Seducida por mi guardaespaldas

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Tenía muchos problemas en mi vida como para ser condescendiente con los caprichos de mi papá y su afán porque tuviera un guardaespaldas.

Mi papá es un empresario adinerado, así que un poco de seguridad extra nunca le va de más, en especial si tiene que ver con la protección de su familia. Pero para mí, la idea de que un perro faldero estuviera detrás de mí las 24 horas del día, era una situación que no me apetecía en lo más mínimo.

Luego de discutir hora y media con ese viejo testarudo (ya me di cuenta por qué soy tan terca), muy decidido mi padre me dijo la popular frase que cae como una patada en el culo a cualquier adolescente de 19 años de edad y dependiente de su familia.

"¡Mientras vivas en mi casa y yo pague tus cuentas se hace lo que yo diga y punto!".

Así fue, me tocó aceptar a regañadientes la compañía del hombre que se convertiría en mi perdición, mi martirito, mi dulce tormento y el autor intelectual de las folladas más deliciosas que he recibido en toda mi vida.

"Daniella te presento a Esteban. Él estará contigo todo el día y por favor sé amable con él", me exigió mi padre.

Yo estaba de espaldas hacia la puerta, sentada en el escritorio de mi cuarto trabajando en un trabajo de la universidad en mi computador y no quise verlo, hasta que una imponente y penétrate voz destruyó la conexión que tenía con mi pc y me hizo voltear.

"Mucho gusto señorita Daniella, estoy para servirle", contestó.

Y ahí estaba, ese imponente adonis de unos 36 años de edad, de cabello castaño claro un poco largo, ojos verdes, barba de varios días, pero bien retocada, labios perfectamente dibujados y rosados, nariz perfilada y piel blanca. Lo vi como en cámara lenta y mis ojos café claros fueron dibujando y memorizando sus grandes y musculosas extremidades escondidas en un traje color negro con camisa blanca y corbata a juego.

Apenas y pude articular palabra, luego de que un fuerte pero delicioso corrientazo bajara desde mi cerebro, se apoderara de mis pezones hasta ponerlos duros como una piedra y se posesionara de mi entrepierna, creando una fiesta de sensaciones efervescentes en mi sexo.

Desde esa tarde no podía dejar de pensar en Esteban y cada momento era el indicado para masturbarme en mi cuarto pensando en sus brazos apoderándose de mi pequeño cuerpo, sus manos masajeando mis tetas y lo mejor, disfrutando de la verga tan grande que estaba completamente segura que tenía (y más después de estar casi un año sin sexo por culpa de mi infiel exnovio).

Un fin de semana en la tarde no tenía nada que hacer pues mis papás habían salido a una de sus aburridas fiestas de coctel con mis dos hermanos mayores. Salí a caminar por el jardín y en ese instante apareció ante mis ojos Esteban, quien acababa de correr, estaba sudado, sin camisa, con una sudadera y tenis. En un intento desesperado de hacerme creer a mí misma que no me importaba esa octava maravilla que tenía ante mis ojos, le dije que saldríamos en una hora y que se preparara. Tomando un poco de valor me di media vuelta y moví mi culo lo más sexy que pude para que se dibujara en el vestido azul corto de tirantes que tenía puesto y que escasamente cubría mi piel color canela.

Al llegar a mi cuarto cerré la puerta y el único consuelo que tuve para saciar mis ansias de Esteban fue levantar mi vestido, correr al lado derecho mi cachetero y tocar mi conchita depilada, la cual estaba mojada, empapada. Me acariciaba mi cuquita con tantas ansias que tres de mis cinco dedos fueron necesarios para llenar el vacío de mi túnel húmedo y deseoso de la verga de Esteban. Al final, sentí cómo el orgasmo se apoderó de mi cuerpo y en un estallido de placer me vine gritando a todo pulmón y con los ojos cerrados el nombre de Estaban.

Al abrir mis ojos ahí estaba él en el umbral la puerta a la cual no le puse seguro, con una mirada lujuriosa, sin camisa, la misma sudadera y una notoria erección en su pantalón.

"¿Con que eso produzco en ti?", me dijo con una mirada divertida, atrevida y llena de deseo.

Continuará...


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