Amor escondido

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Allí estaba yo descansando ya que no teníamos clases, sentada en el patio de mi casa.Tengo 17 años y aquí me encuentro, con un corazón roto por un chico que no supo cuidarlo, sin querer ser amada o lastimada de nuevo, sin arriesgarme otra vez, porque no hay nadie especial por el cual hacerlo, por el cual volver a intentarlo. Interrumpiendo mis pensamientos se escucho mi nombre.
- Sofía - me llamo mi mejor amiga pasando por la puerta trasera
- ¿Qué pasa Cris?- respondí
- Vine con los chicos tonta, a visitarte.
- Ah - respondí sin ganas
- ¿Estás bien?
- Si, creo que sí.
Siempre que me ponía a recordar cada momento una angustia invadía mi pecho, y mis ojos ya no miraban un punto fijo, tan solo buscaban un lugar donde perderse. Ella empezó a caminar hacia mí y a su par aparecieron Esteban y Jeremías, mis amigos, mis mejores amigos. Entre platicas y chistes una sonrisa apareció en mi rostro, cuando logre salir de mi mundo, de mis pensamientos, note algo que me dejo pensativa, Jeremías no me sonreía como siempre ¿Por qué? ¿Le había hecho algo yo? No recordaba que había pasado la última vez que habíamos estado juntos, quizás no era nada porque él era muy enojón y siempre se molestaba por algo que yo ni cuenta me daba, pero yo me moría cada vez que dejaba de sonreírme, con el era todo distinto, yo necesitaba de su sonrisa yo necesitaba de él y no sé porqué. La tarde pasó como cada vez que ellos venían, rápido y con ganas de que no acabe nunca, cuando llego el momento de irse cada uno me saludo como siempre, menos Jeremías el me saludo como nunca, con un abrazo tan frió acompañado de un triste y desolado “Adiós“. ¿Qué le había hecho? ¿Cómo era posible que él fuera así conmigo? Ahora que necesitaba de sus abrazos no los tenía, en cambio obtenía ese pequeño abrazo tan raro como su actitud esa tarde.
La noche llego y con ella el sueño, estaba cansada y no quería hablar con nadie, solo con Jeremías pero no me atrevía a preguntarle que le pasaba, quizás había tenido problemas en su casa y si me contaba no sabría qué decir, yo soy horrible dando consejos y para empeorar todo no quise abrir la boca.
Al día siguiente fui a la escuela como cada mediodía, para mi desgracia era jueves el día más agotador de la semana, pase a buscar a Esteban que llevaba en la espalda su guitarra, aunque no tuviéramos clases de música él nunca la olvidaba, cada día tocaba una melodía distinta, triste o feliz, dependiendo su estado de ánimo. Llegue y salude a todos como de costumbre, pero al llegar a saludar a Jeremías ya nada era igual, fue como cuando saludas a un extraño, ya no era nuestro saludo habitual. ¿Qué pasaba? ¿Qué querría que hiciera? ¿Disculparme? ¿De qué?
La tarde transcurría y yo no sonreía, no sin que Jeremías me mirara, no sin que me sonriera primero, lo sentía distante sin ganas de nada, no hablo en toda la clase, el timbre toco y todos prepararon sus mochilas, yo guarde mis cosas con desganas y me marché rumbo a mi casa, tenía unas siete cuadras, Esteban me acompañaba cuatro hasta llegar a su casa, las otras tres las caminaba sola, al momento de salir y empezar a caminar Jeremías se acerco a nosotros y dijo que me acompañaría a casa, fue tal mi confusión que solo seguí caminando sin decir nada, ellos dos hablaban y yo solo miraba al piso, llegamos a la casa de Esteban y él se despidió, quedamos solos y el silencio inundo el ambiente, las tres cuadras se hacían eternas y ninguno decía nada, hasta que llegamos a la esquina de mi casa y yo frené en busca de respuestas porque no entendía nada, antes de que pudiera decir algo el saco de su mochila un sobre y me lo entrego, yo lo mire y espere que dijera algo.
- Promete que lo leerás a la noche – Dijo al fin.
- ¿No puedo leerlo ahora?
- No, a la noche, por favor.
- Ok, lo prometo.
Nos miramos unos segundos y seguimos nuestros rumbos, sin siquiera despedirnos. Llegué a mi casa y deje todo en mi habitación, incluso la carta, le había prometido no leerla hasta la noche y no faltaba demasiado pero cada segundo se hacía eterno. Al fin llego la noche, cené y me bañé, luego puse música y me acosté, tome la carta en mis manos ya nada me impedía leerla pero no podía negar que sentía miedo ¿Qué me encontraría allí? Con un enorme impulso la abrí y comencé a leer, cada palabra.

Sofía:
             “No sé si es correcto el momento pero debo decirte lo que por ti yo siento, cada día que pasa me gustas más y más, la verdad es que no te miento.”

El gustaba de mi, el me quería. Cada párrafo que leía más aún sonreía y en ese instante comprendí porque necesitaba tanto de él, porque me aferraba tanto a sus sonrisas, porque su ausencia me impedía ser feliz, yo lo amaba. Realmente lo amaba.
Quería decirle que también me gustaba, que sin el yo no era nada, quería decirle tantas cosas, besarlo, abrazarlo y no soltarlo jamás. Tenía que esperar hasta el lunes para hacerlo, porque mañana era feriado, la espera se hizo inmensa, en todo el fin de semana no hablamos, odiaba hacerlo esperar pero quería decirle todo mirándolo a los ojos.
Los días pasaron y el ansioso lunes llego, los nervios me consumían pero tendría que esperar hasta la salida para estar solos y que nadie interrumpiera el momento, la tarde no pasaba tan rápido como quería y Jeremías estaba ausente, aunque se encontraba sentado delante de mí, ni siquiera lo escuchaba hablar, de seguro pensaba que yo no sentía lo mismo. Para mi suerte el timbre toco y todos prepararon sus mochilas, salí y me quede afuera esperando a Jeremías, el salió rápido sin saludar, fue ahí cuando lo frene y le dije que me acompañara hasta mi casa, el asintió y comenzó a caminar conmigo, Esteban ya se había ido porque le dije que hoy me iría con Jeremías, el sabia todo. Las cuadras se hicieron infinitas, ninguno decía nada y sin darnos cuenta llegamos a la esquina de mi casa.
Lo mire y sin decir nada, lo besé, al fin lo besé. Todos mis deseos posándose en sus labios, todos mis anhelos se fundieron cuando el tomo mi cintura con sus manos. Quería apartarme y decirle tantas cosas, pero allí entre sus brazos el mundo no existía, todo se paraba y el tiempo dejaba de correr. En un momento los dos al mismo tiempo nos apartamos y se pudo ver en nuestras miradas la felicidad que cargábamos, el alivio, y al mismo tiempo, la sensación de que nos correspondíamos, que juntos éramos invencibles.
- Te amo. – Dije sin pensarlo
- Yo también te amo – Respondió él 
Mis ojos se inundaron de un brilló único y sin igual, mi corazón latía con tanta fuerza que pensé que se saldría de mi pecho. Yo lo amaba, realmente lo amaba.


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