La mojigata despertó (2)

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Bien, Verónica ahora era Delfina, dama de compañía. Al parecer su vida de mojigata había quedado en el pasado, junto con mis frustrados anhelos sexuales por ella. Decidí mantenerla en el pasado y buscar otras cortesanas para la despedida de mi colega. Pero, o bien ninguna estaba a su altura, o yo estaba lo que dicen "empotado". Apagué el computador y salí a comprar algo para comer: Seguro la noche me refrescaría...y enfriaría. Pero no podía apartarla de mi cabeza, ¿Cómo sería estar con Verónica y saborear todo su cuerpo? Pero encontrarse con ella, llamarla siquiera, sería una situación incómoda. No, definitivamente no la contactaría.

Estoy espiándola desde el mismo agujero en el techo, pero esta vez me deslizo al interior del camarín, justo cuando ella ha puesto el seguro de la puerta y se voltea enseñándome su voluptuoso cuerpo. No hay sorpresa en su cara, sólo una invitación. Ella se acerca cadenciosamente, y sin dejar de mirarme se agacha y me baja el short. Mi miembro encerrado es libre, sólo para que ella lo vuelva a aprisionar con su boca. Lo lame arriba y abajo, lo devora, me mira y vuelve a su ritual. Es maravilloso.

-Me moría por chupártela. Siempre lo quise hacer.

-Entonces no pares, sigue, trágatela toda- le susurro mientras la tomo de los cabellos. Ella entiende mi deseo y se zampa todo el tronco, acomodándolo en su garganta mientras me soba las pelotas.

-Quiero que me acabes en la cara -dice cuando por fin puede hablar. Y sin dejar de mirarme empieza a hacerme una paja- Mmmm, la quiero toda. ¡Dámela!.

-Oh, Verónica, eres una puta.

-No soy la estúpida Verónica, soy Delfina- dice justo en el momento en que alcanzo el orgasmo.

En ese momento, en mitad de la noche, desperté en mi cama bañado en sudor... y en algo más. Me levanté y encendí el computador.

Impulsado por la calentura que me dio mi onírica aventura y olvidándome que eran las tres de la mañana, marqué el número de contacto de Delfina.

-¿Hola? Soy Delfina- A pesar de la forzada sensualidad, la voz inmediatamente se me hizo familiar.

-¿Delfina? Sí, hola. Soy Alex ¿Estabas dormida? No me fijé en la hora.

Ella se río. Y su risa me cautivó. Infantil, dulce, acogedora.

-No, no. Tengo bastante trabajo, pero ahora estoy en una pausa.

Silencio.

-¿Alex? ¿Sigues ahí? ¿Me vas a contar por qué me llamas a esta hora?

-Perdón, estoy algo nervioso. Verás, estoy organizando una despedida de soltero. Será en mi casa este viernes, y quiero ver si puedes...si estás disponible para...

-Hacer una perfomance -concluyó con firmeza, pero con el mismo tono angelical.

-Eso, ¿Puedes?

-A ver, el viernes...Sabes que este mes trabajo con una socia, ¿no? O las dos o nada. No es que te quiera presionar, pero acá hay reglas.

-No me complica. De hecho, mi intención siempre fue contratar a ambas.

-Excelente. Bueno Alex, te explico cómo funciona esto: El traslado de ida y de vuelta lo costeas tú. El espectáculo contempla dos tandas de baile y en la segunda, luego del baile nos quedamos un rato a compartir. Si alguien quiere algo más, es otro precio.

-Entiendo. Me parece bien.

-No toleramos a los borrachos irrespetuosos. Si alguien se sobrepasa, nos vamos. No hay reembolso. ¿Te portarás bien, Alex? -esto último lo dijo casi gimiendo. Ella sabía cómo calentar a un hombre.

Esta vez yo solté una risita y me di cuenta que estaba cómodo. Los nervios iniciales habían pasado.

-No pasará nada, yo mismo seré tu guardaespaldas.

-Eso me gustó, Alex. Y dime, ¿a qué te dedicas, aparte de llamar a señoritas a las tres de la mañana?

-Ja, ja. Soy ingeniero, y trabajo con el festejado en una empresa constructora.

