La revancha que surgió del fuego (capítulo 2/8)

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Si Rafa ya me gustó muy poco cuando le conocí, me dio verdadera repugnancia saber que me estaba controlando a todas horas. En multitud de ocasiones él mismo se hacía las pajas con el porno a un volumen considerable y graznando su placer hasta correrse a los 20 segundos. Era nauseabundo. Y lo hacía sabe Dios con qué intención porque dudo mucho que ese chico sepa lo que es excitar a una mujer. Podría confirmar ahora mismo que Rafa es una especie de Torrente con 20 años menos.

 

Así mismo se lo estuve explicando todo a Mónica desde la cocina, mientras ella me escuchaba atentamente con cara de absoluta indiferencia. Es decir, no parecía que le impresionara categóricamente nada de lo que le estaba confesando de ese infecto personaje. Y entonces me soltó la segunda bomba:

 

“Todo esto que me cuentas lo sé muy bien, Evita, ¿o te crees que no le he oído practicando el onanismo durante estas últimas tres semanas? ¿O tal vez estimas que él no nos ha estado escuchando mientras tú y yo follábamos todos estos días? Y lo demás ya me lo imaginaba. El personaje es realmente dantesco, lo sé, pero al menos sabes a qué te enfrentarás, ¿a que sí?”

 

Mónica estaba hablando en serio. Y continuó:

 

“El sábado, mientras tú estabas con tus compras de pijita comecoños le hice una visita al interfecto. Con la excusa de que era nueva en el edificio llamé a su puerta para presentarme como tu huésped y mejor amiga. Deberías ver cómo tiene el piso. ¡Y cómo huele! Enseguida me soltó algo como ‘me parece que sois más que amigas Eva y tú, ¿verdad?’ No le respondí pero, precisamente, saqué a colación sus prácticas zambomberas y la poca discreción con la que las profesaba...”

 

“No me lo puedo creer, Mónica”, le interrumpí.

“Calla cariño, por favor. Y escucha. Le pedí que no hiciera tanto ruido y, en tono irónico pero sensualmente le dejé caer que nosotras no somos de piedra y que, aunque nos gusta el “marisco”, no le hacemos ascos a una buena “ternera en salsa”. Creo que no se esperaba esa sentencia mía, pero mucho menos lo que hice a continuación: mientras caminaba por la estancia putrefacta me dirigí a su ‘base de operaciones’ al final del pasillo, efectivamente colindante a nuestra habitación, y le solicité, con gran habilidad femenina, todo hay que decirlo, que me enseñara alguna de las películas que usaba para aliviarse. Para eso sí que no estaba preparado el marrano.”

 

“No me lo puedo creer, Mónica”, le interrumpí de forma idéntica a la anterior, pero esta vez con un cariz más sorpresivo.

“Por favor, déjame acabar, cariño. Se conectó a una web llamada Xhamster, ‘hamster’ de chocho, una expresión idiomática inglesa. Afortunadamente no era una web de zoofilia. Abrió su perfil y empezó a mostrarme sus vídeos ‘favoritos’ o como se llamen, y venga escenas anales, y venga corridas en la cara, y venga folladas con las tías más guarras que haya visto jamás... Al tío no le costó nada ponerse a tope en un solo minuto mientras me iba explicando el concepto filosófico de cada ‘poema’ visual. Y a mí no me supuso ningún esfuerzo proponerle una contribución preguntándole si le apetecía que le pajeara mientras veíamos uno de sus vídeos.”

 

“¡Pero serás guarra!” Me salió el reproche del alma.

“Ya, ya... pues no te creas que el tío tardó mucho en sacarse la polla.”, continuó narrando una Mónica que, hasta ahora, me era desconocida. “Le invité a que se levantara y, estando los dos de pie, le agarré la tranca empinada y empecé a masturbarle de la única forma que sé. No soy una experta como tú, claro, pero pareció gustarle bastante porque, a los 20 segundos, cuando noté que se iba a correr, le acerqué a su pantalla para que eyaculara contra ella, sobre el vídeo porno que había pinchado. Reconozco que me dio bastante asco la escena pegajosa que organicé y el olor que emanaba de ella, pero sirvió para hacerme una idea de sus medidas y sus mililitros”.

 

“¡Que asco!” tuve que esgrimir entre dos arcadas. “¿Se corrió mucho?” susurré tímidamente contradiciendo tangencialmente la anterior exclamación.

“Eso ya lo verás tú el viernes, guapa”.

“Sí, y tu puta madre, no te digo...” Ya me estaba cabreando la bromita de la cerdaca esta.

 

Lo de la cantidad de semen era una curiosidad mía basada en otro acontecimiento repulsivo que recuerdo con el Rafa este de las narices, dos días después de instalarme en mi piso: cuando se presentó como mi vecino, y aún no le conocía como ahora, cometí el fatídico error de proporcionarle mi email y mi Facebook, y días más tarde me encontré en mi bandeja de entrada una foto de mi jeta, extraída de la red social, llena de lo que parecía esperma. Bastante esperma. El texto que la acompañaba era simple: “espero que seamos amigos y te pueda poner así algún día”. ¿Hay que joderse o no? Aunque suene extraño, lo primero que recuerdo haber pensado en ese momento fue: “menuda corrida”. Pero enseguida ese gesto de supuesta admiración se volatilizó cuando fui consciente de la asquerosidad que había perpetrado aquel sujeto. Me sentí ultrajada y le respondí con una amenaza policial por acoso. Jamás lo repitió.


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