1537

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¡Tenemos dos años en un andar y es poco lo conseguido, si continuamos todos moriremos! exclamó resignadamente San Martín ante Villegas, ¡Debemos tomar una decisión! ¡Talfínger abusa de nuestro gentilicio, no se contenta con depredar a los indios, también falta el respeto a caballeros castellanos! Villegas afirmó ¡Más que eso… debemos tomar acción, pero como justificaremos la deserción o la muerte del adelantado! San Martín meneó la cabeza ¡No necesariamente seremos nosotros los indiciados!, interrumpió Villegas ¡Hay gente portuguesa y alemana y esos son testigos! San Martín insistió ¡Si, pero no seremos nosotros los perjudicados…podemos decir que fueron los naturales o pensando mejor las cosas, si en el próximo ataque acudimos con retraso o dificultamos su auxilio! completó ¡Esos miserables que nos aguijonean a cada rato deberían llevárselo y ajusticiarlo como se llevaron a Don Francisco! Una carcajada relajó la escena e hizo recordar como terminó Don Francisco, descabezado por los indios como lo hizo él muchas veces con ellos y cercenada la cabeza con macanas, se la llevaron como trofeo. Continuó San Martín ¡Pero tendremos que planear algo…! En ese momento intervino Esteban Martín que se encontraba a la expectativa y se encontraba pensativo y unido a la intención, asintió y dijo ¡Yo me encargo de eso sin necesidad de levantar sospecha y a la vuelta de dos o tres meses estaremos a la orilla de la mar con suficiente botín para descansar y agarrar fuerzas! Y mirando inquisidoramente a Villegas y a San Martín preguntó ¿Y quién de los dos será el capitán general? San Martín confirmó ¡El comandante serás tú…Villegas! El aludido asintió ¡Hecho! y Esteban Martín recordó ¡Y la partición del oro la hará el factor…o no! San Martín explicó ¡Al día de hoy tenemos control sobre el oro, ya enviamos treinta mil pesos con Bascuña y quedan en poder nuestro otros sesenta mil, pero si pasamos más tiempo por acá es posible que quedemos enterrados con el oro! ¡Esos indios son mentirosos por naturaleza, lo mejor es regresar y no hacer caso a tanta palabra de tribus con oro y perlas! ¡La bolsa se puede romper y nos quedamos sin uno y sin otro! ¡Nos vemos! Y los tres se separaron. “Valle tranquilo el de Chinacota”, pensaban los conquistadores, sin embargo, miles de ojos no descansaban haciéndole seguimiento permanente a los invasores, advertidos los naturales de las crueldades de estos extranjeros blancos que saqueaban y quemaban al perseguir un sueño que lo traducían en muertes y sangre, querían vengar a sus semejantes, conocían que en combate frontal no eran oponentes, así que inventaron el hostigamiento al maldito invasor cada día, mañana y tarde, y los iban acabando uno por uno y por el tiempo que fuera necesario. Esteban Martín recibió invitación del adelantado para realizar una pequeña caminata a pie, por todo el borde alumbrado del campamento antes de cenar. ¡Don Martín, estoy considerando tomar el camino de regreso visto que las tierras no dan albergue y la tropa se está agotando…esta tierra no da el oro que buscamos y la gente es mala, sediciosa y traicionera! ¡No como la de Tamaleke!...Suspiró Micer Ambrosio ¡Se acuerda Don Esteban, de las piezas de oro y de las mujeres…, y sobre todo la comida ¡Ah!... que variedad! Don Esteban recordó con satisfacción el tiempo ido pero recordó también el paso del páramo que dejó tantos muertos castellanos como naturales por la tozudez del adelantado. “Ahí no vale codicia que sobre cuando falta el aire” pensó e iba a responder a Micer Ambrosio, cuando una flecha le atravesó la mano derecha que llevaba asida al pomo de la espada que colgaba de su cintura y gritó de dolor, al mismo tiempo escuchó un susurro del adelantado y volteándose pudo observar a Micer Ambrosio que con las dos manos se agarraba la garganta en el lugar donde podía verse el extremo emplumado de una flecha , Micer Ambrosio cayó de rodillas y Esteban Martín gritó ¡Indios, ataque de indios…alcanzaron al gobernador!, el ataque fue tan sorpresivo que cuando Micer Ambrosio terminaba de desplomarse boca abajo, ahogándose en su propia sangre y convulsionando sus extremidades, los indios estaban ya sobre Esteban Martín el cual se defendía a duras penas. El combate fue duro y difícil, haciéndose más complicado en la medida que la luz se agotaba, los extranjeros repelieron el ataque y recogieron el cuerpo de Micer Ambrosio, dudando en principio en sacar la flecha o no. El lecho donde fue depositado el cuerpo se anegó de sangre seis veces, la flecha traspaso su garganta de izquierda a derecha con una pequeña desviación hacia la espalda, tenía la mancha oscura del kurare de los llanos. El adelantado tuvo tres días completos de agonía y fue enterrado sin honores en el mismo lugar donde cayó, se desconoce el sitio preciso de la sepultura pero le heredó el nombre cristiano al valle donde vió la última luz.

 


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