La puta que hay en vos

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Mariana recibió la consigna en el contestador telefónico de la casa de su madre, en donde vivía. Te tocó el disfraz de PUTA FINA, le trasmitió su mamá, con indisimulable vergüenza, al pasarle el recado de Virginia, amiga y compañera de su hija. No entiendo cómo se divierten los jóvenes de ahora, le recriminó a su hija. Mariana esperaba ansiosa la fiesta y el disfraz que tendría que ponerse.  Había aceptado participar del evento de disfraces de la empresa y del particular desafío de no poder elegir ella el personaje; sino que resultaría de un sorteo. Un poco zarpado le pareció, aunque seguro la forma grosera de definirlo fue cosa de la loca de Virginia pensó. Mujer sexi debió haber dicho o, en todo caso, Prostituta vip. Pero en fin, ella es así.

¿Por qué me toca ese disfraz justo a mi? Todo sea por quedar bien con el gerente del banco, que tiene un concepto particular de la buena onda y, después de todo, es quien había ideado este particular festejo de fin de año.

Se preparó con mucho entusiasmo, con timidez y en secreto. Evitó caer en los típicos clichés de disfrazarse de enfermera erótica, de colegiala o de policía hot. Si bien era consciente de que tenía un buen cuerpo, aunque por su personalidad nunca se había animado a vestirse de manera sensual. Además el banco le proveía el uniforme que usaba todos los días y en el que ocultaba toda su voluptuosidad. Pero, en esta oportunidad, debía sacar todo para afuera, aunque al día siguiente tendría que enfrentar nuevamente a sus compañeras y, sobre todo, a su jefe. Así que en esta ocasión prefería hacerlo con gran delicadeza. Consultó en sitios web, recorrió sex shops en galerías alejadas del centro y se probó cuanta ropa interior le sugerían. Se sonrojaba ante los elogios de las empleadas que al asomarse al probador la piropeaban y la alentaban a animarse a más. Una de ellas, la más atrevida, le dijo al oído: ?sacá la puta que hay en vos?? y agregó, ?en el fondo, todas tenemos una?. Si bien le pareció desubicado ese comentario, de algún modo le sirvió para creerse el personaje y para terminar de soltarse.

Llegó el día de la fiesta. Durante la tarde le resultó difícil no tentarse a contar o a preguntar a sus compañeras de trabajo de qué se disfrazaría cada una de ellas. La única en saberlo todo era Virginia, encargada de avisarle a los invitados. Todo debía ser secreto y eso era lo atractivo del plan.

Llegó la noche y Mariana salió de su cuarto envuelta en un gran abrigo que ocultaba todo su diminuto vestuario, extremadamente sexi, debajo del cual mostraría como nunca su cuerpo esbelto y voluptuoso. Bebió apurada y a escondidas una vaso de whisky. Luego saludó a su padre casi al pasar, tratando de no detenerse, no vaya a ser cosa que éste le pidiera ver cómo iba vestida. Simuló estar apurada y salió rápidamente de su casa para subirse un remise de confianza que la estaba esperando.

Al llegar a la recepción y al dejar el abrigo en el guardarropa, dejó al descubierto su gran cuerpo de vedette. Acaparó la atención de todos los empleados y de los primeros invitados que se dieron vuelta para verla. Con la autoestima por las nubes recorrió las primeras mesas, mirando por encima de su hombro a todas las mujeres, disfrazadas de princesas en su mayoría. Con una sonrisa triunfalista descubrió a algunas de sus compañeras, las menos queridas. Sintió en ese momento que, al menos en la competencia de esa noche, ninguna de esas desabridas princesas de Disney podía siquiera competir contra semejante mujer y la osadía de su vestuario.

Pero, al cabo de un rato, comenzó a sorprenderse al ver tanta gente que repetía la temática infantil en los disfraces. Qué inocentones resultaron todos, pensó. Desfilaron por su lado,  Minnie, El Hombre Araña, el Pato Donald, La Pantera Rosa, etc. El vaquero de Toy Storie que no dejaba de mirarle los pechos, se acercaba cada vez más, encarándola con un vaso de vino; detrás de sí, un gordo inmenso disfrazado de Shrek, le estaba respirando en la nuca. Quién es este gordo, con olor a chivo que me está apoyando, balbuceó furiosa. Pero en ese instante divisó a su amiga que venía a rescatarla. Se trataba de  Virginia, la del mensaje a su madre, que estaba disfrazada de Vilma Picapiedra y que venía junto al gerente disfrazado de Pitufo. Ambos la miraron con sorpresa y vergüenza, mientras el resto los rodeaba dejándola en el centro. Shrek amaga a entregarle su abrigo y el gerente, frunciendo su nariz le dice: ?Me parece que te desubicaste?. ?No, si me toco de prostituta; traté de ser lo más delicada que pude? se justificó Mariana. Entonces su amiga Virginia reacciona: ?No, le dije a tu mamá que te tocaba de pi-tu-fi-na!, No de PUTA FINA!


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