Aquella joven vecina

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Eran las 8:56 de la mañana cuando alguien tocó el timbre en la casa de enfrente. ¡Qué fastidio! Despertarme tan temprano en plenas vacaciones. Me levanté. Fui al baño. Y antes de volver a acostarme me asomé por la ventana. Era una señora y una pequeña - Que tal vez era su hija -  hablando con  Elena y Sofía, nuestras vecinas de enfrente. En unos cuantos minutos, se despidió la señora y se quedó aquella joven de no mal ver. Tal vez de unos dieciocho o veinte años. Venía vestida con esos vestidos que les llegan hasta las rodillas, color azul y floreado. Seguramente se quedará a trabajar con las vecinas. porque traía un bulto que tal vez era su ropa. 

No volví a saber de ella, en toda la semana que salí con mis primos y amigos, a divertirnos. Pero el viernes, se fueron todos a san Andrés. Y como no quise levantarme temprano, me dejaron. Sólo dejaron a Tino que siempre cuida la casa cuando no están ellos. Me bañé y bajé a comer algo. Estuve allí todo el santo día. 

Por la tarde, me asomé por la reja que da a la calle y vi a aquella jovencita que me despertara el lunes. Barría el corredor de la casa de Elena. La vi de espaldas y tenía buenas curvas. No estaría nada mal, un acostón con ella. Total, yo estaba solo en la casa de mi tío. Tino estaba en el patio.

- Ya volteó a verme - me dije - Y me sonrió.

Entonces le hablé a Tino y le pedí de favor que fuera enfrente y le preguntara a la muchacha a qué hora salía. 

Tino fue de inmediato. Y ya volvía cuando ella lo llamó de nuevo. 

- Dice que hoy no puede, porque su mamá viene por ella. Que el próximo viernes...

- Tiene que ser hoy - Interrumpí a Tino. Después ya no voy a estar solo en la casa como ahora

Y recordé que Elena, quien me conocía desde chiquillo, me tenía gran aprecio. Y no me negaría un favor, si se lo sabía pedir. Así que me decidí a pedírselo ahora mismo.

Avancé con pasos firmes y confiados a la casa de enfrente, la de mi vecina Elena. Al ver a la joven más de cerca, no pude dejar de apreciar su belleza y le sonreí. 

- No le duele nada - me dije mientras tocaba el timbre.

Un minuto después estaba Elena invitándome a pasar a la sala. También llegó Sofía a saludarme. Entonces inventé que no sabía cómo planchar unas camisas y me urgían. Y que no había nadie en la casa de mis tios. Aunque eso ya lo sabían.

- Por supuesto. Sabes que sí. Lo que se te ofrezca. Traeme esas camisas y le digo a mi chacha que te las planche...

- Es que tengo todo un revoltijo allá con las camisas. ¿No habría manera de que ella fuera, y que ella misma se encarge de arreglar mi tiradero? - dije tratando de salvar la situación que ya se me estaba complicando

- Como tú quieras, querido Fernando - dijo Elena y la secundó Sofía - No faltaba más

 Fue entonces que la llamó cuando ella ya iba rumbo a la cocina.

- Silvia - Y ella llegó corriendo - ¿Sabes planchar?

Le respondió que sí, sin levantar la cara. Por eso no pude ver su rostro. Pero puedo asegurar que era bonita. Como toda jovencita. 

- Acompaña al joven Fernando a su casa. Él vive en frente y necesita que le planches unas camisas, ¿Puedes hacerlo?

Dijo que sí, de nuevo, sin levantar la cara y con una voz muy baja. Como si no quisiera ir

Luego se vino atrás de mí. Abrí la reja. La cerré. Entramos a la casa por la cocina. No quise abrir la puerta principal para que la gente que pasaba no sospechara nada. Le hice una seña a Tino para que me cuidara por si mis tíos regresaban.

- Vamos arriba.  Allá están las camisas - Le dije y me siguió confiada. 

Entramos a la recámara y le metí llave a la puerta, por precaución. Si llegaban mis tíos tendría tiempo de arreglar las cosas para que pareciaeera que la muchacha planchaba mis camisas. 

Entonces con la palma de mi mano, levanté su cara. Y lentamente, para que no se espantara, la besé. Al principio, ella apretó los labios. No me dejó besarla a modo. Entonces la abracé y la atraje hacia mí. Por fin, ella me correspondió. 

Esa fue la seña para que yo pudiera empezar a manosearla a mi antojo. ¡Qué cuerpo! ¡Qué muslos! ¡Qué cintura! Toda para mí. 

La acosté en la cama y pude quitarle ropa íntima pero no el sostén. ¡Qué trabajo me costó! Así que mejor metí mis manos bajo ellos. Luego me quité el pantalón y logré que fuera mía. Cuando terminamos, nos quedamos tendidos en la cama. Pero ella se iba a levantar. Entonces la detuve.

- ¿Cómo te llamas? - Le pregunté por cortesía

- Silvia - Me respondió, con una voz muy suave 

- Es cierto, lo había olvidado - Tuve que admitirlo - Así te dijo Elena. ¿Cuándo podré verte de nuevo? 

- No sé. Trabajo todo el día con doña Elena y doña Sofía. De lunes a viernes

- Lo sé. Pero voy a necesitar quien me planche la ropa todos estos días que estoy de vacaciones con mis tíos.

 

Volví a estar con ella, 4 veces más. Hasta que terminaron mis vacaciones. Y volví a mi rutina.

 

 

 


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