Mi primer todo (5 de 8)

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Pero Lette no estaba satisfecha con mi conformismo. Ella era consciente, porque así se lo había contado yo, que mi timidez con los tíos se convertía a veces en un impedimento para experimentar y compartir más a fondo mi sexualidad. Desde que mi primer novio me dejara, solo había tenido una experiencia posterior con un hombre. Y en realidad se trataba de una simple paja que le realicé a un conocido durante una salida semi etílica. Al acompañarme de vuelta a casa en su coche intentó calentarme a tope explicándome, no sé bajo qué contexto, que su polla era más grande que la media, y que sus descargas eran comparables a las que podía ver en los vídeos porno. Será los que veía él, porque yo... El caso es que los dos gin tonics que me había tomado esa noche desbloquearon mi líbido y atrevimiento y, arrinconándolo bajo las escaleras en el portal de casa de mis padres, le saqué la polla para aliviar su dudosa humildad. No recuerdo que, en su posición más dura, ese nabo tuviera más tamaño que cualquier otro, pero es cierto que al descargar su entusiasmo contra la pared dejó un buen recuerdo para la señora de la limpieza.

 

Ya era de noche. Habíamos cenado en casa, y la francesita cachonda y yo estábamos afilando nuestras armas de seducción para una salida inminente. Nunca planeábamos la ruta, simplemente escogíamos el primer local al que nos apetecía ir y después los acontecimientos encadenaban la velada. Cuando llegamos al Arnold?s, un establecimiento de corte tejano plagado de cachas con sombrero vaquero y damas de punta en blanco, nos unimos a los bailes y aceptamos cuantas invitaciones nos caían. Solo transcurrieron 2 horas para ver a Lette literalmente colgada del cuello de un maromo inmenso que la manoseaba sin cortarse un pelo. La tía guarra era muy divertida y hermosa, y los tíos se la rifaban en cuanto imponía su presencia. Mientras ella calentaba motores yo me limitaba a seducir con mi simpatía a mis pretendientes, sin ofrecerles la más mínima oportunidad de disfrutar con el tacto de mis curvas.

 

Un rato más tarde ya estaba algo agobiada por el ambiente cargado del lugar, los manoseos de los más listillos durante las danzas y el mareo del alcohol ingerido, así que me propuse hacer uso del lavabo y así aprovechar para descansar un rato. Pero al no divisar a Lette por la sala deduje que estaría, precisamente, usándolo ella para desatascar sus agujeros a golpe de tranca. Y yo no estaba dispuesta a repetir espectáculo así que, incluso con ganas de mear, preferí salir por la puerta del patio posterior privado que incluía también un acceso al office. Me encendí un cigarrillo fuera y respiré hondo, apoyé mi cuerpo contra la pared y le di vueltas a un montón de disertaciones de cara al futuro. Los cubatas siempre me ayudan a filosofar.

 

Cuando el aire fresco despejó mis neuronas intuí que no estaba sola. Un ruido a 10 metros de mi posición delató la presencia de uno de los vaqueros que, momentos antes, se podría confundir con las decenas de ellos que habían en el local. Pero este era especial. Se trataba del ranchero gigante que sirvió a Lette de colgador hacía un par de horas. Estaba apoyado contra la pared de forma casi idéntica a mí minutos antes, pero su semblante era mucho más alegre. A primera vista no entendí muy bien qué hacía ahí ese tipo, así que me acerqué disimuladamente y entonces adiviné perfectamente a mi amiga arrodillada entre sus espuelas sacándole brillo al sable. Al oírme, ambos clavaron sus miradas hacia mí y, asustada y avergonzada, me di rápidamente la vuelta para desaparecer rauda cual grácil insecto alado.

 

-"¡Eva!", gritó la chupona. Clavé mis pies en la tierra.

-"Perdón, perdón... no sabía que estabais aquí", justifiqué mi presencia.

-"¡Eva!", insistió la abrillantadora de bates. Ahora me giré. "No seas vergonzosa, nena, acércate".

-"No, no... si acaso ya nos vemos dentro luego", improvisé con la garganta seca.

-"¡Eva!". Joder, qué pesada resultó ser la pule-miembros en ese momento. "Ven a ver esto, cariño. Alberto tiene de sobras para las dos". Hala, venga. Qué fina la tía, pensé con cierto desdén. Pero me acerqué. Ya lo creo que me acerqué.

 

Lette no se incorporó, permaneció agarrada al pedazo de pollón que ahora le servía de agarradera para mantener el equilibrio sobre las puntas de sus pies. Me extrañó verla todavía con la ropa puesta, y deduje que recién había comenzado el lustre de ese mango grueso y morado. Él no parecía sentirse muy afortunado por la situación que su compañera tenía la intención de regalarle. Parecía más bien que pensara algo como ?ya estaba así cuando llegué?. Solo se había bajado los calzones a medio muslo, lo justo para recibir placer oral y salir pitando en caso de necesidad.

 

-"Hostia Lette, mira que eres guarra, ¿eh?", le reproché desde el alma.

-"Sí que lo soy, pero es que mira qué polla, tía", se justificó ella. "Acércate más y ponte a mi lado, Eva, que le haremos a Alberto una mamada que ni se lo imagina, jajajaja". Qué mona la niña...


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