CONDUCIENDO

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-Cruzar las barreras del lenguaje, para escribir un libro, integrando los misterios de la vida humana, los pensamientos, los secretos, toda una historia plasmada por medio de la literatura. Este libro, al ir leyendo sus páginas, nos conduce a otro universo lleno de cosas por explorar- dijo Carlos, haciendo arabescos en la portada, con sus dedos mochos de tanto comerse las uñas.

-Cosas por explorar!! Como si no hubiese suficientes problemas explorados y sin resolver en la mente humana- Contesté. Medio escupiendo la bronca junto con los restos de tabaco del Particular sin filtro. Siguiéndole la corriente concienzudamente.
-Es que te lleva al encuentro del trasgresor, del que alimenta la ilusión efímera de tener poder sobre otras u otra persona, cuando en realidad lo absorbe el miedo a perder toda estima-continuó Carlos, dejando el libro a un costado para esgrimir los implementos del mate.
-Eso es manipular. Y querer manipular a los demás es no quererse a uno mismo. No conocerse. Yo soy como soy… y soy honesto. Al que le gusta bien…. al que no, también !!!- Mi voz, grave y demasiado alta, repercutió en la cabina del Mercedez Benz Atron 1720, modelo 2012.
-Manipular, manipular…. las personas tienen disyuntivas de identidad! Querido amigo !!! Las personas son y no son, quieren ser y no son. Se niegan, se excusan, fingen… se evaden- continuó, mientras alternaba el azúcar con la yerba, dentro del porongo y luego le agregaba el agua caliente del termo.
El primero lo tomó el, guardando las tradiciones…. “el primero se escupe”. No sé porque. Volvió a llenarlo y me lo dio. Lo tomé con la mano izquierda, mientras con la derecha seguía conduciendo.
-La incapacidad de enfrentar un sentimiento constituye un punto débil - afirmé con fricción-… y no solo por desavenencia, sino por total convicción.
-Sí, seguro, si podes aceptar sentirte impotente y asimilar el rechazo sin perder la dignidad, podrás disfrutar de vos mismo tal como sos  – Contestó Carlos con una vehemencia tal, que mis manos sobre el volante comenzaron a transpirar.
No respondí. Ojos hundidos de lagartos me estaban mirando y sus enormes fauces me agredían desde el espejo retrovisor. Ese espejo. No podía dejar de mirarlo. Obra del hábito y la rutina.
Mi pie derecho apretó el acelerador. Tomé la botella de wisky y mis labios, sedientos de respuestas y amaneceres, casi la estrujaron.
-¡Carlos, sos un pobre puto!- exclamé, sin más argumentos.
Llovía. Las gotas de agua, como arco iris transparente, se deslizaban por el parabrisas.
La escobilla de goma las arrastraba, formando un semicírculo. Por esa pequeña ventana se veía la carretera. Igual daba escalofrío mirar. El oscuro que pintaba el fondo de la escena era una boca de túnel inquietante.
Alrededor, la serenidad del campo emanaba desde una imprecisa claridad.
El volante encalla y entumece los dedos…. Con las últimas gotas de wisky me froté las manos.
El camión ascendía las lomas de la entrada a la ciudad.
La ciudad, envuelta en una luminosidad anaranjada, se resolvía en el silencio íntimo y pluvioso.
-Uno mira el Universo y piensa que una vida no puede ser tan importante- filosofó Carlos en voz baja pero firme, mientras alargaba su mano hacia mí, ofreciéndome el porongo caliente, en actitud amistosa-Sin embargo- continuó, haciendo caso omiso a mis tragos ardientes- ¿quién podría negar la trascendencia de un solo ser, como eslabón, en la cadena de la vida?-
Su aplacada indiferencia a mi estado de ánimo, impulsó mi alianza desesperada con el enojo. Abrí la ventanilla con total premeditación, haciendo gala del inmenso desvío que podía imprimirle a mi fuerza bruta de camionero.
Con la mano derecha arrojé la calabaza al medio de la carretera mientras con la izquierda, maniobraba el volante para entrar al desvío. Fue un esfuerzo supremo, por la velocidad y el peso… y por los matices que el wisky le iba dando a mi apenas borrosa mirada.
Gracias que conocía el terreno más que la palma de mi mano. Aún ciego podía estacionar el Atrom en la puerta misma del local del viejo Giglio… y estacioné.
Bastante achispado y medio aturdido, saqué la llave del arranque, la metí en mi bolsillo, cerré los ojos y me relajé, disfrutando de la bendita comodidad en la cabina frontal de mi camión.
Me quedé dormido un par de horas. Estaba cansado. La ruta cansa más cuando llueve….
Cuando desperté, Carlos no estaba… tampoco su bolso ni su termo.
-Seguro se habrá subido a otro camión- balbucee, entre dientes.
Descender fue como desmontar un potro de rodeo. El viento frío azotó mi rostro surcado por un par de lágrimas calientes.


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