Inesperado... ¿y?

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SOLICITUD RMN CEREBRAL: POSIBLE ENFERMEDAD DESMIELINIZANTE.

Sus ojos no podían creer lo que veían. Su cerebro no podía creer lo que leía. No podía ser, a ella no, esas cosas siempre le ocurrían a los demás,nunca a uno mismo.

Tumbada sobre la fría placa dentro del tubo de resonancia, su cabeza no paraba de dar vueltas, quizá por eso, esta estaba fijada por un dispositivo más cercano a la Edad Media que a la época actual.

Por desgracia -o quizá no- sabía perfectamente lo que significaba ese informe; tenía en mente todas las posibilidades y esperaba que las peores no se ajustaran al resultado de la prueba. De repente comenzó a oír... ¿qué? ¿ruidos, golpes? Era prácticamente insoportable, pero también sabía el tiempo que pasaría ahí dentro, más aún por la necesidad de inyectar contraste, así que decidió que lo mejor era evadirse. Se imaginó en la playa sobre la arena, sin nadie más alrededor, solo el sonido de las olas rompiendo en la orilla la acompañaban. Se puso en pie, despacio se aproximó a la orilla y sin pensarlo comenzó a nadar, libre, sintiendo el agua fría sobre su piel, su pelo, su alma. Sin apenas darse cuenta sintió cómo algo bajo ella se movía, lentamente, el ruido había desaparecido y una luz tenue pero cegadora invadía la estancia. Introdujeron en su vena una vía y todo volvió a empezar?que alivio poder introducirse de nuevo en el cálido y confortable mar.

Sin apenas darse cuenta todo terminó y la luz tenue regresó, por desgracia -ahora sin duda- el gesto que vio al abrir los ojos no era el que cabría esperar.

Sentada en una sala de espera beige, triste, apagada y sombría, comenzó a ser realista, a echar la vista atrás y darse cuenta de los síntomas que había sufrido desde hacía meses. Malo o menos malo, sería un alivio saber qué ocurría, qué la bloqueaba cuando menos lo esperaba, el origen de esos temblores, de esos dolores. Sabía que se había engañado a si misma pero había llegado el momento de conocer la verdad. Una de las puertas marrones que estaba junto a ella se abrió y un joven médico pronunció su nombre. Frente a la mesa escuchaba atentamente las palabras que confirmaban el diagnóstico. ¿Podría tener hijos? ¿Su futuro se ceñiría a una silla de ruedas? ¿Podría dar la vida que quería a su pareja?

Subió a la habitación asignada y mientras el médico introducía en su columna una aguja fuerte, desmedida y prolongada hasta límites que no pensaba pudiera sumergirse en ella, se dio cuenta que ninguna de esas preguntas importaba. Había malgastado miles de momentos pensando en qué le depararía el futuro y allí estaba, su espalda contraía, dolorida, endurecida sin posibilidad de relajarla, con dos desconocidos junto a ella y lejos de casa.

Tumbada sobre la cama horas después, sus compañeros de trabajo se encargaban de que nada le faltara y estaría agradecida siempre, pero le necesitaba a él. Le llamó, hablaron, lloraron juntos y sintió como él no soltaría nunca su mano y se mantendría junto a ella. No tenía ninguna duda. Esataba segura.

Esa noche, supo que una mala noticia, esa mala noticia pronunciada por un joven médico, había disipado todas sus dudas, todos sus porqués acerca de lo que realmente importaba. Nunca estaría sola, había encontrado lo que tantos otros buscaban y no llegaban a encontrar... el amor verdadero. Tras tantos años imaginando, todo lo que realmente deseaba estaba junto a ella, no volvería a imaginar ni a esperar. Ya lo tenía. Ya lo había encontrado, era afortunada pasara lo que pasara.


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