Con las zapatillas llenas de polvo avanzaba campo a través, dando pequeños saltos intentando esquivar las piedras del camino. A aquellas alturas, y después de 15 horas de carrera, el cansancio había hecho mella. Sus rodillas estaban resentidas, un pequeño de hilo de sangre seca había dejado un rastro que iba de la cadera hasta el tobillo. El ritmo de carrera que llevaba había dado paso a un trote lento que no ayudaba en nada a mejorar su propia marca. Había dejado atrás diferentes paisajes y ya no quedaba ni rastro de la ilusión y el entusiasmo que brotaba de su cabeza con la bocina que anunciaba la salida. Se había esfumado, y una idea de abandono comenzaba a invadir sus ánimos restantes. Unos tragos de sales minerales, una barrita energética y un gel cargado de carbohidratos debían ayudar a recuperar el ritmo. Tras el frugal avituallamiento continuó la marcha hasta la línea de meta. Unos kilómetros más de dolor y sufrimiento hasta el arco de meta catártico donde lloró pensando si tanto sufrimiento y dolor podían proporcionar tanta felicidad.
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