Amor carnal

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Refería Chirimías una agridulce historia que oyó relatar en la mili. Sucedió en un lugar de la Siberia extremeña de cuyo nombre no podía ni quería acordarse, cuando en España aún no empezaba a amanecer. Es invierno de frío riguroso. Anda enamoriscado Eduardito el tieso, hijo de un humilde bracero que se deja el lomo en las tierras de hombres de casino, colonia y periódico. El hambre se quita dándose sopapos en la boca. Se come una vez al día, hay que acostumbrarse. Hay cinco buches que alimentar y poco el sustento con el que hacerlo.
Los impulsos juveniles de Eduardito el tieso hacen que se enamore de Rosita, la hija del boticario del pueblo. Un amor correspondido e imposible. En casa de Rosita sí se come, y tres veces al día, como Dios manda. Amor furtivo, timorato, basado en miradas confidentes en la misa y en paseos por la calle Larga arriba y abajo.
Como el amor siempre tiene una puerta por la que colarse, hoy los dos jóvenes tienen la oportunidad de demostrarse cuánto se quieren. Los padres de ella, hija única, han ido a visitar a una tía enferma a Herrera del Duque. Se verán en el doblao de la casa de Rosita, lejos de las lenguas viperinas, dispuestos los dos a entregarse a las ganas que tienen el uno del otro.
En el doblao huele a chacina, al fruto curado de la última matanza. Pronto el aroma se hace dueño de la pituitaria de Eduardito el tieso. En su casa no se mata. Chorizos, morcillas, lomos, patateras...hacen que el mozo salive. Tiene gazuza, hambre canina, añeja, de cucharas no sopladas en su debido momento. Y no hay mejor panorama para un muchacho famélico que el lustre que presentan los productos matanciles.
Se pone juguetona Rosita entre risitas nerviosas, lo agarra de las manos y lo abraza. Pero para ese tiempo el deseo de alimento le gana la partida a las pulsiones carnales. Carne quiere Eduardito pero no la que Rosita le ofrece.
Todo está ahora en silencio en el entretecho, sólo la respiración agitada de los muchachos reina, la de ella por ansia de varón, la de él por ansia de otros cosas más suculentas. Tiene el estómago razones que nadie sabe explicar.
- ¡Aprovéchate!. Suelta al fin Rosita para romper el hielo.
Cuenta tío Antonio Chirimías, sin ya poder articular palabra de la risa, que salió Eduardito a la carrera de la casa con varias ristras de chorizo en los brazos, tres morcillas, patatera y dos velas de lomo embuchado metidas a duras penas en los calzones.


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