UN LUNES CUALQUIERA

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UN LUNES CUALQUIERA

Tuve que masticar, estrechar dientes con dientes, una impregnación de acidez inundó toda mi boca al morder aquel extraño y peculiar limón, ha sido lo más amargo probado en mi vida. La lengua hábil buscaba una salida, una vía de escape, mis papilas gustativas explotaron por aquel néctar tan áspero y ácido a la vez, que fue bajando hasta llegar a mi garganta, produciendo un fresco cosquilleo que hizo que mi rostro se iluminara y que mis ojos brillasen con más intensidad de lo normal.

Pero tenía que llamar su atención y alguien tenía que probar. Estábamos en el laboratorio, un importante proyecto de investigación de mezclas de cítricos y cosas dulces nos había vuelto a encontrar. Hacía tiempo, ya tres años, que no lo veía, desde que un huracán de verano arrasó con lo nuestro, dejando todo por los suelos, siendo ahora solo dos habitantes de la misma ciudad que se han desconocido muy bien. Y de repente apareció, impensable como un golpe de nariz.

Volví a sentirme como la mujer más feliz en toda la tierra, capaz de caminar sobre una cuerda en el aire, leyendo poesía y sosteniendo una bandeja de copas con la otra mano.

Recuerdo que era un lunes cualquiera, un lunes de bostezos y malas caras por solo saber que era lunes y como si el propio lunes tuviese la culpa de todo lo que saliese mal. Un lunes cualquiera en el que como siempre, yo debería de correr porque perdía el tren, mientras él fumaba un cigarrillo viéndome marchar. Siempre llegaba a casa un rato antes de salir yo, el tiempo de desayunar juntos. Trabajábamos en el mismo lugar y en el mismo proyecto de investigación, pero con diferentes horarios. Ese lunes que amaneció como otro cualquiera, él aún no había llegado. Yo apuraba los últimos minutos para salir, no quería marcharme sin verle, pensaba que algo importante le había entretenido y de repente sonó el teléfono. Fui a cogerlo rápidamente, quizás sería él avisándome?

Pero no, un lunes cualquiera me llamaron:

?¿Estás sentada? ?. Era la señora Vidal, la jefa del grupo de investigación   en el que trabajábamos, una señora con el pelo lacio y que no llegaba a medir el metro sesenta, muy inteligente y con un gran número de diplomas a sus espaldas que lo acreditaban.

?No ?respondí.

?Pues siéntate. ¿Ya?

?Sí.

?Nicó ha sufrido un accidente mientras manipulaba algunos de los nuevos componentes en los que estamos trabajando y parece grave.

Quedé paralizada, mi imaginación se disparó en segundos, sabía que las sustancias que se manejaban allí eran peligrosas y llegué a pensar que había volado por los aires.  

La señora Vidal me indicó donde lo habían trasladado; cogí mi bolso, las llaves y salí de casa para echar a correr, pero esta vez para pillar un taxi, llegar lo más pronto posible y saber exactamente en qué estado se encontraba.

Me sentía muy alterada al llegar al hospital, respiré tres o cuatro veces profundo antes de preguntar en ventanilla por Nicolás Costa.

Tenía que esperar, se encontraba en el área de críticos, no me dejaron pasar, solo me dijeron que esperase, que algún médico en cuanto pudiese saldría a informarme.

Pasada una hora, un médico con acento argentino pregunté por familiares de Nicolás. Me levanté bruscamente de la silla de plástico gris en la que de estaba sentaba.

El parte que me dio me dejó sin poder contestar, ya lo hacían mis ojos que casi se ahogan tratando de evitar las lágrimas y que al final  buscaron salida logrando empapar por completo mis mejillas.

Nicolás quedó aislado durante más de seis meses en la unidad de quemados, su rostro y su mano derecha, durante los diez meses siguientes, tuvieron que pasar por varias operaciones.

Se vino abajo, cayendo en una depresión que le llevó a aislarse prácticamente del resto del mundo, en donde me incluyo. El rechazo total, tampoco a su familia les permitía acercarse.

Durante mucho tiempo estuve informada por el personal sanitario que le atendía, mejor dicho, nunca dejé de interesarme, incluso en numerosas ocasiones intenté acercarme a él. Poco me importaba su rostro. Yo había seguido esperándole, como el que queda en una parada  y va dejando pasar varios autobuses, porque cree que el suyo es el que tiene parada en el corazón y solo el que tiene sus ojos puede estacionar en él.

Ahora mi vida había cambiado por completo.  

Un importante acontecimiento me había devuelto la alegría y una gran responsabilidad por la que debería luchar, batallar con todas mis fuerzas, pues en ella tenía depositadas mis esperanzas, esperando que algún día, tal vez, llegaría a contarle, a hacerle saber que algo muy grande, algo tan grande como el amor nos unía, y era nuestra hija. Y ahora él, por fin, se dejaba ver?.  yo me podría acercar y?


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