Abraham Fisher y la Luna (II)

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El calor era intenso en ese mes de julio en todo el Estado de Ohio, pero Abraham apenas advertía las gotas de sudor que perlaban su frente. Estaba muy emocionado por la posibilidad de explorar y conocer cómo era la vida más allá de su pueblo. Por supuesto, con sus amigos había leído a escondidas revistas que los mayores llevaban de contrabando al pueblo y sabía cómo era una ciudad. Pero eso no le era suficiente, quería olerla, sentirla y experimentarla directamente, no a través de las páginas arrugadas de un magazine.

Y, sin embargo, una vez llegaron a la ciudad todo fue una gran decepción para él. El ruido de los coches era demasiado intenso, el calor era mucho más sofocante que el que sentía en el campo y el carácter de la gente se le antojó rudo y tosco. La gente le miraba como un bicho raro y hacían comentarios en voz baja en los que se burlaban de su apariencia. En definitiva, a Abraham no le pareció que Mansfield fuera un buen lugar para vivir.

Mientras se acercaban, montados en su coche tirado por caballos, al lugar donde habían de comprar los materiales, el señor Fisher observaba atentamente las reacciones de su hijo y comprobó satisfecho cómo éste parecía bastante desilusionado por lo que veía. Todo parecía ir bien. Con un poco de suerte, cerrarían el trato pronto, a buen precio, Abraham aprendería algo del negocio y podrían volver tranquilamente a Holmes County.

No obstante, todo se estropeó durante la negociación del precio de la madera.

-Esto no es lo acordado.- escuchó Abraham decir a su padre, visiblemente enojado.

-Es un año de sequía, y la demanda es alta. El precio es el doble que el que inicialmente fijamos.- La respuesta del hombre mayor, de cara pétrea y con profundas arrugas, que era el interlocutor de su padre, no pareció satisfacer en absoluto al señor Fisher que, inmediatamente, se enfrascó con él en una terrible discusión.

Abraham intentó prestar atención al principio. Al fin y al cabo, se suponía que debía aprender del oficio, pero pronto perdió el interés. Dio una vuelta por el cobertizo en el que estaban, pero no vio nada interesante. Estaba bostezando cuando se abrió una puerta y de ella, salió una muchacha un poco mayor que él.

Abraham en ese mismo instante se convenció de que, si la belleza tenía rostro, éste sería el mismo que el de aquella chica que le miraba.

-Hola, mi nombre es Julie. Tú eres Abraham,  ¿verdad? Mi padre me avisó de que vendríais hoy. Precisamente, hoy –dijo, enigmática, mientras miraba a los dos hombres que discutían sobre el precio de la madera y puso cara de fastidio

- Esto es un rollo. Y me han dicho que lo de hoy va a ser algo único. No querrás perdértelo, ¿verdad?

El joven estaba absorto mirándola y no supo que responder. Balbució algo, pero ella no le hizo caso alguno. Le cogió de la mano y le invitó a que le acompañase. Y Abraham, se dejó llevar.

Salieron del cobertizo corriendo y cruzaron la calle, sin precaución alguna. Era evidente que Julie conocía la zona y que se dirigía a un lugar concreto. En el caso de que Abraham hubiera estado más sereno, le habría preguntado que adónde le llevaba. Es posible que hasta se hubiera negado a seguirla. La impresión que tenía de la ciudad no era buena y preferiría no estar dando vueltas por ahí. Pero el joven solo prestaba atención al suave contacto de la mano de la joven mientras corrían.

Al cabo de un rato, Julie se paró en un lugar abarrotado de gente que observaba algo. Abraham no entendía nada, pero la imitó cuando ella intentó hacerse un hueco y ponerse en primera fila. Le costó unos segundos darse cuenta de lo que estaba viendo: era una tienda de electrodomésticos, con un enorme escaparate lleno de televisores. El joven nunca había visto uno de ellos, pero tampoco le impresionó en exceso. Al menos, no tanto como la mirada abstraída de Julie mirando a los televisores. De repente, ella se volvió hacia él, mirándole con los ojos encendidos de emoción y señalando a una de las pantallas.

-¡Mira, Abraham, es la luna! ¿No te parece increíble?

El jovencísimo amish, tardó unos segundos en reaccionar, pero miró en la dirección en la que el dedo de Julie señalaba. Aún necesitó algo de tiempo para asimilar lo que estaba viendo en la borrosa imagen que inundaba los televisores: un extraño artefacto, posado en un terreno yerno y agujereado con el fondo lleno de estrellas. Y lo que parecía una figura humana, embozada en un estrafalario traje, daba pequeños saltos por la superficie.

-Es Neil Armstrong, Abraham. ¡Es un astronauta y está andando sobre la luna!

Abraham estaba estupefacto. Nunca se le ocurrió que el hombre fuera capaz de llegar a la luna. Ni siquiera estaba seguro de que fuera posible volar. Y, sin embargo, hay estaba. Lo estaba viendo y parecía real. Volvió a mirar a Julie y vió como una silenciosa lágrima se deslizaba por su mejilla. Estaba emocionada. Y, Abraham supo, en ese mismo instante que algo había cambiado dentro de él y para siempre.

De vuelta a Holmes County, ni el señor Fisher ni su hijo hablaron demasiado. El hombre mayor, hizo todo el viaje enfadado por no haber conseguido un buen precio para la madera de su negocio. Por su parte, su hijo simplemente callaba y sonreía.

Abraham vivía en un mundo donde se podían conseguir cosas extraordinarias. Había sido testigo de ello y ya no podría olvidarlo. Pero lo más importante para él era que, en aquella Tierra, que ahora parecía tan cercana a la Luna, existía una maravillosa jovencita llamada Julie.


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