Descubriendo la pasión II

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Decir que me sentía pletórica era quedarse muy corto. No había sido romántico, con una buena cena, flores y fresas con chocolate. Sin embargo, la naturalidad del momento lo convirtió en algo brutalmente mágico. Al día siguiente, mientras iba de camino a la autoescuela, sentía el corazón latir salvajemente. Tampoco pude evitar ponerme cachonda pensando en qué cosas haría conmigo Héctor.

-Hola Nieves.

-Buenas tardes cielo. Héctor no va a poder darte las clases porque me ha dicho que hay un error con su horario. Pero no te preocupes porque Paloma puede y está a punto de llegar.

-¿Pero…ha pasado algo?

-¡Qué va! Por lo visto tenía el cupo de alumnos lleno, aunque no me figura en el ordenador… Pero vamos, Paloma es una profesora excelente.

-Vale -me limité a decir.

Mi cara debía ser un poema. No podía evitar preguntarme si el polvo que habíamos echado el día anterior no le había dejado satisfecho y no quería ni mirarme a la cara para no tener qué decírmelo. Por supuesto, la lección fue un fracaso. Yo no estaba concentrada y debió de pensar que era la alumna más torpe que había visto en su vida. De camino a casa iba a cruzar tranquilamente por el paseo de peatones cuando un coche casi se me echa encima. Estaba a punto de soltarte una ristra de palabrotas, cuando se bajó la ventanilla del conductor y vi que era Héctor.

-Sube -me dijo.

-Tengo que irme.

-Vamos Cristina -dijo bajándose las gafas de sol.

-Que no puedo.

-Estamos montando un atasco, sube de una maldita vez.

La rabia me invadió y me subí dando un portazo. Aprovechando que dejaba el coche en segunda fila, empecé a insultarle de la manera más ordinaria que pude.

-¿Has acabado? Porque llevo toda la tarde esperando a que terminaras tu clase para comerte la boca.

Apenas pude procesar lo que me dijo porque ya le tenía encima de mí, saboreando mis labios con su lengua y acariciándome los pezones por debajo del sujetador hasta dejarlos duros y firmes.

-¿Eh…? -acerté a preguntar.

-No puedo darte más clases -dijo incorporándose al tráfico- Estás pagando un pastón para aprender a conducir y yo no me concentro en enseñarte. Cuando ayer llegué a casa por la noche estuve excitado durante horas pensando en lo que habíamos hecho e imaginando lo que me queda por hacerte.

-Vale, yo pensé que… Bueno, que no había sido exitoso y que no querías volver a verme.

-No digas tonterías. Tu cara dulce e inocente es lo que más me excita, nunca he sentido nada igual. Es solamente una fachada, dentro de ti se encuentra una chica que sabe lo que hace.

-¿Ah sí? -pregunté pícaramente- ¿Qué te gustó más cuando saboreaba despacio tu polla o cuando me la metí entera hasta la garganta? ¿O acaso lo que te gustó fue follarme mientras con tu dedo me masturbabas por el ano?

-Cállate -dijo con la voz ronca.

Al mirar su entrepierna, su dura polla levantaba el pantalón de chándal gris que llevaba.

-¿Sabes? Hablar de todo esto me ha excitado mucho. Creo que mientras tú conduces voy a… acariciarme el clítoris.

Mirándome con esos ojos azules ardiendo de deseo, me bajé primero los shorts y el tanga y después me chupé dos dedos. Empecé a masajearlo despacio, con movimientos circulares. Me excitaba sobremanera saber que Héctor estaba a mi lado, más pendiente de mí que del tráfico.

-No te corras ­-dijo autoritariamente­- En seguida llegamos, y quiero ser yo quién provoque tu orgasmo.

Después de girar una calle, aparcó el coche y apagó el motor. Me di cuenta de pronto que no tenía ni idea de dónde estábamos y Héctor debió de darse cuenta de la confusión en mi cara.

-Aquí vivo yo. Súbete la ropa.

Tragué saliva al pensar que me llevaba a su piso. Si ayer no se había cortado un pelo en hacerlo en un coche aparcado en la calle, donde todo el mundo podía vernos, ¿qué haría hoy conmigo?

Saludó cortésmente al portero, que nos miró con curiosidad. Nada más meternos en el ascensor empezó a besarme con fuerza, mientras metía sus manos por el corto pantalón y me masajeaba el culo sin darme tregua. Tuvimos que parar porque el trayecto hasta el tercer piso no daba para mucho. Se puso nervioso intentando abrir la puerta con rapidez y sonreí pensando en el efecto que provocaba en él. Héctor, que siempre lucía seguro de sí mismo. Cuando por fin acertó, cerró la puerta con las llaves y sin ni siquiera tomar aire me llevó en volandas hasta la cocina donde me dejó encima de la encimera. Me bajó de un solo movimiento la ropa y me la quitó sin desanudarme las zapatillas deportivas. Con sus manos abrió mis piernas, dejando al descubierto mi sonrosada vagina, que estaba totalmente lubricada después del numerito del coche y del ascensor. Me miró con picardía y bajo su boca para empezar a lamerla despacio de arriba abajo. Cuando me introdujo la punta de la lengua y empezó a meterla y sacarla como si fuera su polla grité de placer como nunca antes lo había hecho. Siguió masturbando mi clítoris y el orgasmo no tardó en llegar. Sin necesidad de hablar parecíamos leer perfectamente los gestos el uno del otro. Me bajé con las piernas aún temblando, y Héctor me quitó el sujetador y la camiseta.

-Por fin puedo verte desnuda y con comodidad -sonrió.

-Yo también quiero verte desnudo.

-Aquí me tienes.

Le quite la camiseta blanca, dejando ver su cuidado torso depilado. Al bajarle los pantalones y ver cómo estaban los bóxers manchados de líquido preseminal me sonrojé. Le quité los calzoncillos despacio, torturándole. Ambos estábamos de pie el uno junto al otro, desnudos, mirándonos con una pasión que necesitaba ser desbordada.

-Quiero probar algo que nunca antes he hecho -le confesé con nerviosismo.

-¿El qué?

-Me he traído lubricante porque quiero que me folles el culo -le solté.

Por unos segundos se quedó mudo. Supongo que no muchas chicas de 23 años le dicen que quieren ser folladas por detrás. Me abrazó por atrás y me fue guiando hasta su habitación. Estaba decorada con sencillez y al ver la cama enorme me puse celosa pensando en cuántas otras habrían pasado por ella. Al vernos reflejados en un espejo, me quedé sorprendida. No parecía yo. La chica que me miraba parecía más segura de sí misma, más femenina. Nuestros cuerpos encajaban a la perfección y el contraste de mi piel bronceada, con sus rasgos casi londinenses era exquisito.

-Me gusta lo que veo ­-dijo mirándome a través del espejo.

Le respondí con un beso, que en pocos segundos se transformó en un morreo salvaje. Acto seguido, Héctor me colocó a cuatro patas en la cama y abrió el cajón de su mesilla para sacar…

-Te voy a ir metiendo el dildo primero. Cuando te acostumbres, te meteré mi polla. Simplemente relájate, el lubricante ayudará. Me vuelves loco...

Al sentir el frió del lubricante me estremecí, pero cuando noté el dildo meterse poco a poco en mi culo, abriéndose paso entre mis paredes, solamente quería seguir. Y que Héctor me la metiese en seguida...


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