Los Inusuales. (Parte 1)

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Esta es mi noche. Era lo que no dejaba de repetirme. Mientras mi hermana terminaba de ponerme las alas de cartón envueltas en brillante papel albar, yo no paraba de repetirme esa frase. Estaba muy nerviosa y cada vez que miraba el espejo que tenía delante me preguntaba si estaría atractiva para Armando. Tras terminar de ponerme las alas, el disfraz de hada de los bosques estaba listo. Me admiré delante del espejo y Elena, mi hermana, se quedó pasmada.

Clara, estás increíble- comentó mientras me admiraba-. Con esto vas a encandilar a más de uno.

?Solo había uno a quien quería encandilar?, pensé para mis adentros.

Nos pusimos en marcha. Además de mi hermana y yo, nos acompañaba su novio Diego, un tío alto y basto que se había disfrazado de espantapájaros. Mi hermana lo miraba con cierto desagrado. Era evidente que no le gustaba el traje. Ella en cambio, iba de enfermera sexy. No hacían una buena combinación.

Al salir a la calle, vimos todo atestado de niños disfrazados de toda clase de cosas. Iban de casa en casa pidiendo caramelos. Era la magia de Halloween, ese momento en que los monstruos y seres de nuestras pesadillas salen para rondar por nuestra realidad. No para aterrorizarnos, sólo para conseguir golosinas. Resultaba divertido y entrañable.

Un coche patrulla de la policía pasó por nuestro lado. Ya era el tercero que veíamos en toda la tarde. No era para menos. Se cumplía hoy un año desde aquella horrible masacre en la casa de los García. Pobre familia, lo que les hicieron fue horrible. Solo dejaron un superviviente, la hija menor, quien no pudo describir a los asaltantes pero dijo que tenían un aspecto inusual. Desde ese entonces, decidieron llamar a los criminales con el nombre de los Inusuales. Seguimos nuestro camino, ignorando a los agentes que vigilaban todo con ojo avizor.

La casa de Armando estaba un poco lejos del vecindario. Había que seguir un pequeño camino entre medias de una gran hilera de descampados a un lado y otro. La mayoría estaban abandonados y la hierba crecía grande y frondosa. Una gran fila de arboles bordeaba el lado izquierdo del camino. Ahora de noche, sin apenas luz, todo tenía un aire más siniestro. Íbamos intranquilos. El viento soplaba suave, meneando las hojas de los árboles. La oscuridad lo envolvía todo con su negro manto y solo la luz reflejada de la Luna aportaba algo de claridad. Oí algunos quejidos e incluso como la hierba se movía. Estaba tensa. Miré a la casa de Armando, todavía lejana. Con sus brillantes luces, parecía estar esperando nuestra llegada con ansia.

Fue a mitad de camino cuando nos topamos con él. Al principio no le vimos, pero cuando estábamos a unos 6 o 7 metros, fue cuando se dejó ver. Yo fui la primera que lo vio. Era una gran sombra que pareció surgir de entre los árboles. Se movía con paso firme y lento. Para cuando quise avisar a Diego y a mi hermana, ellos también lo habían visto.

Era alto. Llevaba un abrigo recio con capucha y unos pantalones vaqueros además de recias botas. Se detuvo a mitad de camino con la cabeza inclinada hacia el suelo. Nos miramos entre nosotros sin saber que decir. Mi hermana respiraba de forma intensa y en Diego, aunque tratase de aparentarlo, se notaba un nerviosismo estridente.

Lo sensato, pensaba, era acelerar la marcha y pasar de largo pero el idiota novio de mi hermana decidió acercarse. Fue a paso lento hasta quedar a un metro de distancia. Entonces, le preguntó.

Hola amigo- dijo con una bobalicona sonrisa en el rostro- ¿Qué haces aquí?

El tipo alto y siniestro no parecía decir nada. Ni se inmutó. Era como una estatua. Diego se volvió para nosotras con desconcertada expresión. De repente, se movió. Alzó su cabeza de forma mecánica y nos miró. Se nos heló la sangre.

Llevaba una máscara de color blanca que imitaba la silueta de un rostro humano. Un amago de nariz, un leve surco que dibujaba una extraña boca de labios marchitos y un par de orificios que pretendían ser ojos componían tan inexpresiva cara. La cosa se puso aún peor cuando vimos lo que llevaba en sus manos. En la derecha una bolsa de papel y en la izquierda un machete. Al ver el arma nos asustamos. Sentí a Elena abrazándome con fuerza. Yo cada vez estaba más aterrorizada.

El hombre se acercó un poco a Diego. Este retrocedió. Temblaba como un niño de 7 años. Luego decía que era un valiente. El tipo se colocó frente a él y pude vislumbrar que era más alto que incluso Diego.

Espero a unos amigos- dijo en un tibio susurro.

Sentí el aire saliendo de mis pulmones con celeridad. Al decir eso, fue como si un peso se nos quitara de encima. Tal vez fuera un hombre disfrazado. Solo eso. Diego se volvió de nuevo a nosotras con cara estúpida. Mi hermana no le dijo nada, pero cuando se dirigió al tipo, me temí lo peor.

¿Qué te parece si vienes con nosotros?- Señaló a la casa de Armando-. En esa casa se celebra una fiesta y vamos para allá. Ven con nosotros. Seguro que te lo pasarás en grande. Y puedes llamar a tus amigos para que vengan.

Ninguna supimos que decir. La conclusión era que Diego era idiota. Pero de remate.

 


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