Encuentro inesperado en el gimnasio (intro)

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Aunque el tema de los gimnasios siempre me ha parecido una horterada, después de dar a luz a mi segundo hijo, me tuve que rendir ante la evidencia: estaba floja. Así que con un bebé de pocos meses y un gimnasio a escasos metros de mi casa, me dije que lo más cómodo sería dejarme de bobadas y apuntarme. Unas cuantas sesiones de Aquadynamic y otras tantas de Bodybalance bastarían para quitarme el flotador y endurecer las cachas. En unos meses me convertiría en una de esas madres bollos que pasean a sus hijos por la playa en shorts y que se convierten en el centro de todas las miradas (las de ellas: ?esa no ha parido, será la niñera?) y las de ellos: (« ¡Joder! A esta ya le haría yo otro bebé!?). Y solo por atraer las miradas envidiosas de ellas merecía la pena el sacrificio: soy mala.

Dicho y hecho: cuando el bebé cumplió tres meses y el perineo parecía haber recobrado la elasticidad de antaño, me cogí el bañador, las gafas, la toalla, y allí me fui a probar lo del Aquadynamic. Cuando llegué a la piscina todo el mundo estaba ya instalado: alguna treinteañera, mucha señora cincuentona y sesentona y un par de hombres, perdidos entre las féminas, pero contentos. No sin esfuerzos, conseguí hacerme sitio entre la muchedumbre. Y cuando me acomodaba las gafas para hacer unas cuantas expiraciones dentro del agua, le vi llegar. Metro noventa, morenazo, cachas pero sin pasarse, ojos brillantes, sonrisa perfecta, dientes perfectos, culo perfecto (esto lo pude constatar un poco más tarde)... En fin, el tipo de hombre que ves en las revistas posando con top models o anunciando perfumes con gotas en la cara para dar impresión de frescura. Yo, cuando le vi, me dije: ¿Pero este macho ¿qué coño hace en este antro? ¿Cómo le habrán engañado para ponerse a dar clases de Aquagym a un hatajo de flojas? -Aunque a las señoras, había que verlas, menuda caña tenían-.

En estas estaba, o sea, intentando responderme al caudal de interrogantes que la aparición de tal criatura había despertado en mí, cuando oigo: "¿Cómo están mis chicas?", "¿Y mis chicos??. "¡Hoy tenemos entre nosotros a una nueva aquadinámica! ¡Yuhuuu!". "A ver, Carme ... ¿Dónde estás? No te escondas!". En esos momentos me hubiera gustado tener una bombona de oxígeno para meterme debajo del agua y no salir en unas cuantas horas, pero solo disponía de unas gafas de bucear rojas, feas, dicho sea de paso, que en ese preciso momento llevaba colgando del pelo enmarañado y a medio mojar. Debía de estar hecha un cuadro. Pues en ese preciso momento todas las miradas se tornaron hacia mí. Que unas cuantas sexagenarias me miraran con un boceto de sonrisa me la traía al pairo, pero que una escultura griega hecha de carne y hueso me dirigiera una sonrisa perfecta con unos dientes perfectos provocó que mis orejas entraran instantáneamente en ebullición y que con voz agilipollada pronunciara un cutre "hola". Un desastre. El chico debió de percibir mi malestar y fue lo suficientemente piadoso como para no continuar su cuestionario y comenzar la clase. Le estaré eternamente agradecida.

"Espero que mis chicas (y mis chicos) estén hoy en forma, porque yo me he levantado hoy con ganas de marchaaaa. ¡¡¡Iauuuuuu!!!". Y una música medio tecno de ese cursi inundó el recinto. El adonis empezó así a mover su cuerpo serrano dando patadas a diestro y siniestro, en el vacío, mientras nosotras imitábamos sus movimientos, pero "in aquam". Al mismo tiempo que se movía, explicaba los pasos con un micrófono "manos libres", mientras animaba cantando o soltando bromas (muy apreciadas entre las deportistas).

Cuando aquello por fin terminó, ocurrió el milagro: todas las mujeres salieron de la piscina, casi despavoridas, como si hubieran lanzado un cocodrilo al agua (luego comprendí que era para pillar las duchas de agua caliente) y me quedé sola. Sola en la piscina y sin música. ¡Qué paz! Tenía media hora antes de que cerraran el gimnasio, así qua aproveché para bucear y hacerme unos cuantos largos. Al cabo de diez me paré, me quité las gafas, me apoyé en el bordillo y me percaté de que no estaba sola.

"Tienes un buen estilo de Crawl", me dijo. "Se nota que te entrenas en un club". Era el monitor bollo, que había estado mirándome apoyado en la barandilla que separa los vestuarios de la piscina.

"Pues no". Le dije, atusándome la nariz por si hubiera tenido un moco colgando. "No voy a ningún club, pero siempre me ha gustado nadar. Gracias."

El tío colocó una pierna en una de las barras de la barandilla y con su sonrisa de anuncio de perfume de Navidad, me preguntó: "¿Qué tal la clase? ¿Te ha enganchado?". No le iba a decir lo que pensaba. No le iba a decir que me había parecido patético dar puñetazos en el agua y salpicar a la vecina, a quien acababa de dar una patada haciendo el paso precedente. En cambio, se me ocurrió decirle: "Es agradable sudar en el agua". No contestó. En vez de eso, se quitó la camiseta y de un salto se plantó dentro de la piscina. No me había fijado, pero de cerca se le veían algunas pecas dispersas por su cara. "Pues te propongo que sudemos juntos", me soltó agarrándome por la cintura. "Esta noche me encargo yo del cierre: no hay prisa".

De nada sirvió el balanceo de cadera que esbocé para separarme de él, ni mi cara de perplejidad Al contrario, el gesto pareció excitarle. Me agarró aún más fuerte, pegándome contra él. "Cuando una tía nada bien, me la quiero follar instantáneamente. Me pasa desde siempre, no sé por qué, es así". Hizo una pausa. Yo no daba crédito. Permanecía ahí, inmóvil, pegada a su cuerpo, recorriendo involuntariamente cada una de las pecas de su cara, con el corazón a mil, preguntándome si de verdad iba a dejarme follar por un monitor de gimnasio. Después me susurro a la oreja: "Y tu nadas muy bien". A continuación me dio un lametazo en el lóbulo. Cuando me chupan el lóbulo, pueden ocurrir dos cosas: o bien me entra la risa, una risa floja y boba que puede durar minutos o bien me entran escalofríos por todo el cuerpo y mi respiración se torna lenta y sonora. Pasó esto último y, en pocos segundos, yo ya no era dueña de mí misma. Aquel tipo que me sujetaba por la cintura y me susurraba al oído mientras me lamía el cuello (ya había pasado al cuello) se había convertido en el dueño de mi cuerpo. Me dejé llevar. Del cuello paso a los hombros, mientras me bajaba los tirantes del bañador, y de los hombros a la espalda. Me empujó contra el bordillo y siguió bajándome el bañador al mismo tiempo que me besaba. Cuando sus manos empezaron a acariciarme los muslos y el culo, se acerco aún más a mí y me susurro de nuevo: "¿Sabes que te voy a follar?". Yo, que para entonces ya estaba más cachonda que una perra en celo le contesté: "Espero que sí. Y que no tardes".


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