Juana perdida

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Realmente no sé qué hacer, debo escapar de la depresión que me acecha. En ese paisaje alejado del hombre, mi conciencia se liberará: podré ver los errores propios y la malicia ajena, podré sentirme culpable aun cuando no cargo la más mínima culpa y podré entender el dolor de Juana al cual el mío apenas refleja y olvida. Empujo al agua la pequeña embarcación que espero me lleve, intemporal, al lugar que siento mi refugio personal.


El rumor del mínimo motor que impulsa al bote invita al sueño. Su eco, sin obstáculos que lo devuelvan, hecho costumbre, se vuelve silencio. Adormilado bajo un cielo sin nubes, con esfuerzo desvío los ojos dentro de las mezquinas ranuras que forman mis párpados. En contra de la corriente, el paisaje apenas ha variado, es un paralelo de la propia vida: nos avasalla con su poderío que intentamos resistir y demenciados creemos estar en el mismo lugar, ser aquellos que cuando todo comenzaba.


Pese al calor, he resistido la tentación de quitarme el jogging, el sol está tan fuerte que en minutos parecería una guinda madura. Cada tanto me arrojo al agua y luego dejo que la brisa me refresque al secarme. Por suerte, junto a aparejos de pesca, encontré en el fondo un deforme sombrero de fieltro cuyas alas, al mojarlas, protegen mi cabeza y cuello.


Me acerco a la zona que busco, los tres cables de alta tensión que cruzan altos sobre el agua en el sitio más angosto me lo advierten. Al divisar en la costa el lugar esperado, cambio el rumbo, apago el motor y dejo que el bote se desdice sobre el borde de arena, me descalzo y me sumerjo hasta la cintura para vararlo más aún, no quiero que se lo lleve la correntada. Busco una sombra amable bajo los sauces, ahora sí me quito el jogging que me sirve de almohada y abstraído, me apodero de la brisa y el silencio para pensar en ella. Me despierta el sol declinante sobre los ojos. Sin darme cuenta me quedé dormido con Juana en mis pensamientos. Ni siquiera en mis sueños fui capaz de atisbar una solución, las sombras cambian y es hora de volver.


Juana fue empeorando en su locura y creía que él aun seguía con ella, aumentaba las dosis de sus psicotrópicos para después tambaleándose, lamentar su abuso. Nunca se recuperó de ese largo calvario lleno de policías y médicos que, con su encallecido profesionalismo nos consolaron. No pudimos olvidar el chirrido de los frenos en la calle ni ese golpe sordo y definitivo que se lo llevó y que se agiganta, como pesadilla, cada noche. Creí que el tiempo aplacaría la llaga, pero, dejó de vestirse, de comer, de hablar y ni siquiera yo tenía cabida en ese mundo de oscuridad donde lo buscaba.


Regresé al anochecer, hecho un desastre y con los mismos conflictos, grité al pasar un saludo y me recluí con Juana en el dormitorio. Las cortinas cerradas me hablaron de su deseo de desaparecer, pastillas desparramadas con desesperación por doquier, me explicaron tanto la cama como su camisón desarreglados. En el baño, lo mismo: toallas húmedas, maquillajes abandonados y espejos torcidos.


Me duché y agotado me acosté a su lado, la abracé con desolación y cariño, negándome a dejarla ir hacia su imaginario infierno. En su sopor químico sonrió, acaricié su cara y desenredé su pelo; se rio con algarabía, imaginé contento que era por alguno de mis antiguos chistes. Abrió sus ojos alegres e imaginamos encontranos bailando lento en aquel secreto balcón.


Me deje engañar por la penumbra, ve a través de mí y la mirada se hace de vidrio, lo busca a él, como madre nunca dejará de hacerlo. No importa Juanita, donde sea que lo presientas, estaré contigo.

Carlos Caro
Paraná, 27 de octubre de 2014


Descargar PDF:http://cort.as/Ps3q


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