Entrante mutuo

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Mística, soñadora, esperanzada, pero todo ello envuelto bajo un halo de escepticismo que la hacía mantener los pies en la tierra, quizá demasiado.

Era una noche como cualquier otra en la que todos estarían allí, solo que en esta ocasión Juan también lo haría. Frente al espejo, mientras se maquillaba cuidando todos los detalles, se dio cuenta que tenía la piel de gallina y un escalofrío la había recorrido toda la espalda haciendo que se estremeciera. Aún no podía entender cómo podía tener esa reacción automática solo con imaginarlo; pensándolo detenidamente, había pasado más tiempo que el acostumbrado en arreglarse, cuidando cada recoveco de su cuerpo con cremas aromáticas y eligiendo detenidamente la lencería que cubriría aquellas zonas que hoy, más que nunca, encendieran esos ojos tan bonitos que no se quitaba de la cabeza. Se miró al espejo y se dio cuenta que estaba mordiéndose el labio, imaginando una caricia, un simple roce, cualquier contacto que viniendo de Juan sería -no encontraba la palabra…- escalofriante. Estaba ansiosa por recorrerle, saborearle, descubrir ese sabor que hasta ahora solo había podido imaginar. Los encajes y transparencias predominaban frente al resto de ropa íntima de su cómoda y sabía que eligiéndola con cuidado, podría alargar ese momento que la dejara sin aliento y retardando la llegada del sol.

Había llegado pronto, era la primera de todos y cada segundo era eterno. Volvió la cabeza y le vio acercarse, despacio, sin dejar de mirarla y haciendo que se ruborizara. El escalofrío frente al espejo quedaba muy lejos de lo que sentía viendo cómo Juan se convertía en algo tan real. Despacio, mientras pasaba su mano por la cintura y la atraía hacía él terminando en su espalda, le susurro al oído “hola preciosa”, y Lucía se dio cuenta que sería muy difícil disimular durante la velada y frente a todos, lo que realmente quería de aquella noche. No la importaba si las caricias precedían al sexo salvaje, con él, el orden de factores no alteraría el producto final. Ese momento en el que desapareció el mundo fui interrumpido por la llegada del resto de amigos que, en ese instante, no tenía ningunas ganas de ver.

La noche pasaba muy despacio, las miradas furtivas alimentaban su deseo y notaba como solo con el contacto, de hace horas ya, su apetito no hacía más que aumentar por un solo ingrediente de la mesa. Deseaba marcharse, poner en práctica todo aquello que cada noche la turbaba sin poder pensar en nada más. Su cuerpo desnudo, notando cada poro de su piel, sudoroso, excitado…levantó la mirada y decidió centrarse en la cena notando como el rubor inundaba sus mejillas. En ese momento, vio como Juan se había percatado y la sonrió como solo él podía hacerlo. No aguantaba más, la copa de vino que sostenía su mano estaba menos húmeda que ella. Se levantó disculpándose con todos y volvió a casa. No creía que hubiera convencido a nadie, pero con él o sin él, debía apagar ese fuego que la abrasaba por dentro.

Llegó a casa y a antes de poder quitarse la ropa recibió un mensaje: “Espérame, llego en 20 minutos”. Se sentó sobre la cama, estaba temblando con el vello erizado y su corazón palpitando sin dejarla apenas respirar. Notó como su sexo se contraía sin poder -o quizá querer- controlarlo.

Sonó el timbre -después de que esos 20’ hubieran parecido años-, abrió la puerta y Juan entró despacio, sin apenas rozarla. Lucía cerró la puerta, se dio la vuelta, él estaba justo ahí, a centímetros de sus labios. Podía olerle, oír su respiración, sentir el latido de su corazón. La besó, un beso cálido, lento, húmedo e intenso que dio pie a que no lo pensara y le empujara contra la pared, impulsiva, fuera de sí, sin pensar en qué pensaría. Sintiéndole sometido comenzó a acariciarle, notando como a su físico también le gustaba y la hacía entrever algo maravilloso bajo los pantalones. Le quitó la camiseta y besándole el cuello, el pecho, el abdomen, deseaba ponerse de rodillas y fascinarse con lo que había podido intuir, sería imponente…pero no, era demasiado pronto. Volvió a subir, se miraron y él tomó el control.

La agarró fuerte y la llevó a la habitación. Colocándola suavemente sobre la cama se puso de rodillas y comenzó a desvestirla despacio, sin dejar de mirarla, observando cada esquina de su cuerpo sabiendo que el brillo de sus ojos lo explicaba todo. Sin ropa, solo con lo mínimo que dejaba intuir lo que ambos querían ver, comenzó el viaje. El ansia, el anhelo, su afán por vivir ese momento como si fuera el último les hizo vibrar mucho más allá de lo que ambos habían imaginado. Juan sabía lo que haría que Lucía llegara a un orgasmo que no podría olvidar nunca. Bajó despacio, recorriendo con su lengua su ombligo, su pubis y adentrándose en sus aguas, empapándose de su sabor entre sus piernas, se dio cuenta que él también podría sentir el clímax de la misma manera que lo sentiría ella. Era fascinante, todo lo que había deseado se quedaba infinitamente pequeño…notando como sus fluidos se proponían dejar la calidez de su cuerpo, un gemido estremecedor de Lucía hizo que ambos gritaran sintiendo un placer difícilmente descriptible.

La realidad superaba la ficción, sus gemidos, sus respiraciones y sus corazones les hacían pensar que ese encuentro se convertiría en el primero de muchos…esa misma noche y durante mucho tiempo.


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