Un Dragón Chino en Tepito

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El "Libro de los Miles" de Marco Polo, fue reinterpretado en 2010 por Ñero cuando aún vivía en Tepito, el barrio más bravo de la Ciudad de México. El mismo barrio que producía boxeadores de talla mundial, y que fue para la industria japonesa y taiwanesa de electrónicos su más grande distribuidor, ya "clandestino", popular, extenso y bien ubicado justo detrás del Palacio Nacional y de la Alcaldía, desde los 70s. Pero Tepito no es historia, en la última década, centro de affaires internacionales, aumentó las capacidades diplomáticas de su tradición comercial y cambió de giro para atraer representaciones Rusas, Chinas y Coreanas de tráfico, no precisamente de tequila. Para Ñero, ésta compleja geopolítica, requeriría de un nuevo Marco Polo, con un factor de 1000% en todas sus barrocas descripciones, salvo en aquella referencia maestra, intemporal y misteriosa que hizo sobre la amenaza roja del Zipango: el Dragón que azoló el mandato de Huchi-ming, primer mandarín de la enésima dinastía. Huchi-ming apabullado por una severa crisis, aprovechó la inexistente legislación de su época, y ofreció como trofeo a su hija, (de célebre belleza natural a falta de tecnología), y una provincia, a quien abatiese a su terrible opositor que peligrosamente se erigía iconoclasta, evidenciando la vulnerabilidad de la casa imperial. Ya los súbditos, (aquella bola de apátridas) simpatizaban con el dragón, que a diferencia del mandarín consumía sólo la mitad de la cosecha y el ganado para alimentarse, (como un moderno y austerísimo ministerio de hacienda). Además el Dragón, jamás los agotó de muerte construyendo sus lujosos palacios.
La cacería fue una fila de fracasos, que llevó a liquidación a toda clase de ejércitos, mercenarios, caza recompensas y empresas de seguridad, hasta la llegada de un exótico brujo, cuya lengua nadie comprendía, y que según los antropólogos tenía un enigmático toque Inca. Aquel individuo llegó solitario y así partió, a por el Dragón, y en una sola tarde, ayudado de su poder mágico lo convirtió en una gigantesca roca. En seguida el brujo ufano se dirigió al palacio imperial, dónde recibió el abucheo popular, los honores oficiales y se casó con la hermosa princesa. Durante diez años gobernó una provincia y después misteriosamente desapareció, y solo recientemente se reveló el porqué, gracias a la bendita arqueología y a unas tablillas secretas escritas por el brujo, por menos soberbias y sorprendentes, que rezaban:
"Yo gobernador: sepan por mi deseo cuantos son y serán por nacer, que la misteriosa amenaza que eliminé en mí juventud, para lograr la paz de la región, no era un Dragón verdadero. Se trataba de un sindicato de guerrilleros y traficantes entrenados en el arte sagrado de la guerra psicológica. Ellos sublimados por la cobardía y la mercadotecnia imperial se asumieron en la figura del Dragón Rojo. Por mi astuto poder entendí la lengua del dragón, y por seducción, le mostré el gran negocio del futuro y las regiones dónde surgiría. Así el Dragón, migró sin demora."
Honor a quien honor merece, creo que ni Marco Polo, Cuauhtémoc o Atahualpa hubiesen podido revelar un secreto tal. Pero más sorprendente es la desaparición del propio brujo. Barón de alturas, astuto negociador, viajero y emprendedor, no pudo superar el reto de nuestra época: sobrevivir al matrimonio. Porque no existe peor demonio que el que uno mismo tiene en su propia casa.


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