Una sed de agua

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Dame una sed de agua, por favor. No me dejes con los labios resecos por el calor del sol. Ya ves que es poco lo que te pido, chico.

Calor tórrido. Cielo penetrante, limpio como un espejo. Sombra lóbrega, anonimato de amantes. Sospecha de beso, indicio de delicia carnosa. Asomo de incisivos blancos marfileños en la clandestinidad de la boca de ella, que se refresca con los pies sumergidos en la alberca umbría. Fuera de la negrura de las nogueras el calor es abrasador. Vulturno insufrible. Canto de chicharras como música de fondo.

Mira que no te pido una sed de vino, que resultaría mucho más sensual. Tan sólo te pido la nimiedad de una sed de agua, chico, mi chico.

Lip gloss en los bezos de ella, que harían la delicia de cualquiera, con el inferior apurado en vértice carnoso que a su chico le gusta mordisquear y chupetear, porque está de rechupete, nunca mejor dicho.

Mientras él busca en el chorro refrescante la botella de vino, ella se extiende el lip gloss por sus morritos. Se refrota los labios uno contra el otro para darle fijación y textura, y deja la boca entreabierta en estudiada pose sensual que pedía guerra. Él, por fin, se da cuenta de los movimientos de ella y se queda mirándola?

Bésame, tonto?

A él, los labios de ella le resultan más jugosos que nunca. Ella se da cuenta?

¿Cuándo sea vieja, te seguirán gustado mis labios como ahora?

Sí, siempre.

Lo que hace falta saber, es la edad en la que ella, con el paso del tiempo, se convertiría en vieja, que sería justo a los cuarenta años, ni más, ni menos? Este dato lo conocía él, el chico y tonto, según lo llamaba ella cariñosamente, por eso se atrevió a asegurarle, sin ninguna duda, que sí le seguiría gustando, porque para él el envejecimiento llega más tarde.

Aparecen unas copas de cristal dentro del tabaque que su abuela de él le ha prestado, entre unos emparedados variados que su madre les ha preparado. Servilletas de hilo. Todo a punto. Nada al azar. Situación estudiada. Nada de albur de fulleros. Los vasos de plástico estropearían el buen vino y el glamur de la situación.

Él, sirve vino antes de comenzar con el piscolabis. Una gota furtiva cae por los labios del chico y ella se apresura a limpiarla con su boca. La atrapa con excitación y la paladea en la punta de sus dientes.

No seas tonto; no me dejes nunca. Yo sabré hacerte el hombre más feliz del mundo, no lo dudes. Ninguna otra te hará más feliz que yo, tontorrón.

Los sándwiches les resultaron deliciosos y, con ellos, el vinillo lo trasegaron por sus gaznates con fruición y con profusión.

Olor a tomatera que llegaba con el bochorno del atardecer, desde los arroyos de la tabla de hortaliza que había frente al cortijo. Ella, se acercó a los tomates y tomó dos de los más maduros, para estrujarlos sobre los canapés de jamón y queso. Exquisito. Sobrecillos con aceite que la previsora de la madre de él había depositado en el tabaque. Sobrezuelos con sal y pimienta. No faltaba de nada. Navaja, con cachas de madera, perfectamente afilada.

Seremos muy felices juntos, no te quepa duda, chico. Abrázame?, no me dejes así, mi amor, necesito tu calor, tu cercanía.

Él, la arrulló con dulzura y la tomó con ternura y placidez. Gorjeos de placer. Vino verdejo después.

Tolvanera caliente en la solana de enfrente. Remolino de calor que sube por sus cuerpos desnudos. Sienten vergüenza por si alguien los está viendo. Ya es tarde, pero no ven a nadie que los haya podido observar. Se visten con premura. Él, aprovecha que la blusa de ella no está cerrada, para palpar, no  por última vez aquella tarde, los pechos de su chica.

¿Te ha gustado, verdá, chico?

Sí, es verdad?: me haces feliz, chica? ¿Una copita más de vino??

Ya se la estaba sirviendo cuando le preguntó si quería.

Aceite sobre el tomate extendido en el pan, con su pizca de sal sobre ellos. El amor no les ha apagado el hambre y siguen comiendo. No dejan de tragar comida y bebida.

Estoy algo mareada, chico.

Es vino bueno; no tendrás malestar en la cabeza después? Estate tranquila.

El sol se pone tras el cerro. Él, echó en falta unas aceitunas gazpachas, pero resultarían poco sensuales, poco glamurosas y, para nada, coquetas, pero van muy bien con el vino. Su madre hizo bien en no ponérselas, aunque sabía muy bien que le gustan a su hijo. Quizá no sabrían muy bien sus bocas después de las aceitunas. Porque ella, su madre de él, era muy especial con los sabores, sobre todo con los amargos y el pimentón.

Con la llegada del fresco de la noche, amor tórrido. Tiempo de silencio. Gemidos, suplicas de más placer. Desinhibidos. Sin miedos. Con la clandestinidad que da la noche. Fuera timidez, agobio, conciencia de pecado. Toman conciencia de la linterna que forma la luna sobre el nogal. No es impedimento el suelo duro del campo en el que se revuelcan. Son jóvenes, muy jóvenes, insultantemente jóvenes, por eso, entre otras cosas, a ella todo el mundo le resulta viejo y, quizá, no le falta razón. Puede que las cosas sean así, como las pensamos cuando somos jóvenes y todo se va matizando a nuestra conveniencia cuando vamos siendo mayores, que, más que adaptarnos al medio, adaptamos el medio a nosotros para no darnos de bruces contra la realidad.

Aprovechan ahora que son jóvenes y pueden divertirse sin miramientos, pero no son conscientes de lo poco que les durará la juventud.

Sienten alegría y ríen con estruendo. Son felices. Se hacen felices sin reservas, sin pudor, sin pedir nada a cambio, pues se lo dan todo.

Luz de luna. Acompañados del silencio se miran de cerca sin apenas verse el rostro. No se dicen ?te quiero?, que ya se lo han dicho todo.

También en silencio, recogen los bártulos en el tabaque. Ella, coge una copa vacía y se la ofrece a él?

Dame una sed de agua, que tengo la boca seca, chico?


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