Mi mayor droga, ella.

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Tan solo basta con oír su voz para que la vida se vuelva perfecta alrededor de esa diosa mágica.

Rubia de pelo, azul de ojos, como si sonara una sinfonía de Mozart y saliese de su piel pétalos y rosas.

Su cuerpo la rodeaba de espuma, ¡BENDITA ESPUMA!, el agua se deslizaba por su piel suave y blanca como si fuera el ángel que baja del cielo.

Por ultimo, cerraba sus ojos y se relajaba en esa bañera victima de aquella obra de arte, ni Picasso sería digno de apreciar esa maravilla. Esas curvas recorrían el camino a la gloria donde terminaba en un paraíso del que nadie ha estado aún.

 

 

 


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