La mojigata despertó (3)

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Miércoles. El día del encuentro con Delfina, la escort que conocí como Verónica y a quien descubrí luego de diez años. Nuestra reunión tenía dos objetivos: pagar el espectáculo que daría junto con Vanesa en la despedida de soltero de un amigo, y constatar que Vanesa fuese la de las fotos del portal. Según el colega que me informó de la página, esto último era lo habitual, puesto que en las promociones el uso del Photoshop era descabellado.

El encuentro no me era indiferente. Verónica, en su rol de Delfina, no se parecía en nada a la mojigata que conocí, como lo había comprobado en nuestra primera conversación por teléfono. Luego de esa noche de sexo telefónico no podía apartarla de mi cabeza, ¿Cómo reaccionaría cuando me reconociera? ¿Abandonaría todo y le perdería la pista de nuevo? ¿Era mejor que yo mismo pusiera un alto en esta historia? No obstante estas dudas, la lujuria pudo más y cerca de la hora convenida tomé mi auto y me dirigí a la dirección que me había enviado en un mensaje de texto.

Al llegar, intencionalmente me pasé a la cuadra siguiente, estacioné el vehículo y me quedé mirando el entorno. El barrio parecía familiar y a esa hora -afortunadamente- estaba poco transitado. La dirección correspondía a una casa pequeña protegida por una reja. Por un segundo pensé en encender el motor y largarme de allí, pero el recuerdo de la joven Verónica acariciándose frente al espejo me impulsó a salir y dirigirme hacia la casa, sintiéndome más observado que nunca.

Junto a la puerta de la reja había un citófono, pulsé el botón de llamada y sin que nadie respondiera, saltó la cerradura eléctrica y la reja se abrió. Tomé aire y atravesé el jardín hasta llegar a una puerta de entrada semiabierta, esperándome. Era mi última oportunidad para dejar a Verónica en mis recuerdos, pero mi calentura fue mayor y atravesé el umbral.

Entré a una pequeña sala tenuemente iluminada, compuesta por dos sillones y plantas de interior. Frente a la entrada había un pasillo que se internaba en la casa. Iba a sentarme cuando escuché pasos provenientes del pasillo. Iba a ocurrir. En los próximos segundos, la mujer de mis fantasías sexuales aparecería y no sabía si luego de verme querría continuar con nuestro acuerdo.

Pero la que surgió del corredor no fue Verónica. Reconocí a Vanesa por las fotografías, un monumento de mujer, una pelirroja bajita y descalza que llevaba un vestido blanco cortísimo que apenas le cubría las caderas, y que estaba lo suficientemente apretado para resaltar sus grandes tetas...y para revelar que no llevaba sujetador.

-Hola- me dijo, sonriendo- Tú debes ser...

-Alex -completé.

-El Ingeniero. Soy Vanesa, Delfina dijo que vendrías.

Dicho esto se acercó, se puso de puntillas y me besó en la mejilla, pero muy cerca de mi boca.

-Y Delfina, ¿Está??

-Ya viene, ahora está ocupada. Pero ya va a terminar -dijo maliciosamente.

-Bueno, Vanesa -empecé a decir, acercándome al sillón-, respecto a lo del viernes...

-No, no. Los asuntos de trabajo los atendemos en nuestra oficina. Acompáñame.

Acto seguido me tomó de la mano y me llevó al pasillo. Mientras caminábamos le miraba el culo. Grande, redondo y apenas cubierto por el vestido. El corredor era más largo de lo que pensaba y tras varias puertas laterales, nos situamos frente a una. Vanesa hizo girar el pomo y entramos.

La "oficina" de Vanesa era una pequeña habitación que en un extremo contenía un escritorio y una silla, y junto a él una puerta que supuse conducía a un baño. Como en toda la casa, había una penumbra sólo desafiada por una sencilla lámpara encima del escritorio. Y por supuesto, era una cama lo que más resaltaba en el cuarto.

-Aquí se está mejor- dijo Vanesa dirigiéndose al escritorio, apoyó su gran trasero en el borde y se impulsó poniendo los pies en la silla para así sentarse en el mueble, y de paso lograr que el vestido se le subiera aún más. Tenía unos muslos bronceados y musculosos que me maravillaron-. Siéntate en la cama.

Eso hice, y desde mi privilegiada ubicación pude ver el calzón blanco de mi interlocutora.

-Muy bien, Delfina me contó tus planes. Este mes trabajamos juntas, así que soy tu invitada por fuerza mayor -dijo, soltando una risita. Y luego abrió los brazos-. Tu visita es para ver si cumplo tus expectativas. Bueno, ¿qué te parece?

Y la verdad es que era espectacular. Me la imaginé bailando sensualmente y quise que ya fuese viernes. Mi mirada iniciaba su recorrido en su rostro, seguía por sus tetas, hacía una parada en sus caderas y muslos y se detenía brevemente en lo que se veía de su entrepierna.

-Estás maravillosamente bien. Perfecta.

Ella esperó, entornó los ojos y se cruzó de brazos.

-¿Eso es todo? ¿Así chequeas tus edificios, Alex? ¿Ese es el control de calidad que realizas?

La miré a los ojos y entendí su juego, así que me levanté y me acerqué. Lenta, pero firmemente tomé los tirantes de su vestido y los corrí hacia afuera. Vanesa de inmediato pasó los brazos por ellos, liberándose. Tomé la prenda y la deslicé hacia abajo, dejando al descubierto unas tetas voluminosas que mostraban unas areolas grandes y oscuras y unos pezones ya erectos.

-Tenía que cerciorarme que no hubiesen calcetines allí dentro -dije. Ella sólo sonrió.

Inmediatamente tomé esas dos maravillas y las apreté levemente. Apenas podía abarcarlas. Me agaché lo suficiente para poder chupar esos suaves pezones rosados. Los lamí y los apreté, hasta que ella dio su primer gemido.

Vanesa me miró y se dio cuenta que mi pene ya estaba erecto. Abrió más las piernas y vi que la tela del calzón ya tenía manchas de humedad.

-¿Qué más necesita probar, señor?

-Tengo que constatar si tu culo es real. No aceptaré engaños.

Vanesa se bajó del escritorio, se volteó y levantó los brazos. Entendiendo su lenguaje, tomé el vestido y se lo saqué pasándolo por su cabeza. Su hilo dental no dejaba nada a la imaginación. Su culo era perfecto, redondo y con una rajita que parecía no acabar nunca.

La rodeé con una mano para agarrarle las tetas y con la otra me empecé a pasear por esa raja. Al llegar a su ano, me paseé por su abertura, pero seguí más allá, a su sexo que ya estaba húmedo. Pasé dos dedos por el interior de sus labios vaginales y me devolví hacia su ano, y aprovechando su propia humedad le metí el dedo índice. Ella dejó escapar un gemido, apoyó las dos manos en el escritorio, y con su pie atrajo la silla para apoyar allí la pierna, brindándome un mejor ángulo para mi exploración.

-¿Les gustará mi culo a sus invitados, Sr. Ingeniero?

-Por supuesto, Vanesa. Es perfecto.

La pelirroja liberó una de sus manos y buscó mi miembro. Cuando lo encontró, lo agarró firmemente, pero el pantalón era una molestia. Así que mientras yo seguía metiéndole los dedos en el culo, ella me abrió la cremallera del pantalón.

En ese momento, la voz que conocía y deseaba sonó a mis espaldas:

-Veo que ya conociste a mi compañera, Alex.

CONTINUARÁ...


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