UN REINO FELIZ (2ª PARTE)

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…Era un día claro, como el agua cristalina que manaba en las montañas, ese día salió iluminando aquel precioso valle con una luz radiante. Las altas montañas, las hermosas llanuras con su verdor, el bosque…todo estaba preñado por la luz solar, una luz que llevaba la alegría a los habitantes de aquel reino, donde animales y humanos vivían felices, incluso el castillo que se alzaba firme, robusto, parecía un espejo, y sus altas torres parecían una guía para los moradores del lugar por sus destellos luminosos, pues en la mañana de dicho día radiante, todas las trompetas del castillo, al unísono, sonaron con tanta fuerza que se oyeron en todo el reino, no hubo rincón de aquel lugar donde no llegase su sonido, un sonido que llamaba a todos los súbditos, y a todos los animales, a una concentración en el gran patio de palacio. Los habitantes del pueblo esperaban sorprendidos, no sabían a que era debido aquella llamada, y especulaban sobre las rozones de dicha llamada, por eso, raudos, dejaban sus quehaceres, cerraban sus casas y se dirigían al castillo, se reunían en grupos y caminaban hacia la fortaleza. Todos los seres de la villa acudieron a la llamada, y del bosque también comenzaron a salir todos los animales: los pajarillos volaban como nunca lo habían hecho, fueron los primeros en llegar, las tortugas iban lentas, pero ellas querían estar con sus reyes, el bosque quedaba desierto, hasta el HADA BUENA salió de su gruta, ella, más que caminar, volaba. Todos los humanos, y los animales, estaban en rigurosos silencio en el gran patio de palacio esperando a sus monarcas, y cuando el rey y la reina aparecieron sobre la gran escalinata, el HADA BUENA se situó al lado de la reina. El silencio era sepulcral, nadie se movía, hasta los pajarillos dejaron de trinar. El rey miró por un instante a toda aquella masa de gente, era su pueblo, y se dirigió a ellos con sublime alegría, les dijo:<<La reina y yo os hemos convocado para que seáis participes, y la compartáis, de nuestra alegría, como componentes de este reino os hacemos participes de que la reina está preñada, esperamos un heredero>>. La gente gritaba de júbilo, bendecían a la reina y se felicitaban mutuamente por tan deseada noticia los pajarillos tronaron, tronaron como jamás antes lo habían hecho, los lobos aullaron con fuerza, con rabia, pero contentos por la felicidad de sus reyes. Una niña pequeña subió, no sin dificultad, aquellas empinadas e interminables escaleras que la llevaría hasta donde estaban sus reyes, al llegar al lado de los monarcas, la niña se acercó a la reina besándola en sus mejillas. El alboroto del pueblo fue ensordecedor ante aquella escena, y el HADA BUENA llevó a la pequeña, volando, junto a sus padres. Nadie esperaba la noticia que llenó de alegría a todos los habitantes del reino, y cada uno volvió a casa, a sus quehaceres cotidianos, a seguir la vida, y los animales volvieron al bosque, pero el HADA BUENA quedó en palacio con la reina, ella la cuidaría hasta que naciera el heredero quedando bajo su protección.

Desde aquel día la vida en el reino transcurría llena de alegría, todos estaban contentos y los reyes esperaban sosegados, y con mucha ilusión, la llegada del heredero, el que sería el futura rey de aquellas tierras y de su gente, de los habitantes del bosque. Fue un día radiante de primavera, la gente acudía a palacio llevando lindos presentes a la reina, lo mejor de la cosecha y los mejores frutos eran para honrar a su majestad, y los pajarillos alegraban la mañana con bellos y sonoros trinos, porque sabían a que sus reyes les gustaban oír sus trinos. En la alcoba de la reina ese día había mucho trajín, la esposa del rey se había puesto de parto y debía ser atendida lo mejor posible. Era un ir y venir de mujeres, y algún que otro enviado del rey para informarse de la situación de su esposa, o las novedades de su parto. Y llegó el momento del feliz acontecimiento, no era heredero, sino heredera. Su majestad dio a luz una bonita niña que fue la admiración de todos los allí presentes. Era rubia, ojos azules, y resaltaba una belleza inusual al nacer, pero la reina estaba triste, miraba a su hija con desconfianza porque ella no quería una hembra para gobernar el reino, sino un varón, pues eso era la tradición de la corona. En eso entró el rey, vio a su esposa triste, con lágrimas que resbalaban por sus mejillas, el monarca miró en su rededor queriendo buscar una respuesta entre las personas allí presentes. Le dijeron que la reina estaba tan triste porque el ansiado varón no había llegado, pero que en su lugar ha nacido una heredera. El rey se acercó a su esposa con cariño, la besó y cogió a la pequeña en brazos, después se dirigió al consejero mayor y de dijo:<<Comunicar al pueblo que ya ha nacido la heredera, que se unan al gozo de sus reyes por este nacimiento que es la alegría de la corona. Decretad siete días de fiesta en todo el reino, festejaremos la llegada de la heredera como bien se merece este reino>>. Al oír estas palabras, la reina sonrió y miró a su esposo con agradecimiento. El pueblo comenzó a festejar la llegada de su futura reina, y los festejos transcurrieron en el castillo y en las lujosas habitaciones de palacio y en sus bellos jardines. Acudieron gente de todos los rincones del reino, todos estaban invitados a la fiesta, acudieron cómicos, malabaristas, payasos, saltimbanquis… toda clase de personas dedicadas al divertimento. Era una fiesta grandiosa, todo el mundo estaba contento y se divertían como nunca, asistieron hasta los habitantes del bosque, ellos también se divertían, se mezclaban con los humanos, pululaban por doquier, pero cuando comenzaban los fuegos artificiales, todos los animales de refugiaban en lugares cubiertos y algunos se marcharon al bosque. Los fuegos eran grandiosos, espectaculares, el castillo se iluminaba con una luz de fuego que parecía estar encantado. No existía pena ni arrebatos en aquellas gentes que tanto se divertían, eran felices porque al fin tenían heredero, aunque fuese una hembra. Al cuarto día de celebración por el nacimiento de la heredera, los espectáculos estaban ubicados en el gran salón real presididos por sus monarcas y su pequeña niña durmiendo plácidamente en su cuna de oro junto a su madre, también asistía toda la corte y gran parte de los invitados y los saltimbanquis, malabaristas y demás gente cómica animaban aquel lujoso salón con sus artes de entretenimiento que tanto gustaba y aplaudían los invitados. De repente se oyó un estruendo ensordecedor y vieron como de una nube de humo, que desapareció al instante, salía alguien posándose en el centro de la sala. Todos los presentes, asombrados, quedaron quietos, y al poco, retrocedieron hacia los laterales de aquel salón, algunos corrieron, dejaron de realizar sus actos de divertimento y salieron asustados del lugar.


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