Descubriendo la pasión I

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Cuando me dijeron que podría hacer las prácticas de fin de carrera en una residencia de mayores me puse a dar saltos de emoción. Al enterarme de que la única plaza libre era en un pueblo a las afueras de Madrid, toda mi alegría se esfumó. No tengo carné de conducir y comprobé que el trayecto era de una hora y cuarenta y cinco minutos desde que me metía en el Metro, montaba posteriormente en el Cercanías y caminaba hasta mi lugar de destino. Pero debía ser positiva. La experiencia sería enriquecedora. Eso sí, esa misma tarde me dirigí a la autoescuela más cercana para apuntarme. Al ver que prometían aprobar el examen teórico en tan solo 10 días decidí que debía intentarlo. Estudié como una loca el manual e hice más test prácticos que los que pude hacer de adolescente en las revistas juveniles. Un solo fallo, ¡prueba superada!

-Cristina, -me dijo Nieves, la secretaria de mi autoescuela, mientras rellenaba algunos datos personales necesarios para las clases prácticas- en cinco minutos viene Héctor. Si quieres esperarle para que os conozcáis antes de vuestra clase de mañana...

-Vale, sin problema -contesté sentándome en una silla de la pequeña salita.

Había fantaseado con ese momento desde que supe quiénes eran los profesores y profesoras que había en mi autoescuela para enseñar la parte práctica. De los cuatro, uno me había hecho enmudecer desde el primer momento en que le vi hablando con Nieves. Era más alto que yo, de complexión musculosa pero sin llegar a ser desagradable, con el pelo corto, mezcla de rubio y cobre, y unos ojos azules puro cielo. Me pregunté si no sería español, pero su acento no mostró que fuera de europa del norte en ningún momento. Ese día nos quedamos evaluándonos el uno al otro unos segundos. Mi boca seca, el corazón latiendo como un loco y un deseo sexual impredecible que empezó a bajarme desde el vientre hasta mi vagina. Por eso, estaba bastante nerviosa esperando al hombre que había satisfecho mis fantasías más calientes y eróticas. Pero claro, era distinto soñar con sus manos estimulando mi clítoris y mi ano, a tenerle delante.

-Hola Nieves, ya estoy aquí. Me ha puesto un mensaje al móvil el alumno que tenía ahora, porque no va a poder llegar.

-¡Anda! Pues ha venido Cristina, teníais clase mañana a las seis de la tarde, pero si quieres empezar hoy y ya mañana seguir con el horario...

-Pero...¿me está esperando? Pensaba aprovechar los cuarenta y cinco minutos en ir a... Bueno, da igual. ¿Dónde está?

-Hola, soy Cristina -respondí a su pregunta apareciendo.

Mientras Nieves hacía una presentación de cortesía, ambos nos comíamos con los ojos. Me daba apuro pensar que la secretaria pudiera darse cuenta y desvié mi mirada, no sin antes hacer una parada visual en su entrepierna. ¡Madre! ¿Estaba tan excitado como yo o ese era su tamaño normal? Tenía miedo y un interés por él, que no comprendía.

-Si no puedes hoy, lo dejamos para mañana -respondí con desilusión. No podía parar de pensar en estar con Héctor en el espacio reducido del Seat Ibiza.

-¿Para mañana? Mejor ahora y así te hago una primera evaluación.

¿Eran imaginaciones mías o sus palabras iban con segundas intenciones?

Salí yo la primera, al tiempo que notaba sus ojos acariciándome el cuerpo de arriba a abajo.

-¿Estás nerviosa? -preguntó con una media sonrisa.

-La verdad es que sí. La primera vez... ya se sabe -respondí sonriéndole. Si quería jugar, yo también. Aunque no entendía de dónde me salían estas ganas de provocar. Normalmente era bastante más pausada en cuestiones sexuales.

-Ya veo.

Me explicó que llevaríamos el coche hasta la zona de Sanchinarro, ya que por ese barrio el tráfico era muy ligero y para la primera clase me vendría bien practicar en esa zona. Fuimos hablando de todo un poco y así descubrí que el tenía 31 años, ocho más que yo. Que participaba en algunas carreras amateurs de rally, que vivía solo, y...

-Mira Cristina -dijo mirándome con sus inquietantes ojos azules- Vamos a tener que pasar bastante tiempo juntos todos los días y me excitas sobremanera. Aunque seamos mayorcitos los dos, está mal porque soy tu profesor. Así que, o nos concentramos o no voy a poder enseñarte como es debido porque lo único que pienso es en sentarte a horcajadas sobre mí, penetrarte hasta el fondo y morderte los pezones hasta que pidas clemencia.

Sus palabras me dejaron muda y excitada a partes iguales. Ningún chico con los que había estado había sido jamás tan directo y sincero. Claro, que eran niñatos.

-¿Esa es la única opción, dejarnos de jueguecitos? -acerté a decir.

-No -dijo seriamente- Pero no quiero que empieces algo que no llegas ni a entender bien y que luego quieras acabarlo antes de tiempo.

-Solamente sé que disfrutamos mirándonos. ¿Cómo sería si aparte de mirarnos nos tocamos?

-¿Qué cómo sería? -preguntó con una mirada felina y una voz gélida que me hizo estremecer.

Con un solo movimiento de su mano, me bajó el vestido veraniego hasta la cintura. Puso su mano sobre mi corazón y al notar los latidos apresurados, sonrió muy seguro de sí mismo.

-¿Sigo?

-Ajá -respondí con voz entrecortada.

Al descubrir que el sujetador se abrochaba desde delante, desgarró con la boca los automáticos, dejando al instante al descubierto mis pechos. Con avidez se precipitó hacia ellos, lamiendo y lamiendo mis claras aureolas. Endureciéndolos, poniéndome la piel de gallina. Lubricando de una forma totalmente natural mi vagina.

-Mira... -susurró en mi oreja, cogiéndome la mano y llevándola a su polla.

Estaba totalmente dura y sobre el pantalón vaquero se intuía un tamaño considerable.

-Quiero saber si eres capaz de meterla entera en tu boca.

-Héctor... Nunca he llegado a chupársela a nadie cuando me he acostado con chicos. No sé si...

-Para todo hay una primera vez. Quiero sentir tus carnosos labios lamiéndome. Recorriendo mi polla mientras veo tus pechos moverse arriba y abajo.

Me sonrojé inevitablemente mientras me inclinaba sobre su cremallera, para bajársela. Después los calzoncillos y cuando no había más que quitar me deleité viendo su polla erecta. Tan grande como había imaginado en mis sueños más húmedos. Empecé por dar un tímido lametón a su glande y al ver cómo se estremecía, me di cuenta del poder que yo ejercía sobre Héctor. Intuitivamente, seguí lamiendo su glande, acompasando el movimiento de mi boca, con la masturbación de mi mano sobre su polla. Arriba... y abajo... Lento y... después más rápido. Cuando una gota de su líquido preseminal empezó a resbalarme por la barbilla y con mi dedo índice me la llevé a la boca para chuparla, vi el deseo oscureciendo los ojos de Héctor. No cruzamos ni una palabra más. Héctor me despojó de lo que me quedaba de ropa y me puso a horcajadas sobre él, entrando rápidamente. Haciéndome vibrar y gemir. Sus ojos azules parecían tocar mi alma mientras él se daba cuenta de lo que yo estaba disfrutando.

-He esperado tanto...este momento -dije susurrando, sin parar de moverme mis caderas, notando con cada embestida que estaba más cerca de tener un orgasmo- Te he soñado mucho Héctor.

CONTINUARÁ...


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