1919

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1919

La columna de cinco hombres se inclina para trasponer primero una pierna, el tronco inclinado hacia adelante y después la otra pierna, realizando un pequeño salto. De esta manera pasa primero el custodia Nereo, el coronel Porras, el joven Pocaterra y cierran los dos guardias, atravesando un largo corredor que desemboca en un patio circular donde descansan, duermen y charlan tres prisioneros, que repentinamente callan al atravesar los hombres el circulo débilmente iluminado por tres lámparas de kerosén, al frente se abre una boca oscura de piedra que custodian las celdas en hileras, veintitrés abajo y veinticinco arriba, sólo cubiertas con un paño blanco, se comienza a subir por una raquítica y sucia escalera de campanario. El coronel muy educadamente, con cierta parsimonia ordena al joven entrar a la habitación ¡Adelante! sin acento, y tras él Nereo y el coronel, mientras los dos guardias se afanan en colocar un trapo blanco y sucio como cortina y puerta de la celda. Se siente un aire pesado y encerrado, el guardia robusto y viejo lo descalza y le coloca sin ambages hábilmente, una argolla de metal en cada tobillo, cada argolla tiene terminaciones curvas y entre esas terminaciones hacen pasar una gruesa barra que remachan en los extremos con varios mandarriazos que Nereo manejaba con destreza. El sonido de cada martillazo rebota en todas las paredes del recinto, ahuecado, destemplado y con cierto eco, haciendo resignar al joven con cada golpe su destino de reo en esa prisión y una carga más de peso, alrededor de cincuenta kilos de penas, sufrimiento y compañía. La custodia con gesto soez lo sacude de la modorra ¡trata de sacar el pie! le grita y como el joven no se da por aludido, agarra cada pie y sin ninguna piedad se esfuerza en sacarlo de la argolla, haciendo gemir de dolor al joven que por no gritar se muerde los labios, sangrando el inferior por la comisura izquierda, satisfecho de lo inútil de la acción se dirige al coronel y exclama ¡Ya está! y sin más da media vuelta y sale de la celda, el coronel se queda mirando al joven y duda en salir, entonces el joven en un arranque de coraje, apoya las dos manos en el tope y elevando ambos pies engrillados los suelta con furia sobre la madera. Un brillo cruel surcó la mirada del coronel y dando media vuelta, ordena terminar la colgadura de la cortina, para no dejar pasar ninguna luz al interior. El custodia al irse le dice burlón al coronel ¡Tranquilo mi coronel, éste es de los bravos…pero aquí se amansa! El joven se queda inmóvil, tan inmóvil se queda que dos cucarachas sin temor le recorren las piernas y los chinches y las garrapatas se hacen sentir con las primeras picadas, con calma empieza a revisar la celda, descascarada y grasienta, unas veces oscura y otras más oscura, las paredes originalmente claras, por la suciedad y la falta de higiene son pardas y el olor nauseabundo copa toda la respiración y genera nauseas. La angustia y el miedo empiezan a formarse lentamente, la idea va y viene…la tortura y después la muerte, pero… si van a torturar y a matar ¿Por qué los grilletes? Es más cómodo pasar al interrogatorio, sí se responde lo que se espera… prisión y si no, la tortura y la muerte. O es que el procedimiento no es igual para todos, el engrillamiento para amedrentar, causar miedo real, atemorizar y quitar cualquier ímpetu de valor y después la llamada, el acompañamiento, la entrevista, el interrogatorio, el acuerdo, la delación, la negociación, la negación…y volvemos al inicio, la tortura y la muerte. Y todo el drama comienza y termina, quizás esta noche. Razón tenía el coronel, es preferible el suicidio a la cobardía por tortura y la delación, pero se revisa mentalmente y carece de todo, ni artículo, ni pieza, ni instrumento, ni fuerzas ahora para levantar los kilos adicionales endilgados y estrellarse contra las paredes de la celda, ya el dolor de los empeines empieza a aflorar y la presión en los tobillos no deja descanso. En la oscuridad, la mente en blanco, el ruido de los grilletes de las otras celdas, sin palabras, sin quejas, sin movimientos, se deja escuchar por intervalos el cortejo de la custodia al realizar sus rondas, el vaivén de las llaves contra el muslo y el arrastre de las alpargatas contra la piedra, quebrando el silencio se escucha lejana la catedral, uno, …tres descansa, cinco, …siete tiembla, nueve…, once sueña y esperando el último tañido que no llega, se queda dormido.

 


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