Don Rodrigo

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Jueves, 27 de noviembre de 1095

El Concilio de Clermont llegó a su fin. El Papa Urbano había declarado la guerra contra los musulmanes que ocupaban Tierra Santa.

 

Miércoles, 3 de diciembre de 1095

En los Condados Catalanes, en la ciudad de Elna perteneciente al Rosellón clamaban las campanas de la iglesia. Todos los campesinos que pasaban por allí se preguntaban la razón del clamor, aún no era el Ángelus, el Sol acababa de salir. Entonces, Santiago, el párroco de la iglesia salió de ella. Corrió  hacia la posada de “Reposo del joven”, al entrar vio a varios hombres de gran porte y de ropas finas. No parecían ser catalanes y mucho menos campesinos. Santiago había sabido la llegada de un castellano, el marqués de Burgos. Don Rodrigo Torres. El hombre permanecía sentado afilando su flamante espada, ésta era grande y tenía labrada una torre en la parte inferior de la hoja además de un mango reluciente. Mientras, los demás, que parecían ser parte de su séquito hablaban con el posadero con el fin de encontrarle una habitación a su señor que sin avisar había venido a la ciudad. El posadero se negaba, pues todas estaban ocupadas; los caballeros insistían. Santiago sin esperar más se dirigió al señor, lo que llamó la atención del Marqués.

-Perdonad…-balbuceaba- ¿So…Sois Rodrigo Torres?-Miró con impaciencia al Marqués, éste sin apartar la mirada de su espada respondió mientras seguía afilándola- ¿Quién lo pregunta?-apartó la mirada de su arma y dejó de afilarla, colocándola junto con el pedernal en la mesa que había delante de él; suspiró.- Soy Santiago, el párroco de la iglesia de al lado, tengo algo que deciros Don Rodrigo.-se frotó las manos el párroco y con mirada preocupada miró al Marqués, éste esbozó una sonrisa y se levantó de la silla- Sea, explicadme pues el porqué del clamor de las campanas, no es usual ver ese tono, diríase es una agonía mas témome que no es así.-el señor de Burgos había alertado lo que el anciano tenía por afán al venir a esa posada. Éste se sorprendió por la astucia del hombre, el que estaba de espaldas ante él. Sin más dilación el párroco respondió.- Señor Rodrigo, Su Santidad ha declarado la guerra en Tierra Santa lo que implora que tanto ricos como pobres vayan a defender la verdadera fe, a lo que mi llegada concierne, es harto importante que vos, si me permitís, os unáis a ellos.- Rodrigo, sorprendido ordenó a sus caballeros con un leve gesto que le siguiesen. Sin decir ninguna palabra ni mirar a nadie cogió su espada de la mesa, guardó el pedernal en su faltriquera del cinturón y salió por la puerta, Santiago se hallaba atónito no entendía la postura del castellano, aunque supo que eso era un sí. Al salir de la posada Rodrigo se dirigió a sus caballeros:

Muy bien, parece ser que el Papa ha convocado a los guerreros de Dios. Iremos a Tierra Santa. Ensillad mi caballo y preparad mi armadura, avisad a los que permanecen en el campamento a las afueras de la ciudad, que se preparen. Nos vamos a Tierra Santa. –Tras esto los caballeros se inclinaron ante Rodrigo y se dirigieron unos hacia la derecha y otros hacia la izquierda con el Marqués, había mucho que preparar antes de partir hacia la guerra.

 

  Don Torres.


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