Cerrando el círculo (capítulo 6/6)

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“¡D-D-D-Dios!”, farfulló mi niña sin que apenas se la entendiera.

 

Aún permanecía contraída, agolpada, embotellada en su propio clímax. Akim le palmeó sonoramente en el culo y le dio la vuelta sobre el mismo sofá colocándola boca arriba. Agarró su proyectil manchado de ella y le golpeó en el clítoris hipersensible. Cada pequeño golpecito era un saltito de Mónica sobre el sofá. Akim tanteó de nuevo su gruta y procedió a perforarla muy lentamente. Rodeé el sofá para colocarme junto a los dos y disfrutar de nuevo los placeres que mi amiga era capaz de ofrecerme con los suyos propios. Akim iba muy lento. No parecía que fuera a aguantar mucho más. Mónica, agotada, solo se dejaba poseer. Su vagina estaba visiblemente irritada y sus pezones habían dejado de erguirse para pasar a estar en “modo reposo”. El moro pronto comenzó a bramar, a refunfuñar su inevitable llegada. Ahora le iba a enseñar a mi estimada amiga algo de lo que aún no le había hablado.

 

“Levántate, Akim”, le ordené.

 

Arrastré a Mónica hasta el suelo, arrodillándola frente al miembro hostil y tembloroso de este macho alfa, e inicié una paja muy cadenciosa mientras le pedía a mi chica que le lamiera las pelotas totalmente prietas en el escroto. Noté perfectamente en mi mano los riñones de Akim y, cuando observé la primera gota de leche en la punta de su cipote, aparté a Mónica hacia atrás dos palmos para asegurarme de que los borbotones de esperma, que ya empezaban a brotar, le cruzaran toda la cara.

 

“¡Uff... Dios... joder... vale...!”, largaba Mónica riéndose nerviosamente mientras Akim le inundaba el rostro con su leche espesa y nevada, descarga tras descarga, con la ayuda de mi experta mano. Prácticamente cubrió la totalidad de las divinas facciones de Mónica con su simiente densa y abundante.

 

No es que fuera una novedad para mí esa cantidad de crema sobre una bonita jeta, pero disfrutarla en una tez ajena me proporcionaba una satisfacción difícil de expresar. Era como gozar con una película porno, pero sintiendo, oliendo, saboreando el argumento. Me enfrenté a la cara de Mónica, la agarré suavemente por cada lado de su cabeza y procedí a lamerle y esparcirle, con mi lengua, toda la pastosidad que Akim había descerrajado sobre ella. Nos deleitamos enroscando nuestras lenguas mientras jugábamos como “La Dama y el Vagabundo” con los hilos viscosos y tragábamos todas esas proteínas marroquíes.

 

Los tíos flipaban mirándonos. Debían de estar pensando “¿se puede ser más deliciosamente guarra?” Nos encerramos las dos en el lavabo para lavarnos y desbloquear nuestra lujuria. Nos quedamos un buen rato intercambiando muecas de sorpresa en absoluto silencio. Era ya tarde y teníamos que volver a casa. Las cosas habían cambiado por completo y definitivamente desde aquella tarde. Pero esa es otra historia.

 

Fin


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