitamente noté cómo me entraban los calores del sofoco más abyecto. Por el mero instinto alargué una de mis manos para pasarla por mi vulva y comprobar la afirmación de Luis, mientras yo aún soportaba el peso de mis propias piernas en lo alto.

 

“Joder, es verdad”, solté con el semblante desencajado por la obscenidad que estaba ofreciendo a mi oyente. “Lo siento, de veras...”

“Tranquila”, me interrumpió mientras no pudo evitar sonreir. “¿No te folla bien el chico que está al otro lado de la puerta? ja ja ja”.

 

“Qué ordinariez de pregunta”, pensé durante un segundo. Pero le respondí con la verdad. No sé si es que necesitaba justificarme, o simplemente se me ocurrió fantasear con un polvo rápido.

 

”Si me prometes ser discreta, te puedo hacer descargar ahora mismo”.

 

Ahora sí que no supe qué decir. Me quedé paralizada. Me estaba ocurriendo exactamente lo mismo que con el podólogo. ¡Me cago en la puta! Bajé las piernas para descansarlas por fin en el suelo y, sin permitirme añadir nada más, Luis me acabó de quitar primero el pantalón y luego las bragas, desnudándome por completo de cintura para abajo. Me proporcionó una pequeña toalla para que yo misma amordazara mi boca, se levantó de su silla retráctil y, mientras me agarraba de un hombro para hacer presión hacia abajo, hincó dos de sus dedos dentro de mí, empujando todo mi ser hacia arriba para comenzar una paja brutal, arrolladora, que no pude controlar por sentirme literalmente atrapada entre dos fuerzas opuestas. Lo único que podía hacer en ese momento era asegurarme de no emitir sonido alguno y de permitir a Luis que me hiciera correr rápidamente. Con la mirada clavada en sus ojos de psicópata empecé a chorrear como una fuente. El sonido del silencio era tal en la habitación que se oyeron perfectamente mis líquidos chocando contra el suelo. Por un instante salió de mi interior y me introdujo esos mismos dedos en la boca apartando mi mordaza voluntaria. Me obligó a olerlos primero y a saborearlos después. Me invitó de nuevo a silenciarme para proseguir con la pajaza, pero mis gemidos preorgásmicos empezaron a escucharse bajo la toalla y Luis paró en el acto, antes de que el ruido arruinara su empleo y mi relación. Todo transcurrió en un minuto.

 

Salió de mi interior con lentitud y se agacho entre mis piernas para sorber con delectación los fluidos salados que todavía manaban de mi almeja irritada.

 

“Dios mío, qué duro me he puesto” me comentó en ese momento, mientras aún bebía de mí. "Eres una cachonda como las he visto pocas".

 

Qué gracioso el jodido. No supe qué responder a eso. Me quedé mirándolo con las dos piernas aún en alto. Se levantó, se sacó la polla que, efectivamente, pude ratificar considerablemente dura, y enfocó el glande hacia mi coño justo cuando, embargada por una sensación de culpabilidad, me tapé la gruta pidiéndole, en absoluto silencio, que no lo hiciera. Que no me ensartara. Que evitara empalarme. Dios, estaba luchando conmigo misma. Deseaba ese rabo dentro de mí y, a la vez, lo rechazaba por vete a saber qué razón... Bueno, sí que lo sabía: Berto estaba ahí al lado, joder.

 

“Está bien, lo comprendo”, afligió el pobre. “¿Puedo correrme encima de ti?”

 

Moví mi culo hacia el borde de la silla y agarré mis piernas por detrás de las rodillas para ofrecerle la mejor panorámica a su inminente descarga lechera. Él acercó su polla a mi entrepierna mientras se la pajeaba lentamente. Con una mano se presionaba la raíz del miembro mientras con la otra se acariciaba muy suavemente el tronco, chocando con la seta que cada vez mostraba un color más oscuro. Intentando no emitir sonido alguno, y mirando atentamente mi chocho mocoso, soltó un chorro inicial que viajó por encima de mí para aterrizar Dios sabe dónde, y seguidamente descargó el resto de su lava blanquecina dejándola caer sobre mi pubis, una espesa capa de crema que se acumulaba y se deslizaba hacia mis labios cubriéndolos por completo y haciendo imposible discernir, ahora mismo, la orografía de mi intimidad.

 

Él mantuvo el máximo silencio durante su momento de embriaguez sexual, y cuando se recuperó conservó la mirada clavada en su obra pictórica, irguió al máximo su dedo medio y, atravesando el telón de esperma condensado, me lo introdujo dentro para regalarme un último suspiro de placer antes de limpiarnos, acicalarnos y prepararnos para salir de la habitación y reencontrarnos con Berto que, ensimismado, ojeaba una revista dedicada al arte de los tatuajes. Nos despedimos con presteza y salimos a la calle. Necesitaba aire fresco.


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