-Genial, Sr. Ingeniero, tenemos un numerito especial para ustedes.

-¿Ah sí? ¿De qué trata?

-No seas apurón, Alex. Secreto profesional. Sólo te diré que quedarás boquiabierto.

-Jaja, bien, lo dejo a tu criterio. Eres la que sabe.

-No te quepa duda. Soy medio mojigata, pero sé mucho.

Su declaración provocó un silencio, pero nada incómodo. Más bien, la comodidad había dado paso a una creciente excitación.

- Alex, ¿te puedo confesar algo? Me gusta tu voz, ahora que ya te calmaste, claro.

Ambos reímos. El ambiente era exquisito, no quería que se estropeara.

-Sí, bueno, estaba nervioso. Nunca había llamado a estos sitios.

-Ya ves que no mordemos, Alex. Bueno, el viernes no sé.

Nuevas risas. Y me encantaba que me llamara "Alex". Nada de "mi amor" o "papito". "Alex".

-Tu risa es contagiosa, me gusta -continuó-. Me traslada a mi adolescencia. A mi inocencia.

En mi cabeza sonaron las alarmas, pero ella misma desvió el tema.

-Ingeniero Alex, ¿A ti te gusta mi voz?

-Me gusta mucho. Es sensual.

-¿Quieres que siga hablando, Alex?

-Sí.

-¿Sabías que estaba empezando algo cuando me llamaste?

-¿Sí? ¿Qué hacías?

-Escucha, y si adivinas, ganas premio.

Al instante se escuchó el ruido de un pequeño motor.

-¿Es un vibrador?

-Tenemos un ganador -dijo. Luego dio un suspiro y el ruido se volvió más ahogado.

El sólo pensar que estaba usando un vibrador me puso a mil. Coloqué el teléfono en "manos libres" y saqué mi miembro ya duro y pulsante.

-¿Ya te lo agarraste? Sé que pusiste el altavoz, Alex. ¿Qué tan grande está?-. Su voz era un susurro, y el ruido del vibrador se atenuaba y se intensificaba. Se atenuaba y se intensificaba.

-Está enorme, Delfina, y listo para la acción.

-¿Está goteando? Quiero escuchar cómo te la corres, Alex, quiero escuchar el roce.

Sus palabras terminaron de encenderme, rodeé el tronco venoso con mi mano y empecé a jalar adelante y atrás. Mientras lo hacía pensaba en la antigua Verónica, aquella que espié desnuda, aquella que también vi masturbarse. Me imaginé a Delfina en su uniforme escolar y me excité más, si cabía.

En ese momento, sonó la alarma de mensaje entrante.

-Te envié tu premio, Alex. Mira tu celular. Así estoy ahora. Y es por ti. Por tu voz.

El mensaje era un pequeño video que mostraba la vagina de Delfina siendo estimulada por un vibrador.

-Sigue haciéndote la paja, Alex. Quiero escucharte acabar con mi video. ¡Sigue, por favor!

Con el video y los quejidos de Verónica, se apoderó de mí una excitación máxima. Me sentía afiebrado por el deseo. Con las dos manos me agarré el pene y me masturbé enérgicamente.

-¡Oh, Delfina, estoy a mil! ¡No aguantaré mucho!

-¡Sigue, Alex, sigue, ahora sí te escucho! ¡Debes tener un palo enorme allí! Ese sonido me encanta. ¡Sigue! Piensa en mi vagina, está chorreando. ¡Por favor, Alex! ¡No pares!

No podía aguantar más, así que tomé una taza vacía del escritorio y vertí allí mi esperma, al mismo tiempo que Verónica transformaba sus quejidos en gritos durante su propio orgasmo.

-Dios, ha sido espectacular, Alex- dijo entre jadeos. Y agregó, cansada: -Las reglas dicen que tienes que pagar con dos días de antelación, así que te espero el miércoles. Te enviaré la dirección como mensaje. Además, tienes que evaluar a Vanesa.

-Claro, Delfina, lo que digas -resoplé-. Y no tienes nada de mojigata.

-No -dijo-. Ya no.

Y cortó.

CONTINUARÁ...


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