CUANDO LA MUERTE LLAMA A LA PUERTA

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?¿Que es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una ficción; el mejor bien pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.? Así dice, Segismundo, al final del segundo acto en la obra de Calderón de la Barca, LA VIDA ES SUEÑO. Si te preguntara a ti, lector, que es la vida, seguro que dirías otro concepto distinto a lo que dice Segismundo. Según tu forma de vida, o como hallas vivido tus años de existencia, por tus creencias, religiosas o no, por tus ilusiones, por tus odios, por tus? darías un concepto de vida más nostálgico, o tal vez pesimista, de una vida que no comprendes y el por qué estamos aquí, en este mundo tan ingrato y desigual, y si hiciéramos una encuesta, seguro que tendríamos miles de respuestas diferentes. La vida es un reloj que cuando se la acaba la cuerda, no vuelve a funcionar, pero es efímera, y ese concepto efímero está más que superado, ya que Einstein y su teoría ?de la relatividad? demuestra el concepto tiempo-espacio. Si nuestra vida, nuestro tiempo, la trasladamos al espacio, nuestra vida sería un suspiro. Pero la vida no ha surgido sola, lleva algo implícito: el destino, un destino que llevamos todos anudado a nuestro ser. Cuando oímos decir, en la muerte de alguien, en un acontecimiento inesperado, o en algo que se veía venir, es cosa del destino, asentimos con la cabeza, apretamos los labios, y en ese momento nos come la rabia. Yo no creo en el destino, por lo menos, no tal como nos lo montan, porque no creo que nadie nazca etiquetado, predestinado, ni mucho menos. El destino lo forjamos nosotros con nuestras decisiones, con nuestras opciones de tomar un camino u otro, tenemos libertad de elegir entre lo bueno y lo malo, entre lo abstracto y lo real. Nadie nos coadyuva en nuestras decisiones, somos libres en tomar determinaciones, y según el camino elegido, nuestro destino se alargará o se menguará. La suerte también está ahí, pero no va hacia ti, tú tienes que buscarla, si la buscas, la encontrarás.
Marisa y Joaquín forman un matrimonio ideal, habían nacido el uno para el otro. Era una familia que causaba admiración, y, a veces, envidia, más erran queridos por todo el pueblo, y yo me enorgullezco de tenerlos como mis mejores amigos. Nos hemos criado en la misma calle, y de niños hemos correteado por las calles del pueblo. Joaquín y yo estuvimos en la misma escuela, estudiamos en el mismo colegio, y la facultad nos separó, pero nunca hemos perdido la amistad. Joaquín es jefe de equipo en el hospital de traumatología VIRGEN DE LAS NIEVES en Granada. Es buen cirujano médico, de los mejorcitos de la ciudad. Nació en el pueblo, de familia media humilde, sacó sus estudios gracias a las becas, y gracias a su inteligencia. A mí me daba envidia comparar sus notas con las mías en bachiller. Marisa, hija del pueblo, pertenece a una familia muy opulenta e influyente en la vida social pueblerina. Su riqueza le viene, a la familia, de su abuelo, pues dicen las malas lenguas, los viejos del pueblo, que al acabar la guerra civil, se aprovechó de su situación y requisaba los bienes, sobre todo tierras de labor, a los ?rojos?. Mi abuelo lo desmentía cuando oía algún comentario, a veces, callaba, por eso yo creo que había algo de verdad. Ella, Marisa, cuando era pequeña, fue a un colegio de monjas, estudió en Londres, y en un internado londinense aprendió todo lo que una señorita de alta alcurnia debe conocer para vivir en dicha sociedad, pero todos los veranos, y por Navidad, acudía al pueblo, allí éramos los tres inseparables. Es simpática, alegre, amante de la vida. El matrimonio vive en la capital, pero en tiempo de asueto, amén de sus viajes, lo pasa en el chalet de los padres de ella en una lujosa urbanización del pueblo con unas vistas bellísimas, maravillosas. Tienen una hija, Luisa. Diez años. Muy mona, de pelo castaño, extrovertida, campeona provincial y regional de natación en categoría infantil. Tiene un futuro prometedor envidiable, está llena de energía y gozo, lo tiene todo: una familia digna, feliz, unida, sin problemas económicos, una familia que todos desearíamos tener.
Aquel día de verano subí al chalet a pasar el día con mis amigos, pues hacía tiempo que no los veía. Me recibieron como siempre, como si fuera uno más de la familia. La pequeña estaba haciendo un largo de piscina demostrando su estilo natatorio, su abuela tenía una sonrisa que su boca le llegaba a las orejas. Estábamos, al medio día, sentados mirando al horizonte, el paisaje, tomando un aperitivo, cuando oímos un gran golpe, reaccionamos y vimos en el suelo a Luisa. Se había caído de la terraza al suelo. No había sangre. Al acercarnos junto a la niña, Joaquín, se percató de la gravedad, y todo era llantos y quebrantos de las mujeres allí presentes, los padres, en su propio coche, trasladaron su hija al hospital de traumatología. Cuando se fueron se hizo un silencio, un vacío tan grande, en los presentes, que parecía estar en un desierto, y las lágrimas afloraron, quedamos todos abstraídos.
A los tres días de aquel suceso, me armé de valor y fui al hospital a ver como estaba la situación, aunque sabía, por la familia, que no era propicia, más bien de malos augurios. Cuando Marisa me vio, corrió hacia mí, me abrazo tanto, con tanta pena, con ojos llenos de lágrimas, que yo comencé a llorar. Me apretaba tanto que daba la impresión que no me veía desde hacía años, y solo hacía días que habíamos estado juntos, pero era la cuita quien rompía su corazón. Hablé con Joaquín. Me dijo para que le servía sus conocimientos sino podía salvar a su hija, se encontraba impotente, que le habían clavado un puñal por las espaldas. Me comentó que la niña había sufrido un traumatismo craneoencefálico con estado de coma profundo. No tenía solución. Estaría en estado vegetativo quien sabe el tiempo, pero que no se lo diría a su esposa para no perdiese la esperanza.
Fue el final de una vida con un inmenso futuro a sus pies, de una niña extrovertida, alegra, henchida de vitalidad, tan bien fue el hundimiento psíquico de la familia. A día de hoy, nadie va al chalet, está cerrado y su piscina tapiada, y su abuela jamás volverá a sonreír. Marisa, como cada día, sigue yendo al hospital, y sentada junto al cuerpo dormido de su hija, le habla, le cuenta cuentos?porque, según Joaquín le dice, la niña la escucha, y puede que algún día despierte. ¿Pero cuando tiempo una madre puede estar de esa guisa?
¿Qué es la muerte? Perder la vida. Creo que es el concepto más genérico de definición. Aunque a través del tiempo nos han representado la muerte de diversas maneras, y aunque el esoterismo hable de lo oculto, del más allá, es respetada teoría, pero no se sabe nada de la muerte, nada sabemos de ella, tan solo que va llamando de puerta en puerta.


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