1828

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1828

 La lluvia pertinaz le lava el rostro,  oculto en el hueco más oscuro del puente,  no puede evitar las filtraciones de la vieja y sinuosa madera. En mangas de camisa,  el algodón húmedo se pega al pecho y a las espaldas,  no así el pantalón de fieltro que se abomba por el exceso de agua. Flaco y desaliñado se encorva por el frío de la madrugada,  al costado un sable llamativo con adornos de cintas, sucias y húmedas, en sus manos una pistola española de un tiro,  con la mecha dispuesta. Sus ojos  reflejan cada inflexión provenientes de los diminutos destellos de luz que se cuelan por las rendijas del puente El Carmen,  cada vez que una turba lo atraviesa: ¡Abajo el longaniza! ¡Muerte al dictador!  ¡Libertad!,  exclaman de trecho en trecho, aparecen y desaparecen. Y los perros le hacen la ceremonia de compañía, bultos y ladridos. La madrugada transcurre lentamente, a ratos silencio,  a ratos ruidos de la soldadesca al compás de marcha y golpe de sable. El ceño del hombre flaco se frunce al pasar otra vez tropa,  esta vez sin gritos,  solo los balazos se escuchan a la distancia,  no abundantes,  aislados,  cansados. Y de golpe se enturbia la mirada y recuerda otros intentos de acabar con su vida, el escalofrío se hace presente, se apoya aún más contra la base de madera,  entrecierra los ojos,  pero no hay tranquilidad, la tos le vino en ataque convulsivo. No puede pararla,  el frío lo ahoga, cada vez que el acceso de tos lo dobla y le hace tomar más aire,  la asfixia se hace presente. No quiere delatarse. ¡Quien dijo que el frío baja de la montaña! ¡Nunca abandona las calles de Bogotá! Pensó en un arrebato de frustración, continúa tosiendo y aguantando su sonido en el estrecho pecho para no alertar a testigos. Se avista sólo,  pero una sombra se muestra a su lado derecho,  extendiéndole un pañuelo bordado. - ¡Tomé su excelencia!-,  exclama con clara voz y con tono apesadumbrado el joven corpulento con peinado estrafalario,  que intenta cubrirse la calva a pesar de la llovizna tenue - ¡Le hace falta más a usía que a mí! -concluye más para sí que para su acompañante. El pedazo de seda está seco,  por lo que el hombre flaco lo recibió con un asentimiento de cabeza y se lo coloca en la boca,  evitando la entrada del frío que aprieta y agobia, la llovizna  se convierte en lluvia. ¡Septiembre, que se lo lleve el demonio!- exclamó entre dientes y apretando el pañuelo trató de ver más allá de los arbustos y de las casas. Otra vez ruidos y gritos,  por lo que prefirió estarse quieto. Volvió a sus pensamientos y se mira frente a las visitas de advertencia, las posibles conspiraciones o los dueños de ellas y sin embargo,  el pensamiento húmedo,  se seca y ventila al calor de las Antillas,  rebota en Jamaica y Margarita, con sus amigos de juventud,  en los llanos, sabanas y  ríos venezolanos con compañeros de lucha, en las montañas y riscos colombianos  y sin embargo? ¡Escampó!- la exclamación susurrada lo saca de sus pensamientos, el pastelero, compañero de amarga fortuna mira hacia el puente y hacia él casi al mismo tiempo, mostrándose nervioso. Se reacomodan los dos en sus sitios buscando calor  y la lluvia vuelve a reiniciar su rumor con viento, esta vez en ráfagas,  inquietos se revuelven,- ¡Hay que esperar! - concluye José María el corpulento pastelero y ficha de valor en la cocina de gobierno. ¡Amanecerá y veremos que noticias hay de los cuarteles!- murmura  agitado el hombre flaco-, ¡Y de Manuela!,  ¡ay,  Manuela! ¡Y de Ibarrita! ¡Y Fernando! la inacción lo vuelve inquieto y vuelven los recuerdos del Caribe,  calor de día y de noche. -¡Excelencia!- dice en tono cantarín del lago el robusto compañero - ¡está amaneciendo!. ¡Una vez escampe,  es prudente ver que es lo que está ocurriendo en la ciudad!. -¡Tienes cordura Chema, además de buen amigo!. - asintió el hombre flaco. ¡Y por tenerla!- enfatizó el aludido, ¡usía se queda aquí esperando mi regreso!,¡Sin moverse,  ya que usía vale por un Perú!. ¡Si todo está calmo,  lo busco con refuerzos. Si no,  me vengo con la Doña!. Asintió el hombre calmadamente buscando seguridad. - ¡Eres claro y que la fortuna esté con los dos!. Afirmó el hombre flaco y volvió a la posición inicial para ocultarse y pasar desapercibido desde el pasamano del puente. La lluvia y el tiempo se decantaban lentamente. Sin esperar a escampar y con los primeros visos de luz matinal,  el corpulento hombre sube de un envión al camino, se agacha, el agua le moja las medias y los zapatos de tela, el pantalón y el chaleco escurren agua, mira hacia un lado y hacia otro, confirma que no viene nadie y desaparece saltando entre los arbustos.  El hombre bajo el puente lo mira estático, siguiéndolo con la mirada hasta que desaparece entre las primeras paredes de las precarias casas de adobe y cáñamo, divaga entre  sus pensamientos, el presente y el pasado, entre el frío cordillerano y el calor caribeño, entre la pena y la alegría. La lluvia continúa,  el frío cala los huesos y la neblina anuncia la llegada de la madrugada confundida con el vaho del hombre escondido. Las gotas de lluvia caen lentas, hacen círculos en los pozos de agua y forman surcos en el río San Agustín ampliando la corriente. El hombre permanece inmóvil, quieto, en actitud de espera, empuñando con fuerza el arma, acechando la niebla para detectar algún movimiento, el silencio es total.


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