Metamorfosis

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Cuando la noche se empeña en mostrarte el paladar es señal inequívoca de que ha llegado el momento. Es el cierre de ciclos el que te reclama y esta vez no piensa dejarte ni el recuerdo. Ya lo sabías, sabías que vendría a por ti y que no serviría de nada soltar dentelladas; así que trata de asimilarlo y respira hondo porque te va la vida en ello. Es la tarea que tiene asignada, es el mejor trabajo del mundo y es todo un profesional. Un momento justo para despedirte de la conciencia, y hasta nunca.

La metamorfosis empieza por dentro, siempre de los pies a la cabeza. Con mucha calma, metódica, expeditiva, tenaz como la voluntad de una madre; sin dejarse espacios ni cavidades, escurriéndote el alma hasta petrificarla. Se aplica en ello y se desenvuelve con un corte profesional y preciso con la cuchilla desatada en un silbido demente. Se sumerge en ti como lo hacen las grandes aves de monfragüe, que se abalanzan sobre todo aquello que tenga el valor suficiente para morir allí. Parece una explosión purificadora la que te filetea los valores debido a años y años de perfeccionamiento, así que sabe dónde darte para quebrarte el caparazón, molerte las articulaciones y por supuesto carcomerte vivo; pero sobre todo para que crujas como la hojarasca de otoño. Invierte todo el tiempo que tus entrañas requieren, no escatima. No hay lugar para ellas nunca más, dejarán de molestarte; te lo aseguro.  Así te mantiene, vivo en un hilo, con la mirada en invierno sin ver nada pero con una calidez fatua que se esmera en mantener.

Ahora tiene que recuperar el aliento apoyado en tu columna vertebral por el esfuerzo que requieres, mientras saca las narices de tus pestilencias y deja que el aire frio que filtran tus costillas le alfiletee los pulmones. Sí, tiene los músculos entumecidos, la frente escarchada de sudor y tiene que recuperar la compostura después de varias arcadas de agotamiento, pero sigue disfrutando como un demonio. Siente la excitación de obligarte a soltar lastre sin opción a nada más. Y siente como propio el gozo de un espacio por estrenar, puro y sin topes. Hueco, solo se detiene ahí. Se sienta para observarte un instante? y vuelve a por ti. Momento de cerrar puertas y ventanas, es así como la aguja y el hilo entran a escena.  Dando puntadas, procurando coserte con precisión va fabricándote de nuevo, purificado, sin relleno que valga pues serás tú quien decida cuándo va a volver. Y eso lo saben hasta los grillos que prefieren reventar en vibración antes que sucumbir al peso del plomo.


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