Las dos hermanas

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Las conocí en una fiesta donde fui invitado por un amigo del primo de la hermana del novio de Cristina. Era el cumpleaños dieciocho de Valeria, la hermana de Cristina. Fue una fiesta familiar, por lo que no servían alcohol. Graciela, la madre de ellas, se deshacía por complacer a sus invitados y yo fui invitado a bailar con la festejada. Valeria es muy hermosa, de piel muy blanca como su hermana mayor. Y no sé por qué le simpaticé desde que bailé con ella. Tal vez porque era más desenvuelta que su hermana. El caso es, que aunque ella anduvo bailando con otros jóvenes invitados, siempre me buscó con la vista. Al final de la fiesta, intercambiamos números de celulares y prometimos mantenernos en contacto.

Dos días después me llamó para decirme que habría otra fiesta, en la casa de una amiga. Que le gustaría mucho que asistiera. Que tenía ganas de conocerme, ya que no hubo oportunidad de charlar en su propia fiesta. Acepté. También tenía ganas de conocerla. Era muy simpática y hermosa.

El festejo ocurrió el siguiente fin de semana, en la casa de su amiga. Pero, ella no iba sola. Mandaban a su hermana Cristina de chaperona. Así les dicen a las personas que cuidan a los familiares de menor edad. Los padres de Elena, eran más liberales y preferían dejar a sus hijas festejando en su casa, mientras ellos se marchaban por tres o cuatro horas, lejos de casa. Así que el ambiente era distinto. La música, los juegos, los alimentos hizo que el evento fuera de lo más divertido. Pero, después de más de una hora de conversar con Valeria, me tomó de la mano y me llevó dócilmente a las escaleras. Luego, entramos a la recámara de Elena, la festejada. Cerró con llave y nos sentamos en la orilla de la cama. Nos miramos, yo con incertidumbre. Ella, con una pasión contenida y a punto de estallar. Finalmente, tomó con ambas manos mi cabeza y depositó un beso en mis labios. Al principio, mantuve la boca cerrada. Pero enseguida cedí. Nos besamos. Mis brazos la rodearon y pude sentir la frescura de su cuerpo joven, delicado y delgado. Entonces, ella se retiró por un momento de mis labios y se quitó lentamente aquella blusa crema que le cubría su torso juvenil. El color del sostén era semejante a la blusa. Yo me sentía aturdido. Sin saber cómo reaccionar. Sólo la miraba. La miraba tan bella, tan frágil. Que temía echar todo a perder, con mis acciones. Ella tomó mis manos y las colocó sobre sus senos, envueltos por la tela de su sostén. Entonces, sí me animé a estrujarlos con suavidad. Luego con más pasión. Al rozar su piel, sentí un calor que me hizo estremecer. Por lo que decidí meter mis manos bajo la tela. Tocar sus senos cálidos y suaves, la hizo cerrar los ojos y suspirar. Decidió quitarlos. Fue un espectáculo maravilloso poder contemplar la rigidez de su pecho. Volví a sentirlos con mis manos. Y como un reflejo, coloqué mi rostro entre sus senos. Ella me abrazó. Luego empecé a lamer cada uno de ellos. Me fui a uno de sus pezones y lo succioné suavemente con mis labios. Y sacaba la lengua esporádicamente para lamerlo.

Mis manos, inconcientemente se colocaron sobre sus muslos. Que aún se hallaban cubiertos por una falda que le cubría más allá de sus rodillas. Fui bajando las manos, sin quitar mi rostro de su pecho, que ella sostenía con ambas manos. Llegué al borde inferior de su falda y la levanté un poco. Sólo para meter mis traviesas manos debajo. Para estar en mejor posición, me arrodillé frente a ella. Ella suspiró profundo cuando retiré mi cabeza de su torso.

Fueron subiendo mis manos por sus piernas, rodillas y muslos. Llegué hasta la cadera y regresé a su entrepierna. Buscaban mis dedos la manera de bajar sus calzones. Unos calzones finos con encaje. Los bajé lentamente hasta sus tobillos. Levantó una a una sus piernas para que pudiera retirar esa prenda. Estaba por llevar mi cabeza bajo su falda, cuando tocaron a la puerta.

- Vale, ¿Estás aquí? - Decía una preocupada Cristina, desde afuera del cuarto

En un impulso, por el miedo a ser descubiertos, me fui hacia atrás, cayendo sentado en el piso. Valeria, por unos segundos, se puso colorada o tal vez ya lo estaba. Pero reaccionó y contestó con un simple:"Voy". Se incorporó y se puso la falda en su sitio. Y caminó hacia la puerta. Se le olvidó que no tenía los calzones puestos. Pero además, ¡Llevaba el torso descubierto!

Cristina, quedó boquiabierta. ¡Qué bueno que sólo venía ella! Luego reaccionó entrando y cerrando de golpe la puerta.

- ¿Qué hacen? - Preguntó, conociendo de antemano la respuesta.

Valeria se veía sumamente excitada. Y sólo se le oía resoplar frente a su hermana. El color de su rostro enrojecido, terminó por convencer a Cristina de que no debía alterarse más allá de lo normal. Ella, ya había pasado esa experiencia con su novio Enrique quien, por cierto no quiso acompañarla a ese festejo.

- Ustedes sigan. Yo cuidaré la puerta - Dijo Cristina, al tiempo que abría la puerta, con la intención de salir

- Cristina, no te vayas - Suplicó Valeria que parecía despertar de su letargo

Cerró la puerta Cristina pero se quedó dándonos la espalda. Entonces tomé a Valeria y la conduje a la cama. Ahí terminé de desnudarla. Luego me desvestí. Empecé besando y lamiendo los dedos de sus pies, tan limpios, tan puros. Chupé uno por uno. Valeria gemía quedito. Luego fui rozando con mis labios y ocasionalmente con mi lengua, sus piernas, sus muslos. Hasta llegar a su entrepierna. No busqué su clítoris de inmediato. Lamí la parte interna de sus muslos. La miré retorcerse mientras sus manos me buscaban y me acariciaban. Cuando empecé a lamer su clítoris, los gemidos de Valeria eran más fuertes. Tanto, que Cristina no pudo evitar volver la vista. Y al mirar aquellos dos cuerpos desnudos sobre la cama, se hubo excitado. Se fue acercando sin pensarlo. Tal vez para tener una mejor visión. Estoy seguro de que se acariciaba porque, cuando me dispuse a penetrar a su hermana, pude notar sus ropas corridas y su rostro enrojecido.

Empecé a entrar y salir del cuerpo de Valeria, tomándola de sus caderas. Levantando sus piernas. Me salí de ella y la giré para ponerla boca abajo. Fue entonces que miré a Cristina completamente descompuesta. Se masturbaba. Así que me acerqué a ella y se dejó conducir sin ningún reparo hacia la cama. Le quité la falda. Los calzones. Le dejé los zapatos. Y me arrodillé frente a ella, para lamer la entrada de su vagina. Ella se apoyaba en mi cabeza. Cuando sentí que ya estaba lo suficientemente húmeda, me levanté y la tumbé boca arriba en la cama. A un lado de su hermana. Antes de penetrarla, quise excitarla más. Así que volví a bajar a su entrepierna y esta vez, lamí su clítoris. Eso la lubricó un poco más.

Valeria esperaba bocabajo que otra vez la atendiera. Pero ya había sido atendida. Así que ahora, me dedicaría a su hermana. No podía dejarla en ese estado.

 


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