El Arcángel, navío español - Episodio I

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Desperté, me hallaba perdido, parecía que el camarote me oprimiese y tan solo hubiera un hueco por donde respirar, la puerta. Me preparé. Me colgué el crucifijo, me vestí con mis hábitos y tras calzarme marché hacia cubierta, la puerta parecía haberse encasquillado. Aunque con dificultad, pude salir, la mar afectaba a mis fuerzas pues no estaba acostumbrado a navegar de forma tan incesante, llevábamos meses vagando por los interminables mares del oeste, parecían no tener fin.

Al salir vi un gran bullicio, no había marinero que estuviera parado, ni siquiera preparándose para la faena. Todos se hallaban trabajando, de aquí a allá, de izquierda a derecha, de arriba a abajo. Observé el cielo, no deberían de ser más de las diez de la mañana, el Sol estaba imponente; todos sudaban en aquel día de mayo navegando hacia las Américas.

Cuando logré reincorporarme fijé mis ojos en la proa, una figura portentosa permanecía apoyada por su pie derecho en un pequeño tablón que servía de ayuda para ver por encima del bauprés. Me acerqué a ella esquivando a los marineros que sin parar iban de un lado para otro como si no fuesen a ver otro día. Esa figura era el capitán, Don Néstor el Distinguido. Fue asignado por el Emperador en misión de colonizar las Españas del Oeste, su reputación como soldado y navegante le predecía que, a su vez, era también envidiada por Diego el Depravado, el que había estado a la sombra de Néstor durante toda su carrera, el que haría todo lo que estuviese en su mano por hacer que su navío se hundiera por primera vez.

- Hace buena mañana clérigo, pensaba que érais de mejor dormir- bromeaba el Capitán sin apartar su mirada del frente, parecía que buscara tierra en mayor grado que el vigía del mástil mayor.- Decidme, ¿Habéis dormido cómodo?

No todo lo cómodo que podría, sabéis de buen grado que me inclino más ante el colchón de plumas que el de paja. Mas he de reconocer que en mi vida había estado en tan constante contacto con la mar que surcan los navíos de la Corona- contesté mirando hacia el horizonte, como Néstor. Aunque compartía su afán por encontrar tierra, no lo hacía con tanta seriedad pues aunque mareado, me daba la sensación de que la encontraríamos muy pronto, o podría ser causa del ron con el que tanto había festejado la noche anterior. En mi mente sonaba la voz de la gente del pueblo. "La mar está para pecar". Quizás había roto mis votos, pero eso ahora no importaba, nadie se había percatado de ello, todos bebimos por igual, nadie habís sobrio. Ya habría tiempo de confesarse en Toledo, aquí estaba lejos de la Iglesia.

En ese momento una voz lejana se oyó, estaba llena de júbilo, parecía ser la de Jacinto, el vigía con el que tantas historias había compartido de mitos religiosos. El hombre tenía un gusto por ir a la biblioteca de Toledo a leer sobre las obras de Virgilio en sus horas libres. Según contaba su padre era escriba en la Corte y le enseñó a leer y a escribir, tenía cierta admiración por la Roma de Augusto. Aunque siempre sacaba tiempo para yacer con su mujer.

- ¡Capitán, capitán, capitán, capitán!

No paraba de llamar a gritos a Néstor, éste se alarmó y nervioso desvió su mirada del horizonte. - ¡ Por Dios dejad de llamarme y decid, decid, ¿Qué ocurre?! - El capitán torció su mirada mientras gritaba mirando al mástil mayor.

La tripulación del Arcángel había dejado sus quehaceres y como dementes se pusieron a gritar, no era locura alguna; Habíamos encontrado tierra.

 

Don Torres


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