La revancha que surgió del fuego (capítulo 3/8)

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“Pues eso Evita, cariño. Espero que no me decepciones. Yo no lo hice, confié en ti y, en efecto, mi vida ha cambiado desde entonces. Para bien, claro. Para muy bien. Así que también podríamos cambiar tu relación con el vecino, ¿no te parece?”, iba explicando la muy zorra en un tono irritantemente irónico. Sin duda, se le daba bien la cáustica a Mónica.

“¿Y qué pasó después de esa paja?”, le pregunté con escasa curiosidad.

“Eso es algo entre él y yo”.

“Ah, qué bonita historia de amor...” le propuse sarcásticamente.

 

Respondió con una carcajada contagiosa que me transmitió en el acto. Me acerqué a ella con decisión dominante, para que no olvidara quién mandaba en esa casa, le arranqué las bragas bajo su falda y me la follé con dos dedos a toda hostia. “Hoy vas a cenar contenta, so puta”, le iba diciendo mientras Mónica respondía a mis envites con el mismo número de gemidos. Verla ahí, con las piernas abiertas y levantadas, y cara de circunstancia, era una delicia. Estaba súper mojada cuando aún ni siquiera había empezado a darle. Deduje que se había puesto muy cachonda, no solo urdiendo y explicándome su plan, sino escuchando mi animadversión por el futuro invitado. Iba a resultar que esta tía es más guarra que yo. Madre mía, he creado un monstruo.

 

El día siguiente era martes, y aún le estaba dando vueltas a todo el tema, al comportamiento de Mónica, a la llegada inminente del viernes y cómo iba a afrontarlo. Me sentí francamente desorientada. No sabía muy bien cómo lidiaría con sus planes. Una cosa sí tenía muy clara: ese cerdo no me pondría la mano encima ni en broma, ni para “ajustar cuentas” ni para fantasear con un supuesto morbo de mi amiga. Salí a mediodía de casa para comer con una conocida e ir de compras después y, por la tarde, cuando ya estaba llegando al rellano del piso para entrar en casa vi salir a Mónica del apartamento de Rafa. Quedé confusa, de repente me sentí el objetivo de una conspiración judeo-masónica.

 

“¡Hola cariño!” vociferó la meretriz encubierta mientras se dirigía hacia mí.

“Buenas tardes, señorita Eva”, replicó el cerdo de la colina apoyado en el marco de su puerta.

 

No respondí a ninguno de los dos. Me metí en casa mientras Mónica saludaba con la mano a Rafa y seguía mis pasos.

 

“¡Esto es la hostia, tía!” le largué con muy mala leche al cerrar la puerta.

“No te enfades, amor, solo estaba revisando vídeos suyos para hacerme una idea de sus gustos sexuales y saber de lo que es capaz”.

“Ah pero, ¿tiene gustos ese gorrino?”. No sé ni para qué le seguía la corriente a la tía.

“Pues sí que los tiene, nena, y muy sofisticados. Me ha estado mostrando unas pelis que ¡ufff!, me he puesto a tope. El tío será lo que quieras pero le encanta el sexo, y sabrá hacerte un trabajo de primera el viernes, ya verás.

 

Hice caso omiso a todas esas observaciones. Pero incluso a sabiendas de que me entraba todo por un oído y me salía por el otro, ella insistió:

 

“Ha estado enseñándome vídeos amateur de lo que llaman BBC, unos negros enormes con rabos a juego, que me han puesto tan cachonda que he empezado a mojarme a tope, ahí sentada a su lado frente al ordenador. Creo que, debido a mis suspiros de sorpresa en cada escena, se debió dar cuenta de lo caliente que me encontraba y, el muy guarro, me metió una mano bajo la falda para tocarme un muslo. Al oírme suspirar ese tocamiento me preguntó ‘si estaba húmeda’, literalmente, y le dije que sí. Seguidamente le pedí que se levantara y me senté sobre mis talones en el suelo, frente a él, para sacarle la polla y pajearle como nunca se lo habían hecho antes, según me dijo”.

“Tía, estás enferma, de verdad”, le recriminé sin apenas inmutarme.

“Ya bueno, no se la chupé porque me daba un poco de asco su olor, pero súbitamente descargó unos chorros de leche sobre mi pelo y mi frente. Aún tengo restos, creo. ¿me lo miras, porfa?”

“Vete a la playa”, le respondí indignada mientras me preparaba un sandwich para comérmelo frente a la tele.

 

No le dirigí la palabra en todo lo que quedaba de tarde y de noche. Y me quedé a dormir en el sofá. La mera visión de mi amiga recibiendo en su cara la leche de ese mendrugo me daba auténtica inquina.

 

Miércoles. He dormido en el sofá y Mónica ya se ha ido al trabajo. Me ha dejado café caliente y una nota junto a la taza: “Que tengas un buen día, te quiero”. Es el colmo. Consciente de lo que me afecta su anormal comportamiento,  a sabiendas de que he dormido en el sofá por despecho, ¿me hace café y me escribe una nota? Si lo que pretendía era confundirme, lo había conseguido. Y mucho. Daba la sensación de que, paralelamente a su plan contra mi orgullo, se había desencadenado en ella una obsesión morbosa por Rafa. Entonces me planteaba muy en serio que si una mujer tan atractiva como ella, con un cuerpo realmente envidiable y una belleza exótica poco habitual, no sentía verdadera repugnancia por ese tipejo, a lo mejor es que yo estaba equivocada prejuzgándolo sin conocer, a ciencia cierta, las supuestas virtudes del tipo. Una cosa sí tenía clara: el pequeño Torrente guapo no era. Ni mínimamente atractivo, físicamente. ¿Tal vez tenía un pollón del 20 que había embargado el interés de mi compañera?, ¿Posiblemente su incómodo y antiestético semblante era, en realidad, una excelencia? Joder, ni idea. Intenté olvidarme de las rencillas, me duché, me vestí y salí rápido del piso. Estas paredes con “oídos” se me caían encima.


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