Cerrando el círculo (capítulo 3/6)

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Ambas explotamos a la vez en sendas carcajadas. Fue una conversación muy divertida que, tras el desasosiego, nos permitió centrarnos en lo que se nos venía encima dentro de 7 horas. Aún había un detalle que no le había contado a Mónica, el que se refería al segundo punto de las incógnitas: “qué sorpresa podría encontrarme en ese apartamento el día de la cita”. Porque seguro que la habría. Y eso me calentaba más que nada. Lo que no sabía, y en parte me preocupaba, es cómo iba a reaccionar ella.

 

Me dirigí a su armario ropero y le escogí un vestido gris rural con estampado floral monocromático, de una sola pieza, muy sexy y juvenil, que llegaba a las rodillas y se aguantaba sobre sus hombros con dos tiras gruesas abotonadas al frente. Seleccioné en uno sus cajones unas medias negras transparentes que acababan en la parte más superior del muslo y se aguantaban con una goma a presión. Escogí unos zapatos negros de charol sin tacones, también muy lozanos y, como colofón final rebusqué unas braguitas bien provocativas que fui incapaz de encontrar. Joder, solo habían bragas de algodón blanco como las que llevaba yo cuando tenía 15 años, por Dios.

 

“Nena, ¿no tienes ropa interior sugerente, de seda y encaje... de putón, vamos”.

“Ja ja ja... qué va. Total, para lo que me servirían... prefiero ir cómoda, la verdad”.

“Pero puedes ir cómoda y sentirte sexy a la vez, cariño”, le espeté levantando mi falda y enseñándole las mías.

“Tú tienes pasta para esas frivolidades, Eva. Yo estoy en el paro desde hace más de 2 años”.

“¡Qué tontería!”, dejé ir mientras seguía rebuscando en sus cajones.

 

Se me ocurrió quitarme las mías, les eché un vistazo para asegurarme de que estaban presentables y se las di.

 

“Toma, usa estas. Están limpias de esta mañana. Ya me las devolverás. Y espero que estén muy sucias cuando lo hagas, ja ja ja”.

 

Se quitó las que llevaba y se puso las mías. Yo escogí unas de algodón blanco, de aquellas que estaban en su cajón. Efectivamente, eran muy cómodas pero parecían de abuela más que de niña. Se vistió con el conjunto que le había seleccionado y nos fuimos a mi casa. Estaba preciosa. Me la hubiera follado ahí mismo. Pero en este momento no era precisamente yo lo que mi amiga necesitaba. Comimos, vimos una peli, me arreglé y, a las 6 de la tarde, pillamos el autobús “destino Akim”.

 

Una vez más, frente a aquella puerta, todo parecía repetirse. A las 7 en punto estábamos Mónica y yo tocando el timbre del piso de Akim. Una vez más, frente a aquella puerta, me estremecí de placer, de miedo, de incertidumbre. Mónica me miraba en silencio, y ambas esperábamos la bienvenida.

 

“Hola Eva... y compañía”, saludó Akim algo confuso. “¿has venido en equipo para recoger tus bragas?”. Qué simpático...

“En efecto, estimado amigo. Ella es Mónica. Mónica, Akim”.

 

Se saludaron y nos adentramos hasta el salón de los pecados. Por supuesto había sorpresa. Como cabía esperar, mi amigo sarraceno había invitado, justo a esta misma hora, a un personaje ajeno a las circunstancias. O tal vez no tan ajeno. Lo cierto es que Kike, un caucásico bien parecido, alto, trajeado y con buen porte, se levantó para saludarnos.

 

“Así que esta es la famosa Eva...”. Me quedé flipando.

“¿Famosa?” pregunté con precipitación.

“Bueno, famosa porque Akim me ha hablado muy bien de ti y, para mí, ya eres famosa, ja ja ja”.

“¿Akim hablando bien de alguien?, no me hagas reir...”, solté mostrando un poco de genio y carácter.

“Qué mal rollito” dijo Mónica con ceño de encontrarse en medio de algo chungo.

“Sois dos preciosidades”, confirmó Kike con una caballerosidad poco auspiciada por Akim desde que le conozco.

“Gracias”, soltamos las dos en canon.

“¿Puedes venir un momento, Eva?” me sugirió Akim cogiéndome de la mano hacia la profundidad del pasillo que daba paso a todas las estancias.

 

Dejé a Mónica con Kike y, mientras me alejaba de ella, oí cómo éste le daba coba y le hacía las preguntas previas a una declaración más explícita. Akim me llevó a un cuarto que yo conocía ya muy bien, y fue muy claro:

 

“Espero que tu amiga haya venido con ganas de follar porque Kike era un regalo para ti, como lo fue Tono el otro día, pero me temo que le va a entrar a ella”, justificó Akim mientras yo le escuchaba sentada en el borde de la cama con las piernas cruzadas.

“Pues Mónica era un regalo para ti, tío... así que te has quedado sin ella gracias a tus típicas sorpresas de última hora”, respondí seca y directa.

“Eso no me importa, yo contigo tengo lo que quiero”.


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