La casa de las naranjas (I)

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(Esta historia no la he inventado yo, ni me ha ocurrido a mi; me la contó una chica que conocí en un chat, la cual conociendo mi afición a escribir me pidió por favor que la convirtiera en novela. No sé si seré capaz de lograrlo, pero seré fiel al relato de su sufrimiento infantil, cambiando cualquier detalle que la pudiera identificar. Esta chica es un ser maravilloso que necesita sacar de su interior el dolor que la domina. Si escribiendo su historia, alivio su dolor, ya me doy por satisfecha.)

 

II

 

Llego a la casa después de caminar más de una hora y media desde La Pobla, el taxi no ha querido adentrarse entre los naranjos. 

Quizá lo que más despierta mis recuerdos; y una extraña nostalgia del horror (¿Nostalgia del horror?) es el aroma de los árboles. Las naranjas, aunque esten verdes, desprenden una fragancia imposible de describir. Este olor me llena los pulmones igual como lo hacía entonces, quince o dieciseis años atrás, cuando mi igenuidad me empujó hacia el castigo. ¿Fue un castigo? ¿Una lección del más allá? ¿Un engaño de mi mente? ¿La broma macabra de un desalmado? ¿Quizá no ocurrió? Dicen que la mente es capaz de inventarse recuerdos, y que cuando eso sucede, una no es capaz de distinguir los sucesos reales de los creados. La vida, la propia identidad, todo... se convierte en un cuento ambiguo que define la propia forma de ser. ¿Es mi caso? 

He regresado para descifrar esas incógnitas. Ahora la casa es mía. La casa y sus misterios. La casa y sus muertos. La casa y sus fantasmas. La tengo delante de mi, perdiendo la piel de cemento y moho, teñido de humedad. Huele a ladrillo podrido. La charca, en forma de judía, todavía recoge el agua de la lluvía y el barro que levanta el viento. Me desnudo completamente. Estoy en el final del mundo; o quizá en el principio de la pesadilla. Entro en el líquido color canela y embadurno mi piel con el lodo que hiede. Necesito castigar de nuevo mi idiotez de entonces, mi debilidad. ¿Era una niña? No es excusa, debí ser valiente. Sabré qué fue lo que pasó. Sabré quién o qué fue lo que vi. Sabré qué ocurrió.

Después del baño, dejo que el sol reseque la tierra que me abraza. Me da un poco de vergüenza estar desnuda, pero a mi alrededor sólo hay campos de naranjos; hectareas de naranjas silvestres y de arbustos que ya nadie cuida. Las zarzas invaden los caminos de tierra medio deshechos que ningún vehículo recorre desde hace años. Nadie me puede ver; pero aun y así, igual como me ocurría entonces; me da vergüenza estar desnuda (Continuará...)


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