Cándido, no es inocente

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Me llamo Cándido Franco Primo. Mi nombre no se debe al conocido hijo literario de Voltaire. Ni fue tampoco el destino quien se ocupó de concederme esta gracia, si no, un tío abuelo por parte de mi padre que, con el persuasivo reclamo de mil pesetas, de la época, en una cartilla a mi nombre, convenció rápidamente a mis padres para que estamparan ese nombre en mi partida de nacimiento y en mi persona, hasta el día de hoy. Y fue un 28 de diciembre de 1955 cuando vine a este mundo; en un pueblecito que se encuentra al oeste del oeste; que es Paña. Nombre que los habitantes del noreste, despectivamente, llaman España, porque no quieren ni verla y otros, la mayoría, que habita más allá de las montañas, la llaman Apaña; porque abunda en su territorio gran cantidad y variedad de aves rapaces.

Trascurrieron los primeros años de mi vida en el pueblo que os he referido; como los de cualquier chiquillo de esa edad. Y con los entretenimientos de la época: jugando, robando fruta, asaltando nidos, rompiendo cristales y todas esas materias que forman parte de la educación de un niño sano y normal. Sin olvidar claro está, la otra parte que se ocupa de la formación científico/humanística, que no tiene ninguna utilidad, hasta que te haces mayor y aprendes a aplicar de forma práctica para “persuadir” a tus congéneres de que eres un hombre dominante, honesto, sociable, creativo, voluntarioso,…

Yo, con mi exiguo bagaje cultural y la cruz, de mi nombre, no podía haber encontrado mejor compañero de aventuras que a Generoso Caritativo Solidario. Otro pardillo que como yo, tenía confianza en el ser humano y creía verdaderamente que el hombre es bueno por naturaleza. Esta idea, tan machaconamente repetida, por don Benigno Clemente Virtuoso, hombre bueno donde los haya y, párroco de la localidad, había calado tan hondo en nuestra tierna infancia que nos ha costado, a ambos, muchos años, palos, reveses y fatiguitas hasta comprender, al fin, que es por interés, por lo que se mueve Andrés.

Pues bien, voy a referirles algunas de las tribulaciones por las que pasamos los dos novicios. Unas como consorcio y, otras, por separado.

Al poco tiempo de terminar nuestros estudios conseguimos un buen puesto de trabajo; bueno, para lo que aquí estamos acostumbrados. Un sueldo digno y con expectativas de futuro. En estas estábamos cuando, un buen día, apareció de pronto, un compañero de juegos de la infancia, Astuto Facundo Ladino, que siendo un niño, partió con sus padres en busca de mejores oportunidades al norte de Paña; a lo que nosotros conocemos por la tierra de los várdulos y caristios. Gente industriosa y de lenguaje ininteligible; comedores de chuletas y practicantes de deportes ancestrales. Allí aprendió que las tierras del sur están pobladas de tiranos indolentes y haraganes, que solamente piensan en la siesta y la fiesta. Algunos años después, emprendió viaje, esta vez en solitario, con intención de establecerse en la zona costera del noreste. El país de los lacetanos. Tan industriosos como los anteriores y con lenguaje propio algo más comprensible para nosotros por haber compartido pueblo dominador común, y mantener relaciones comerciales, muy ventajosas para ellos, desde tiempos inmemoriales pero, que lejos de servir para acercarnos, ha sido todo lo contrario, se ha convertido en un hecho tan diferenciador, que hoy día resulta insalvable.

Después de este largo peregrinaje, en el que adquirió toda suerte de conocimientos industriales y artimañas financieras; nos propuso la creación de una empresa como en las que él había trabajado en esas lejanas tierras y asimismo, había hecho tantas y tan buenas amistades que, disponía de buenos contactos a muy altos niveles, tanto políticos como banqueros y grandes empresarios. Unos nos facilitarían el acceso a subvenciones públicas, permisos administrativos, etc., y los otros, conseguirían para nosotros, créditos con intereses muy ventajosos. Además, como disponía de sobrada experiencia, la empresa estaba abocada al éxito y nos reportaría pingües beneficios. Nuestra primera reacción, claro está, fue de estupor. En un principio, porque nos costó reconocerle físicamente y después, porque nos sorprendió que de buenas a primeras, después de tantos años, llegara así, y nos ofreciera a nosotros, dos recién salidos del horno, tan importante y productivo negocio. Después de explicarle que nuestra situación económica no era la idónea para tan importante empresa, le agradecíamos que hubiera pensado en nosotros pero, que debía buscarse otro par de socios mejor situados y con más experiencia. Nuestros argumentos no le echaron atrás, por el contrario, lanzó una nueva andanada de excelencias, esta vez acompañadas de gráficos, informes y presentaciones informáticas, que finalmente, consiguió ponernos los dientes largos y envolvernos en una nube de éxitos que, como los dos incautos que éramos, conseguimos involucrar a nuestras familias y que avalaran la quijotesca empresa.

No tardamos en descubrir que el tal Astuto, igual que llegó, como una tormenta de verano, desapareció de la misma forma, dejando tras de sí, un tremendo lodazal y dos familias arruinadas. Nos enteramos algún tiempo después, que este sujeto sigue con su actividad “delictiva”, pero ahora, a mayor escala. Y sigue prosperando con el beneplácito de políticos y prohombres de la patria.

Por eso os digo: ¡desconfiad de los astutos facundos que aparecen envueltos en impecables trajes, por muy italianos que estos sean, porque os dejarán sin blanca y a la luna de Valencia!

Años después, olvidado ya el descalabro ocasionado por Astuto Ladino; totalmente recuperada mi situación tanto económica como laboral y, gozando de cierta notoriedad en mí entorno social; fui tentado por la política. Nunca se pasó por mi cabeza formar parte de este mundillo pero, esta vez, embobado por la lisonja de Ambicioso Ruin Avaro, compañero de trabajo y especialista en enjuagues y dar jabón al mismísimo señor La Toja; militante del partido Trigo Limpio, consiguió, a fuerza de insistir porfiadamente, que formara parte de las listas en las elecciones generales. Convencido yo de que la aventura no pasaría a más, le dejé hacer. Mi condición de doblemente cándido, no supo ver que el tal Ambicioso tenía todo muy bien tramado. Llegaron la elecciones y como cabe suponer, salí elegido alcalde y mi mentor político, concejal de urbanismo. El lazo estaba puesto y el incauto gazapo, de patas dentro. A partir de ahí, como era de esperar, me vi envuelto en unas cuantas tramas de tráfico de influencias, falsedad documental, corrupciones urbanísticas, etc., pero, por increíble que parezca, es que yo no percibí ni un solo euro y sí todos los adjetivos que la RAE dispone para calificar tan bochornoso hecho.

Los cándidos y generosos hacen prósperos y poderosos a los astutos y ambiciosos. Una retahíla de mangantes espabilados que, amparándose en la facilidad de palabra, en la destreza del embuste y el engaño, se aprovechan de los incautos que callan y callan hasta que se colma el vaso de la paciencia y las consecuencias son impredecibles.

Cándido no es inocente porque se le pueda engañar fácilmente. Cándido es un ingenuo, porque cree que algún día, las despiadadas alimañas pagarán por sus fechorías; sin saber que comparten mesa y mantel con sus señorías.


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