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No recuerdo que hacía yo por aquella parte de la ciudad aquel día, pero si me acuerdo de todo lo

demás. El tipo se me acercó con una sonrisa en la cara y un callejero de la ciudad en las manos.

Me dijo que se había perdido y no sabía muy bien donde estaba, que si le podía indicar. Mientras

yo lo ubicaba, me explicó que estaba de turismo en Toledo porque siempre le había parecido una

ciudad digna de ver y había decidido, aquel fin de semana, ir solo. Estuvimos hablando de las co-

sas mas visitadas y le recomendé algunas otras. Hasta ahí, todo normal. Cuando ya me preguntó

si conocía algún buen sitio de alterne que fuera barato por allí, las alarmas se me dispararon. Me

dije, “Yaiza, pírate de aquí”. Con una sonrisa que trataba de esconder mi temor de que fuera al-

gún pervertido, le dije, educadamente, que eso se lo tendría que preguntar a otra persona. ¿Cuán-

to me cobrarías tú?, me preguntó mirándome a los ojos. Volviendo a sonreírle, le dije que tenía pri-

sa, aunque no era cierto, claro, y me alejé con un hasta luego.

Habiendo pasados unos minutos, en los que me metí por callejas poco transitadas a aquellas ho-

ras, iba riéndome para mis adentros y pensando en lo que me dirían mis amigas cuando les conta-

se la anécdota. En esas estaba cuando alguien me agarró delicadamente por el brazo y me volví:

era él. Se me disculpó juntando las manos y diciéndome que sentía mucho haber sido tan brusco

y que de normal él no actuaba de aquel modo pero que le había parecido yo tan guapa y atractiva

que no había podido resistirse. Le dije que no pasaba nada y que tenía que irme. Después de unos

pasos volvió ha seguirme y me dijo, “trescientos euros”. “¿Qué?”, le pregunté volviendo a girarme.

“Trescientos euros por acostarte conmigo”. Me reí un poco sonrojada, la verdad, y le dije que yo no

era una puta y que por ese precio encontraría a alguna mejor que yo... me refiero con las tetas

mas grandes y más profesional. Pero el tipo me dijo que no quería una profesional, que yo le da-

ba mucho morbo y que le gustaría pasar un rato conmigo. Me dijo que se llamaba Umberto y que

tenía una habitación en un hotel allí cerca. Me preguntó si tenía trabajo y novio. Le dije que no te-

nía trabajo y que tampoco novio (eso último era mentira). Sin darme apenas cuenta, aquel hombre

me estaba engatusando y pensé que qué necesidad tenía un tipo como aquel, que no era nada

feo (la verdad era que estaba muy bien) y encima parecía culto y muy educado, de pagar por tener

sexo.

En la habitación del hotel, que era de alto standing, acordamos unas ciertas "reglas"; yo no le

chuparía nada ni le besaría, ni haría nada mas allá de abrirme de piernas para él por quinientos eu-

ros. Cuando le comenté antes de ir al hotel que no me gustaría tener la sensación de ser una puta,

me dijo que aceptase ese dinero con la idea de que me lo había dado por la información de guiarlo

por la ciudad.

Me desnudé y me tumbé en la cama mientras él se ponía el preservativo. En cuestión de segun-

dos me penetró y me dolió un poco por no haber calentado previamente. Mientras me lo hacía me

apretaba con suavidad los pechos. Al mirarnos a los ojos, comprendimos que aquello merecía un

beso, pero fui muy tajante al decirle que nada de besos. Con suma facilidad me cambió de pos-

tura y, antes de penetrarme por detrás, me lamió el ano. Aquello me pilló totalmente despreveni-

da ya que había dicho que yo no le chuparía nada a él, pero no dijimos nada de que él no me co-

miese algo a mí. La sensación de tener una lengua tanteando la retaguardia se me antojo súper

excitante ya que nunca me lo habían hecho y porque era genial, pero no pude disfrutar del todo ni

dejarme llevar porque no hacía mas que pensar en si aquella mañana antes de salir de casa me

había lavado mis partes íntimas bien. Me descubrí pensando en que no había hecho devientre

aquella mañana mientras luchaba por no tirarme ningún pedo, aunque, quien sabe, a lo mejor al ti-

po eso le hubiese puesto. Volviendo ha darme la vuelta, me penetró de nuevo; esa vez ya entró co-

mo cuchillo candente en mantequilla. Al final pasó lo que yo no quería que pasase y acabamos

besándonos, con lo que me cortó el poco rollo que yo llevaba, dado que en lo primero que pensé al

besarlo fue en mi novio. La idea que yo tenía en la cabeza antes de decidirme hacer aquello con

aquel desconocido era que se trataba solo de sexo, nada de amor. Me acordé de mi novio como

nunca antes me había acordado, repasando los momentos mas significativos de nuestra relación

a lo largo de tres años y sintiendo que realmente lo estaba engañando. Mientras el tipo me em-

bestia con suavidad, con tanta que en vez de follarme me estaba haciendo el amor, intenté disi-

mular que tenía la cabeza en otra parte por eso de que a los tíos no les gusta que parezcamos

que estamos en otro sitio en vez de ahí, follando con ellos; deben de pensarse que no son lo sufi-

ciente buenos para nosotras o que el sexo nos aburre... y puede que tengan razón pero en esos

casos, una tiene que hacer lo mismo que cuando "tenemos" un orgasmo: fingirlo.

El tipo acabo desplomándose a un lado después y yo me vestí y cogí los quinientos euros

que había dejado encima de la mesita junto a la cama. Si hubiera sido otra hubiera aprovechado

para robarle más de la cartera que yacía en una silla, pero eso si que me hubiera convertido en

una auténtica puta de campeonato.


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