Tal que así

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Tal que así, sucedió todo? ¿O no?

Luna oronda tras los cristales del coche. Nubes desparramadas, pintadas en el cielo negro a la luz del satélite rechoncho. Brillo de navajas en la esquina huraña. Movimiento de helminto misántropo partido por la mitad con el acero frío, que intenta recomponerse en figura hierática, califal, como era el gentil hombre antes del importuno conflicto en el que se había visto enredado.

El espacio escénico, teñido de rojo, se desinfla como un globo de fiesta infantil, tras el pinchazo en la barriga del malhadado explorador de la noche de luna flemática, apática?, se podría decir que negligente también, ante los acontecimientos asociales que se estaban cometiendo frente a su mirada inmutable.

Impasible el ademán de su cara blanca?, pálida a la luz de la luna, por el incidente que había contemplado estático desde el habitáculo de su coche. El episodio que marcó el destino sin suerte del hombre lacerado, le dejó espantado, pero estático?, neutral en la escaramuza de la que terminaban por desaparecer los dos ejecutores de la puñalada.

Antes de esto, no existía el tiempo para el pinchado?

Fajo billetero en la penumbra de las luces tibias del antro inmundo. Los dos ternes se percataron del remolino de billetes de cincuenta, entre los dedos del punzado por el estilete chillón del bravucón. Fanfarronada que le saldría cara al agujereado, al que casi echan las tripas fuera. Los ojos de lince de los matasiete, perdonavidas de sótano tocante con las cloacas, se embelesaron con la visión del futuro botín y quedaron embriagados por el perfume del dinero fácil.

Jaque al pardillo?

Se alejan de él lo matones, dándole espacio para que recomponga su serenidad ante las mujeres que le hacen la pelota, sedientas de champán y de dinero, aunque no se sabe muy bien el orden de sus predilecciones, ¡¿vale?!  Ya no se sentía observado. Todo iba bien por el momento. Qué bonita es la vida, pensaba el jactancioso billetudo, embelesado por las miradas tiernas de las mujeres. No sabía lo que le esperaba. Por eso era feliz.

La vanidad es mala consejera, no lo olvides nunca?

Por fin, el observador del infausto acontecimiento a través de la música de Metálica que tenía puesta en su reproductor de CDs, reparó en que tenía que llamar al 112, para ?reparar? el asalto a aquel buen hombre.

Sirenas y luces centelleantes, invadieron la noche fría?

Al final, no ?concretó? con ninguna de las mujeres, no quería ser infiel a su mujer que lo esperaba impaciente.

Noche de media juerga, que se vería amortiguada por un deslucido final?

No era más que un fatuo y ostentoso tontorrón que había intentado castigar a su mujer por algo de lo que ya ni se acordaba, pero que le vino muy grande, ¡¿vale?!

Todo había sucedido sin más?

No se atrevía a bajarse del coche. Más que sentado en el sitio del conductor, estaba encogido ante el contratiempo. No se percató de nada. No sabía si se le podía calificar de espectador o de qué. Comenzó a indagar en si se había fijado en la estatura de los asaltantes, o en cómo iban vestidos, o en sus rostros, o en alguna señal especial que les pudiera identificar. Pero no; no se había fijado en nada interesante, en nada que pudiera ser de utilidad. Se sintió estúpido; el hombre más tonto de la tierra.

El hombre seguía tendido sobre la acera, retorciéndose de dolor. Una vez más le vino la imagen del helminto. Pensamientos inútiles que no le llevaban a ningún lado.

Ya he llamado al 112, enseguida estará aquí la ambulancia?

No sabía muy bien como habían sido los acontecimientos. Ya no sabía que fue antes y qué fue después. Recuerda cómo lo levantaron del suelo en el que se encontraba junto al herido. Fue choz grande para él. Todo lo sucedido y, sobre todo, no poder hacer nada por el malhadado hombre le ocasionó una angustia infinita que devino en arcadas en las que no devolvía más que babas.

Intentaron identificar al herido, pero los cacos habían huido con la cartera y no hubo modo. El móvil sí lo tenían; podían ver si alguna persona de la agenda lo podía identificar. Pero todo esto fue después quizá, aunque no estaba seguro de cuándo. Lo que sí sabía es que no pudo responder con coherencia a ninguna de las preguntas que le hicieron. No sabía si lo identificaron allí mismo o luego después en comisaría. Tampoco recordaba haber estado en comisaría. No tenía noción de nada de lo acontecido y del hilo conductor de los hechos. Se sentía mal, muy mal, cada vez que se acordaba de aquello. Pero no sabía si se sentía peor antes o durante los hechos. Se sentía pequeño, muy pequeño. El ser más diminuto e insignificante de la creación.

Llegó a sentirse responsable de todo?

No podía hablar de los delincuentes, sobre todo mal. No se trataba exactamente de miedo o puede ser que sí, que fuese miedo a aquellos bravucones, que era como máximo podía calificarlos y, aun así, en su pensamiento. ¡Si hubiera salido del coche?! Pensaba sin necesidad ni caso alguno. La policía le dijo que lo que mejor pudo hacer, fue permanecer en el vehículo, de otra forma, serían ahora, posiblemente, dos los que estuvieran tendidos en el suelo. Recordaba muy pocas de las preguntas que les hicieron. Lo que sí tenía claro era que pensaba que estaba mintiendo cuando contestaba. Sentía miedo. Creía que la policía estaba en su contra. Se creía sospechoso. Cuando le comunicaron que el herido estaba mejor y que su vida no corría peligro, se sintió aliviado en su pesar, porque ya no le acusarían de asesinato, al menos?

Con el paso de un par de días, decidió ir a ver al hombre que salvó, al hospital; más que nada porque él se lo pidió, que no se atrevía a verlo por temor a que éste le recriminase cómo no había intervenido en la reyerta para evitar que lo apuñalaran.

La luna, hoy, se encuentra en el mismo estado que el día de marras?

Parece que no ha pasado el tiempo en la mente del samaritano, en la que todo permanece revuelto y en la que el miedo regresa a su ser cada vez que rememora los hechos. Tú sabes que no eres culpable, pero sigues pensando que tienes que ver con todo lo ocurrido, que tú le quitaste la cartera, que tú le pinchaste. No puedes reprimir estos pensamientos, aunque el psicólogo te quiera hacer ver que no son más que paranoias que tienes que desechar de tu mente.

Piensa que le salvaste la vida y se feliz?

Pero no puede.

Leganés, a 4 de marzo de 2014


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